Karen. Crónica de una psicosis perfecta

Mónica Garza/ La Razón

En este agonizante 2019, uno de los años más intensos en la lucha contra la violencia de género en México, las dos últimas semanas han sido por mucho las más estridentes, especialmente en la capital del país.

Desde la marcha #NiUnaMenos el pasado 25 de noviembre sobre Paseo de la Reforma, la formación del consejo para acompañar la Alerta de Género, la movilización masiva en el Zócalo con el performance Un violador en tu camino —con las burlas que lo acompañaron—; la aprobación en el Congreso Local de la Ley Olimpia contra la violencia digital, y hace unos días el desconcertante caso de Laura Karen Espíndola.

A este último me resulta difícil referirme únicamente desde un análisis de orden psicosocial o mediático, porque tengo una hija de 22 años y durante todo el desarrollo de los hechos, nunca dejé de ponerme en los zapatos de la madre de Karen, que inevitablemente son los míos y los de otros millones de mujeres en este país.

Y es que esa conversación vía WhatsApp que Karen habría tenido con su madre, y que se publicó en las redes sociales para presionar su búsqueda, no es sino la réplica exacta de la que tantos padres tenemos todos los días con nuestros hijos cuando están fuera de casa.

Misma precaución, misma angustia, mismos pensamientos catastróficos, animados por una realidad que es la nuestra.

Todos hubiéramos actuado igual que lo hizo la familia de Karen, que acudió a la Procuraduría capitalina para iniciar una denuncia por ausencia.

¿Cómo no iba a hacerse tendencia el hashtag #TeBuscamosKaren durante 14 horas, ante el miedo colectivo fundado, de ver repetida —una vez más— la misma historia?

Más de 15 mil mensajes se difundieron en menos de un día impactando a millones de cuentas. ¿Quién no iba a ponerse la camiseta de ayuda para la joven y su familia, si uno de los mayores miedos en esta sociedad mexicana tan asustada es precisamente ser el siguiente en formar parte de la estadística?

Por fortuna Karen no fue secuestrada, ni lastimada, no fue parte de la lista de las 10 mujeres asesinadas en México cada día; pero las imágenes que revelaron que nunca había salido de un bar en todas las horas en las que permaneció como “desaparecida”, no podían más que provocar esa ira colectiva que hizo a la joven —ahora sí— víctima de un linchamiento mediático.

Sí, por haber mentido, pero quizá también porque la mentirosa fue una mujer, justo cuando casi 3 mil mujeres han sido asesinadas en menos de 12 meses, en este país donde la impunidad es la constante.

Finalmente no hubo delito que perseguir, pero en este complejísimo episodio —además de la familia de Karen— pocos festejaron por ello. ¡Híjole! qué sorprendente es siempre nuestra condición humana.

Vaya lección la que nos dejó este caso, que fue el espejo de la psicosis en la que vivimos los mexicanos, en este que será el año más violento del que se tenga registro.

Fue lo malo y lo feo, pero lo bueno fue nuestra reacción como sociedad, empática, solidaria, unida en función de la causa de rescatar a una mujer, de salvar una vida, de presionar a las autoridades para que hicieran su trabajo. Y todo parecía indicar que íbamos a lograrlo.

Como sociedad civil, unidos y organizados, somos muy poderosos y ése es el foco que no hay que perder, porque cada vez más vamos a necesitarnos. Se trata de sumarnos con responsabilidad.

Hay que reconocer que las autoridades capitalinas hicieron su trabajo, aplicaron los protocolos correspondientes y ofrecieron el apoyo policial, legal y psicológico, para atender a la joven y a su familia.

Ojalá que este ejemplo extraordinario se convierta en costumbre, porque la violencia y la inseguridad son un hecho indiscutible, que ha alcanzado un nivel muy difícil de combatir con abrazos e impunidad.

Esta misma semana Ana Isabel de 46 años fue encontrada sin vida en Cuajimalpa y el cuerpo de Cinthya —de 25 años— fue hallado en la cajuela de un taxi. Montserrat Yáñez, Diana Pérez y otras mujeres continúan desaparecidas.

La irresponsabilidad e indolencia de Karen nos hizo rabiar, pero la lección quedó aprendida. La denuncia y la presión de la sociedad no debe relajarse, hasta que las sentencias a los culpables ocurran en tiempo y forma, y sean más que el número de víctimas.