Inicio de la era Trump: hacia una configuración geopolítica global sin precedentes.

*Por Erubiel Tirado*

*Para Gerardo Galarza por el reconocimiento a su larga trayectoria periodística comprometido con la verdad

Pasada poco más de una semana de la asunción presidencial de Donald Trump, no solo quedaron disipadas las dudas histéricas o ambivalentes de comentaristas y especialistas, que fueron tan abundantes, especulando sobre las posibilidades de materialización de las amenazas del populismo imperial, que justo anunciaba el propio personaje desde el momento mismo que ganó la elección el año pasado. Con la concentración del poder político formal que se permite el presidencialismo de los Estados Unidos, la primera demostración de un singular mundo nuevo fue el vendaval de las llamadas “Decisiones Ejecutivas” (acciones que amparan legalmente la implementación inicial de políticas que posteriormente serán sancionadas con procesos legislativos y/o jurisdiccionales de acuerdo con el marco constitucional) con que Trump inauguró su primer día de investidura. En tan solo una semana, la puesta en marcha de la primera andanada de sus visiones presidenciales, están arrastrándonos a una configuración geopolítica global, hemisférica y bilateral (con México) que no tiene precedentes en la historia moderna. En migración y seguridad, sin duda, hay que advertir las múltiples y serias implicaciones donde podemos ser víctimas colectivas de la nueva era, menos democrática y de salvaje inteligencia artificial, si no se tienen altura de miras y la capacidad de interlocución con sentido común… y estratégico. Atributos escasos en la clase política de nuestros países latinoamericanos.

Elevación de muros

El endurecimiento de las políticas migratorias norteamericanas es la punta de lanza a partir de la que se desencadena una serie de medidas, tanto de seguridad como de carácter económico, hábilmente relacionadas en la narrativa Trump en su nuevo esquema de ejercicio populista global. Llama la atención el silogismo simplista situando a la migración en la órbita de la seguridad nacional, como coartada victimizante de su país, negando una larga, heterogénea y compleja consideración de políticas, demócratas y republicanas, que con sus altas y bajas procuraba una relativa y estable cooperación en sus diversos entornos geopolíticos (México incluido). Situación que no era gratuita y que hoy es pasado con una paradoja histórica, porque siendo una nación que alcanzó su papel como potencia y paradigma democrático-liberal, entre otras cosas, gracias a la fuerza de trabajo y el crisol cultural que representaron múltiples migraciones de diversas latitudes del mundo, en diversos periodos, hoy se miran como amenaza.

El rechazo total norteamericano no solo a los flujos migratorios terrestres provenientes del sur de su frontera, sino también a la continuidad de acciones internas que afectan a quienes ya se encuentran en su territorio, deportando personas, dividiendo familias y, aún, interrumpiendo procesos de legalización en su estancia y vida en ese país. Por las noticias de esta semana y las reacciones de personalidades aun del lado republicano como el exgobernador de California), esto se ha vuelto una pesadilla para mucha gente al interior de los Estados Unidos: la expresión de la responsable de la seguridad interna del gobierno de Trump (“sacar la basura de Estados Unidos”) encabezando redadas antiinmigrantes en Nueva York (Chicago y Denver) sintetizan otro de los rostros de los nuevos tiempos.

De Colombia para el mundo
Las primeras deportaciones hacia Colombia el pasado fin de semana y el comportamiento inicial del presidente sudamericano en la madrugada del 26 de enero, envuelto en la retórica bolivariana y negando la entrega de sus connacionales que viajaban en transporte militar de los Estados Unidos, marcó el comienzo de una singular estampa ejemplarizante de las medidas coactivas de amplio espectro de la nueva hegemonía Trump: reacciones que fueron desde la imposición de aranceles en el intercambio comercial hasta la supresión de visas a los funcionarios colombianos, incluyendo la suspensión de todo trámite legal en este sentido para cualquier ciudadano, pasando también por interrumpir todo tipo de cooperación norteamericana (que, por cierto, es subsidiaria de apoyos directos a poblaciones vulnerables, fuera o escasamente beneficiario de las políticas sociales del gobierno sudamericano). Aunque con matices retóricos, el gobierno colombiano terminó sometiéndose al designio decretado por Trump en menos de veinticuatro horas que duró la dignidad patriotera y bolivarista de Colombia. Por las reacciones advertidas, no hay duda que la amenaza y voluntad de Estados Unidos, acusaron recibo por la comunidad internacional para medir su seriedad… junto con el riesgo inminente y real de ser víctimas propiciatorias y humilladas como Colombia.

México también sirve de parámetro, hasta ahora contrapuesto a Colombia, sobre los efectos inmediatos del comportamiento de los Estados Unidos. En menos de una semana se habilitó la logística e infraestructura de recepción de migrantes deportados, reeditando la experiencia precedente del primer periodo de Trump como tercer país seguro (“Quédate en México”) y antes se aseguró la colaboración de los gobernadores fronterizos para luego proceder al sellamiento de la frontera sur con un contingente de la Guardia Nacional, superior al de la vez pasada (de 26 mil a 30 mil elementos). Políticamente se ha evitado la confrontación directa con los señalamientos del presidente y sus funcionarios junto con una discreta negociación con México de la que solo han trascendido generalidades vagas. El resultado ha sido un espaldarazo a lo Trump, refiriéndose a México en el Foro Económico Mundial (Davos), sin anatema de por medio (24 de enero), que las cosas “van bien” y la posposición, quizá hasta marzo, de su política arancelaria para sus productos (29 de enero) y que vulnerarían la validez del T-MEC.

Inseguridad Mx, más allá de Trump
La seguridad binacional, hoy por hoy y como nunca antes, está impuesta en función de la agenda norteamericana. De ahí que la consabida asimetría entre ambos países y el particular estilo de interlocución con Trump, hacen un despropósito la idea de un tratado formal de seguridad (complementario a los acuerdos comerciales y migratorios, estos últimos de facto), como se propone por los “ilustrados” especialistas y políticos de oposición. Si en los aspectos comerciales y de migración, México prefirió satisfacer las pretensiones de Estados Unidos aun antes que se formalizaran por su gobierno, más por temerosa previsión que por un criterio racional estratégico (el diálogo estuvo lejos de las prácticas diplomáticas y más bien se publicitaron a base de declaraciones indirectas y con el uso de las redes sociales). La seguridad mexicana se ha esforzado por satisfacer las expectativas del presidente Trump incrementando operativos de desmantelamiento de laboratorios ilegales de drogas (sin reconocer que se produce fentanilo) y multiplicando las acciones contra las organizaciones criminales deteniendo a miles de personas y varios operadores de cierta importancia, pero sin desmantelar realmente a las redes delictivas (con vínculos gubernamentales y empresariales).

Aunque la opinión afín al régimen prefiere amplificar los resultados de los últimos meses que relativizan la gravedad estructural por la que se atraviesa el país, se omite el desempeño mexicano que, por un lado, muestra un país diezmado por la violencia (en los pasados seis años, casi doscientos mil homicidios y más de cincuenta y tres mil desaparecidos son solo una muestra de la tragedia humanitaria mexicana y su fracaso institucional). Por otro, hay un gobierno rehén de organizaciones que simplemente se han apropiado de una buena porción del territorio en términos, incluso, de gobernabilidad, sin contar con el factor de ilegitimidad para las autoridades, que representa en sí la narcopolítica que, se ha demostrado, ha penetrado a las clases gobernantes desde el primer lustro de este siglo.

De esta situación, el militarismo actual da cuenta de un rotundo fracaso estructural del Estado mexicano y de su incapacidad de articular siquiera una política coherente de seguridad nacional que le hubiese ayudado tanto a prever el escenario complejo de sometimiento actual a los Estados Unidos, así como la derrota real ante las organizaciones del crimen organizado y el narcotráfico. Hace falta claridad y valor para reconocer que la actual reorganización del aparato de seguridad, que impone parches a la militarización y estimula la degradación estructural y funcional de las fuerzas armadas, no restablece ni subsana el diseño estructural que anticipaba la ley original en la materia y el resto del marco constitucional que, hoy por hoy, ya no existe. Ya en la segunda semana de la era Trump, estaremos más que ciertos sobre la condición de personaje de tragedia griega en la que se ha convertido México (esperando su destino inexorable), cuyas esperanzas se cifran en que los aranceles que se impongan por Estados Unidos, no sean de la proporción en que echen a la basura su frágil equilibrio macroeconómico. Vale recordar aquí al inefable Carlos Monsiváis en la “época neoliberal” de que el problema radica en que nadie en México vive en la macroeconomía. Ahora ni eso será para presumir.

+Erubiel Tirado, Académico del Departamento de Historia y Coordinador del Diplomado “Seguridad Nacional en México. Los desafíos del siglo XXI” de la Universidad Iberoamericana.