/ Por: Zaira Rosas/
Narrar algo que te interpela, que no entiendes su origen y que poco puedes expresar, es doloroso para cualquier persona, hacerlo como mujer es doloroso y sumamente difícil, porque durante décadas hemos cargado con una cultura colectiva que nos responsabiliza de cualquier tipo de violencia y porque aún siendo mujeres también creemos en esos micromachismos que durante décadas hemos normalizado.
México es feminicida, es uno de los países con altos índices de violencia hacia las mujeres, precisamente porque nos alarma un feminicidio, la desaparición de una persona, pero poco hablamos del acoso callejero, del hostigamiento y el acoso sexual que tristemente al menos una vez hemos enfrentado o enfrentará cualquier mujer.
Y aún cuando las alarmas se encienden y hay miles de mujeres que se buscan, se nos mata a plena luz del día, se nos violenta dentro y fuera del hogar, pero poco pasa si en cualquier momento alguien puede cavar una fosa sin que parezca algo extraño y desaparecer ahí a una mujer con sus dos hijos.
El problema no se reduce sólo a la violencia ejercida contra niñas y mujeres, sino que se esparce a distintos puntos donde se replica afectando también a los hombres por perpetuar estereotipos de género. Sin embargo, donde más golpea es ante el silencio, por la falta de empatía y perspectiva de género ante situaciones que comúnmente no proceden y se consideran menores.
Poco hablamos del shock en el que se encuentra una víctima ante cualquier situación de violencia, del escaso conocimiento que tenemos al respecto cuando no se trata de un daño físico visible o de algo que socialmente consideremos digno de denuncia. Otra situación frecuente son los círculos en los que todas las personas contribuimos aún de manera inconsciente al pedirle a alguien que piense si verdaderamente fue eso lo ocurrido y si no hay un malentendido de las cosas.
Para ninguna víctima de cualquier abuso es sencillo relatar lo ocurrido, de ahí que se popularizaran tanto las palabras de Giséle Pelicot cuando dijo “que la vergüenza cambie de bando” porque uno de los principales motivos que impide que alguien narre cualquier suceso es la vergüenza, sentir la responsabilidad de acciones que no deberían recaer sobre la persona, pero generalmente se siente por la falta de poder reaccionar ante los sucesos inesperados e incomprendidos.
¿Qué podemos hacer para fortalecer la denuncia? Más allá de trabajar en erradicar la impunidad, a todas las personas nos corresponde fortalecer la empatía, ser escuchas activas que sirvan como apoyo y orientación sin necesidad de generar mayor presión. Las señales a veces son claras, pero normalizamos tanto los comentarios que omitimos expresar el daño que generan también las palabras o manipulaciones.
En lo anterior las redes sociales llevan una gran ventaja, sirviendo como una extensa red de apoyo donde hemos descubierto que hay situaciones comunes que no tendrían que ser normales, pero también hemos ido entendiendo que hay vínculos poco sanos que probablemente construimos a través de fenómenos culturales que actualmente no son del todo válidos. Es ahí donde nos replanteamos incluso conceptos básicos como el amor y quizás entendemos que terminan siendo más complejos de lo que imaginábamos.
Ante el silencio de los oprimidos alcemos la voz por todas la injusticias, ante la tibieza tomemos bandos a favor de una construcción social propositiva y ante la soledad y la duda que surgen de la violencia, tejamos nuevas comunidades donde aprendamos nuevas perspectivas que nos recuerden nuestra dignidad humana más allá del género.
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