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/Escrito por Cecilia Lavalle/
Dice mi amiga Celina que cuando creíamos que no había nada peor que el feminicidio, descubrimos que nos equivocamos. Dice bien.
Crear un concepto que describa una cadena de horrores contra las mujeres, adolescentes y niñas ya era una mala señal.
El concepto de feminicidio se lo debemos en buena medida a la antropóloga feminista Marcela Lagarde, quien enriqueció el concepto de femicidio-creado por Carole Orlock (1974) y redefinido por Diana Russell (1976)- al incluir la responsabilidad del Estado por acción u omisión.
Gracias a Marcela y a legisladoras feministas, en México es una definición legal (artículo 325 del Código Penal Federal) y también está tipificada la violencia feminicida (artículo 21 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia).
¿Qué podía ser peor que los horrores que describe lo que se entenderá por feminicidio?
Hoy sabemos que peor que enterrar a una hija es no saber su paradero.
Peor es que en México se calcule que hay más de 100 mil personas desaparecidas: hombres y mujeres, adolescentes, niñas y niños.
Peor es que la cifra aumentó en 2023 (más de 10 mil personas desaparecidas en un año) y siguió aumentando en 2024. Y contando, porque el dato es de mayo.
Peor es que en todas las entidades del país se registren casos. Encabezan la lista: Jalisco, Tamaulipas, Estado de México, Veracruz y Nuevo León. Pero hay entidades como Tabasco, Quintana Roo e Hidalgo en los que han aumentado de manera alarmante este año.
Peor es que el mayor número de personas desaparecidas tiene entre 15 y 39 años, con un notable aumento entre los 20 y 29 años. Pero en todos los rangos de edad existen casos, lo cual habla de una situación generalizada en el país.
Peor es que sea la ciudadanía la que se hace cargo. Por ejemplo, Red lupa (de quien tomé los datos: https://imdhd.org/redlupa), forma parte del proyecto financiado por la Unión Europea: “Si no los buscamos nosotras nadie lo hará. Iniciativa para fortalecer las capacidades de organización e incidencia política de familiares de personas desaparecidas”.
Y ya sólo el nombre del proyecto deja ver con claridad el tamaño del desastre.
Peor es que ahora tengamos nuevos conceptos: Madres buscadoras y madres rastreadoras. Casi todas son mujeres, y se juntan para buscar a sus hijas e hijos con la esperanza de encontrarles con vida o, al menos, sus huesos.
Peor es que haya agrupaciones que han adquirido tal experiencia que ya entrenan a otras en la búsqueda de huesos o cualquier indicio cierto del final de ese ser amado.
Peor es que haya autoridades que agreden a las madres buscadoras. Como sucedió en Quintana Roo el 14 de octubre, cuando policías estatales cumpliendo órdenes, agredieron a las madres que interrumpían de manera intermitente una vía principal de Chetumal, para exigir que la fiscalía haga su trabajo.
No sólo eso, intimidaron periodistas y echaron a andar bots para desacreditar a las madres buscadoras, a quienes prácticamente acusaron de montar un teatro.
En el marco de los 16 días de activismo contra la violencia hacia las mujeres digamos como sociedad que es absolutamente inaceptable lo que está pasando, que es inadmisible lo que esas madres y padres viven y, que es el colmo que las autoridades les agredan.
O marcamos un alto o se puede poner peor.