- Repasamos el webinar ‘Por qué la violencia de género en línea debe preocupar a los editores’, presentado por la SIP, y reflexionamos sobre cómo este tipo de agresiones a periodistas no solo afectan su seguridad y su trabajo, sino que también limitan la libertad de expresión y empobrecen el debate público.
Hace algunas semanas la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) presentó el webinar ‘Por qué la violencia de género en línea debe preocupara los editores’, que contó con la participación de las periodistas argentinas Florencia Alcaraz, Ingrid Beck y Paula Rodríguez, y la moderación de la mexicana Martha Ramos, directora editorial de la Organización Editorial Mexicana (OEM), la cadena más grande de medios en México.
La charla giró en torno al estudio “Violencia de género en línea hacia mujeres con voz pública”, producido por las 3 panelistas y publicado entre la Alianza Regional por la Libre Expresión e Información y ONU Mujeres en 2022. El estudio expone cómo las periodistas se ven sistemáticamente atacadas en entornos digitales debido a su trabajo y cómo estas agresiones no solo socavan la libertad de expresión, sino que también afectan profundamente la calidad de los medios y el afianzamiento de la democracia.
El contexto en el que se enmarca esta conversación es clave para entender la urgencia del problema. El mundo entero enfrenta un aumento significativo en la violencia hacia las mujeres, y aunque este no es un fenómeno exclusivo de América Latina, sí adquiere una especial gravedad en nuestra región debido a la creciente polarización política y a la falta de mecanismos de protección para ellas y la prensa.
De acuerdo con las panelistas el crecimiento exponencial de la violencia de género en línea hacia las periodistas no es aislado ni espontáneo, sino sistemático y altamente organizado. Basadas en su investigación, Beck, Rodríguez y Alcaraz subrayan que las agresiones hacia las mujeres con voz pública van más allá del “troleo” ocasional, conformando una violencia estructural, en la que las periodistas, defensoras de derechos humanos y activistas son particularmente vulnerables.
Durante la charla, Ramos fue enfática en destacar que los ataques en línea no se limitan solamente a aquellas mujeres que se identifican como feministas o que defienden abiertamente causas de género, sino por el contrario, el solo hecho de ser mujer y tener una presencia pública ya convierte a cualquiera en blanco de estos ataques. Esta violencia, según las panelistas, está orientada a atacar su credibilidad, buscando silenciarlas a través del miedo, la intimidación y la desinformación.
Las investigadoras señalaron que los ataques dirigidos hacia las mujeres tienen características distintivas: no solo se trata de descalificar su trabajo, sino también de degradarlas a través de insultos machistas, amenazas de violación e intentos de hackeo. En este sentido, Alcaraz aclaró que “no estamos diciendo que los hombres no sean atacados, pero los ataques hacia las mujeres tienen características particulares: se busca silenciarnos”.
Cuando se trata de violencia digital las tácticas son sofisticadas, e incluyen el uso bots, granjas de troles o netcenters para difundir mensajes violentos, divulgar información personal de las periodistas y propagar noticias falsas que atacan tanto su vida profesional como privada. En muchos casos, los ataques son incluso orquestados desde estructuras de poder, que no sólo buscan callar a las mujeres, sino enviar un mensaje disciplinador a otras voces críticas, afectando así el pluralismo necesario para una democracia saludable.
El problema más grave de estos ataques radica en sus consecuencias. Según el estudio, realizado en 15 países de América Latina, y como también mencionó Rodriguez durante la charla, el 80% de las entrevistadas limitó su participación en redes sociales debido al temor de ser atacadas, mientras que el 40% se autocensura en temas laborales y evita escribir sobre ciertos temas de su especialidad.
Las redes sociales se han convertido en un terreno fértil para estos ataques, especialmente en Twitter, la cual desde que fue adquirida por Elon Musk se ha vuelto, según Alcaraz, “tierra de nadie”. Los cambios en los algoritmos y el debilitamiento del sistema de moderación de contenidos han permitido que las amenazas, el doxing y el acoso se viralicen al punto de ser casi imposibles de controlar. Este deterioro en la regulación de las plataformas digitales hace que el espacio sea aún más peligroso para las mujeres periodistas, ya que estas amenazas en línea no solo afectan su desempeño en el espacio laboral, sino que también tienen repercusiones de carácter personal.
En muchas ocasiones los ataques no permanecen solo en el espacio digital, sino que también se trasladan al plano físico. Muchas mujeres han sufrido acoso durante sus cubrimientos en terreno o incluso en sus propios espacios laborales, lo que las ha llevado, en algunos casos, a abandonar temporalmente el ejercicio periodístico o incluso a exiliarse. Esta es una autocensura que no sólo afecta a las periodistas a nivel individual, sino que reduce significativamente la diversidad de voces en el debate público, con repercusiones negativas en el ecosistema informativo y la calidad del periodismo que reciben las audiencias.
Beck también subrayó que el problema no es solo que las mujeres sean atacadas, sino que estas agresiones están naturalizadas dentro de las redacciones: “Es como si fuera parte de las reglas del juego”, mencionó. Esta dinámica se traduce en que, a menudo, las periodistas se sientan desamparadas y aisladas dentro de su propio lugar de trabajo tras sufrir un ataque, y es allí donde las redacciones deben asumir un rol mucho más activo, no sólo rechazando estas violencias desde un enfoque solidario sino también ofreciendo acompañamiento psicológico y jurídico que les permita a las periodistas seguir trabajando sin miedo.
Tanto en el estudio como en el webinar, las panelistas e investigadoras proponen varias recomendaciones para combatir la violencia en línea contra las mujeres periodistas. Entre ellas, se destacan la necesidad de que los medios implementen protocolos específicos para protegerlas en espacios digitales, no solo durante los ataques, sino también de manera preventiva. También la importancia de que los medios puedan formar alianzas con organizaciones de derechos humanos y plataformas digitales para presionar y exigir mayor transparencia y responsabilidad en la gestión de los contenidos violentos. Finalmente, recomiendan crear campañas de sensibilización dentro de las redacciones y fomentar la inclusión de más mujeres en roles jerárquicos y decisivos dentro de los medios, lo que contribuiría a un entorno más igualitario y seguro.
En un contexto cultural y político cada vez más polarizado, la violencia digital es un claro síntoma de la fragilidad de nuestros sistemas democráticos y del estado de la libertad de expresión, en donde ya no basta con rechazar las agresiones desde un enfoque retórico sino que se necesitan acciones concretas que no solo visibilicen el problema, sino que también ofrezcan soluciones que apunten a su erradicación.
Los medios no pueden permitirse seguir siendo espectadores pasivos de un fenómeno que atenta contra la esencia misma de su misión: informar de manera libre, plural y segura. Así que el verdadero reto está en entender cómo actuar desde las redacciones y las plataformas digitales frente a esta realidad, pues cuando las periodistas, por miedo a ser atacadas, se ven forzadas a retirarse del espacio público o a autocensurarse, el debate se empobrece y la pluralidad de voces se reduce.
Revive la charla de la SIP completa
Para ampliar la información sobre esta y otras preocupaciones que traen al periodismo el aumento de la violencia digital, les invitamos a conocer también el nuevo informe “Silenciamiento de voces públicas: los impactos de la violencia digital en la libertad de expresión de periodistas”, en el que el Colectivo +Voces analiza, para la Alianza Regional Por la Libre Expresión e Información, los desafíos que plantean internet, el uso de sus plataformas y la tecnología para el ejercicio de la libertad de expresión en América Latina y el Caribe.