Analy Osorio/ Testigo Púrpura
Ellas emprendieron el viaje en medio del éxodo centroamericano para sobrevivir, madre e hija juntas, inseparables, tomadas de la mano dicen “nosotras sólo nos tenemos la una a la otra”.
Provenientes de San Pedro Sula, Honduras, uno de los lugares más peligrosos de América Latina, vivieron el asesinato de su hijo/hermano a manos de una de las dos pandillas delictivas que controla Centroamérica.
Su familiar se encontraba en la escuela cuando fue acribillado. A pesar de la tristeza que causó su pérdida y motivadas por el sentimiento de dolor al ver a miles de niños y jóvenes integrados al crimen organizado, decidieron crear un grupo que los apoyara con sus problemas, realizando diversas actividades recreativas.
Decidieron crear un grupo que los apoyara con sus problemas, después de tres años de labor fueron amedrentadas
“Ellos sólo necesitan amor y atención”, dicen estas palabras mientras muestran algunas fotografías en su celular.
A pesar de que su trabajo fue aceptado por una parte de la población, hubo quienes se sintieron amenazados al perder partidarios en las pandillas, después de tres años de labor fueron amedrentadas.
La hija quien quiere ser periodista, estudiaba la universidad con el objetivo de que por medio de la escritura y la fotografía pudiese denunciar las injusticias que se viven en su país.
Un día saliendo de clases fue víctima de secuestro, interceptada por un auto en donde varios hombres la golpearon destrozándole la cara a tal grado de perder sus dientes y a un paso de perder la vida. No la mataron porque ella tenía que entregar un mensaje a su madre “esto sólo es el principio”.
Durante varios días, acechadas, tuvieron que vivir encerradas y con miedo, “eso no era vida” comentan con dolor. Los pandilleros les ofrecieron un trato, “dennos 50 mil lempiras y sólo morirá una”. Migrar fue la única opción que encontraron, con una pequeña maleta en mano, salieron de su país dejándolo todo.
Migrar fue la única opción que encontraron, con una pequeña maleta en mano, salieron de su país dejándolo todo
Su labor como defensoras les ayudo a encontrar exilio en México, su salida coincidió con el éxodo centroamericano dejando al descubierto la realidad que atraviesan varias personas que huyen de sus países, cada uno con diferentes historias que tienen en común la violación a sus derechos humanos y la falta de oportunidades.
El día de hoy tienen la esperanza de recuperar su tranquilidad y restablecer su vida sin dejar de contribuir a la labor social, arrebatando así a niños y jóvenes del crimen organizado.