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/Walalas/
La violencia sobre los cuerpos crea una memoria de terror que anticipa en la imaginación el castigo que ya no precisa ser anunciado. Los hombres también querían controlar esos cuerpos poéticos, capaces de generar vida. Y les cortaron las alas que, sin embargo, nos crecen casi sin querer.
Entre algunos pueblos amazónicos, permanece la memoria de un tiempo en que todos los seres, humanos y no humanos, hablábamos una misma lengua y podíamos ponernos de acuerdo. En algún momento, los hombres empezaron a ver a los otros seres con superioridad y arrogancia, y dejaron de escuchar. Al tiempo, no vieron necesidad de entender a los otros. Dejaron de verse como naturaleza y supusieron que podrían imponer a todos su perspectiva, su voluntad, y lo que entendían como su necesidad. Se olvidaron de esa lengua antigua con la que se conversaba con los árboles, la lluvia, los pájaros y otros seres, muchos de los cuales, invisibles. Esas maneras no eran compartidas por las mujeres, que continuaron entendiendo a los otros seres como parte de la vida común a todos los que compartían el territorio.
Si los hombres se sentían superiores a la naturaleza y querían someterla a su voluntad, las mujeres parecían estar más cerca. Llenos de ideas jerárquicas sobre el mundo, pusieron a las mujeres dentro de esa pirámide que idealizaban, bien debajo de ellos. Mientras ellos alimentaban su compulsión de poder sobre la vida en todas sus formas, aun a costa de matar, ellas seguían dedicándose a la defensa y reproducción de todo lo que es vivo. Con astucias esquivaban la fanfarronería de los hombres, a veces pidiendo disculpas a los otros seres por la petulancia grosera de sus compañeros.
La violencia sobre los cuerpos crea una memoria de terror que anticipa en la imaginación el castigo que ya no precisa ser anunciado. Los hombres también querían controlar esos cuerpos poéticos, capaces de generar vida. Y les cortaron las alas que, sin embargo, nos crecen casi sin querer.
La violencia contra la mujer se expande en estos tiempos en que las formas más funestas e intensas de poder y de muerte sobre los territorios proyectan su sombra sobre áreas hasta unos años atrás impensadas del cotidiano de los humanos. Parece que es sin más ni más. Sin motivo. Como un deporte o entrenamiento que fortalece la jerarquía y hace subir a los hombres en el escalafón. Un ejercicio suicida en que se mata, al mismo tiempo, la fuente que permite a las personas seguir viviendo.
Seguimos desplegando nuestras astucias, plantamos sin hacer mucho barullo. Reaprendemos las lenguas olvidadas para hablar con los otros seres y, quien sabe, preservar para el futuro a la especie humana.