Tiempos ominosos.

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/ Escrito por Lucía Melgar Palacios./

La absurda guerra comercial con la que Trump ha amenazado a sus socios más cercanos y sus ínfulas imperialistas contra Panamá y Groenlandia son sólo dos de los signos más tempranos y evidentes de los tiempos ominosos que nos acechan. Numerosas voces en Estados Unidos advierten ya que, junto con la imposición oligárquica, el nuevo gobierno busca asentar una autocracia desdeñosa de la constitución y de los derechos de las mayorías. En términos más amplios, lo que está en riesgo, en ese país y en el mundo, es el marco jurídico internacional de los derechos humanos, de por sí son poco respetados por el gobierno estadounidense, que ahora parece dispuesto a pisotearlos abiertamente, como indica la pretensión de Trump de justificar la limpieza étnica y el desplazamiento forzado de la población palestina fuera de Gaza.

El discurso de odio, la manipulación del miedo y la exaltación nacionalista y militarista que alimentan las políticas del nuevo gobierno de EUA están alcanzando niveles inusitados de cinismo pero no son nuevos; ya han dejado huella en esa sociedad y causado enormes daños en el mundo, en el siglo XX y en particular desde el 9 de septiembre de 2001, como conviene recordar brevemente.

A raíz del 9/11 se difundió desde el gobierno de Bush un discurso de odio contra los musulmanes como representantes del terrorismo, que llevaría a la invasión de Afganistán e Irak, con base en argumentos engañosos o mentiras. Las sospechas contra personas de color y cualquiera que pareciera extraño cundió entre la sociedad. La manipulación del miedo a nuevas agresiones abrió la puerta la aprobación de la Patriot Act (octubre de 2001) que, entre otros, permitía la vigilancia de la ciudadanía, así como el uso de la base de Guantánamo (enero de 2002) como infame cárcel, donde se recluyó y torturó a unos 800 hombres detenidos arbitrariamente en diversos países.

La Patriot Act contribuyó a fomentar el miedo y la autocensura, incluso entre voces críticas de la política militarista y racista en curso.  Pese a denuncias recurrentes, la  justificación de torturas crueles y condiciones inhumanas contra personas cuya culpabilidad no se había probado, normalizó ante cierto público la deshumanización en nombre de la “guerra contra el terror” y la “seguridad nacional”. En el contexto bélico predominante entonces, cualquier disidencia  y hasta las masivas manifestaciones pacifistas quedaban sofocadas por la exaltación de la “unidad” y el apoyo a las tropas nacionales, configuradas como “defensoras de la democracia”, e incluso de las mujeres musulmanas (puesto que la invasión de Irak, decían sus defensores, las “liberaría”).

No puede plantearse una relación directa entre la manipulación del miedo y el militarismo de entonces con la manipulación xenófoba y excluyente a la que Trump ha sometido a sus huestes y simpatizantes desde 2015, azuzándolos contra las poblaciones inmigrantes y diversas. A la llegada de este personaje  al poder han contribuido muchos actores y circunstancias, como la persistencia del racismo y la xenofobia, la continuidad del punitivismo extremo  (EU tiene la mayor población carcelaria del mundo), el resentimiento socioeconómico favorable a la estigmatización de inmigrantes y personas “diferentes” como “indeseables”, en un contexto de obscena concentración de la riqueza, donde la guerra es negocio y arma de despojo y deshumanización.

Es importante, sin embargo, recordar la relativa facilidad con que se puede someter a una población a los intereses de una clase política ansiosa de poder, cuyas ambiciones incluyen hoy un desmedido afán de lucro, a costa de cualquier persona o país, o del planeta mismo.

Las detenciones masivas de migrantes a quienes se califica de “basura”, el maltrato a los deportados, el anunciado uso de Guantánamo como centro de detención para los “peores”,  la denostación de las “minorías” sexogenéricas, la vileza de atribuir la causa de un accidente aéreo a políticas de inclusión, la cacería de funcionarios considerados “desleales”,  no denotan sólo una intención dictatorial. Este tipo de palabras y actos que estigmatizan, censuran, criminalizan, deshumanizan han precedido antes la imposición de regímenes totalitarios, cuya finalidad es el control total de la vida pública y privada.

De no frenarse pronto la alianza entre clase política y oligarcas tecnológicos tan abiertamente desplegada en la toma de posesión de Trump y en estas primeras semanas, la pesadilla totalitaria estará cada vez más cerca, sobre todo si estalla una crisis económica, que el propio Trump ha querido justificar como “mal necesario”.

Pretender y justificar el desplazamiento forzado de dos millones de palestinos o instrumentar la deportación masiva  y prácticamente indiscriminada de inmigrantes (indocumentados o no) desde EUA, son dos caras de una misma política de la crueldad. La defensa de todo ser humano, de lo que Arendt llamó “el derecho a tener derechos”,  es hoy más urgente que nunca.

CimacNoticias.com