Columna Fuera de Foco.
Por Silvia Núñez Hernández.
“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni como vestía. El violador eres tú”. El performance que le está dando la vuelta al mundo. Una lucha de valientes, de mujeres hartas de la violencia de género. Mujeres que son quienes mueven al mundo. Mujeres, responsables de casi todo lo que opera en el mundo. Responsables y creadoras de la propia vida, de la educación y del crecimiento de otro ser humano.
Poderosas, aunque lamentablemente muchas no lo saben o si lo saben, lo utilizan para pisotear a otras mujeres. La violencia de género, un ente, un monstruo de siete cabezas con formas de machos y misóginos; con formas masculinas o femeninas. Es el resultado del odio a una mujer, pero no se tiene que ser hombre, pues existen evidencias que muchas odian a su propio género.
El movimiento feminista, me cimbra. Me duele. Me toca las fibras más profundas de mi ser. Odio los abusos a cualquier ser humano y a cualquier ser vivo. Pero más odio, a quienes creen que nosotras las mujeres somos inferiores por el simple hecho de ser mujer. Por ello, me desgarra la intención que como las mujeres, tengamos que exigir justicia y respeto, dos factores que son inexorables para cualquier ser humano y a lo que tenemos derecho: la libertad. Un movimiento que nace de las entrañas del dolor, de la desesperanza, del horror de otras mujeres que sufren y han padecido por un misógino, por un pederasta, por un violador, por un desnaturalizado hombre que piensa puede infringir violencia en contra de una mujer.
Llevo con orgullo mi estandarte de género. Llevo con orgullo, el hecho de ser mujer. Y aunque me considero una mujer con la fuerza para defenderme de cualquier abuso; también he tenido que padecer en carne propia la opresión proveniente de algunos hombres y hasta porque no decirlo, de parte de otras mujeres.
He tenido que defenderme de la violencia de sus roles y exigir un trato equitativo. He visto la mirada de superioridad del macho, que piensa que una mujer no puede ser líder o dirigir a un grupo de personas. He sido calumniada por un misógino periodista alcohólico, quien escribe por encargo de otro misógino. He sido víctima de la violencia infringida por otra mujer, como lo que actualmente padezco en la Delegación Regional de la SEV, de parte de la actual titular.
Y es cuando mi pregunta salta al aire: ¿Por qué tenemos que demandar respeto, si todos tenemos derecho a él?
El problema es muy profundo y proviene de una cultura machista e intolerante. Viene de los usos y costumbres de pueblos enteros ignorantes, que mancillan y denigran a sus mujeres. Viene de la cultura machista que fomenta una mujer en la educación de sus hijos varones en contra de sus propias hijas. Proviene de la barbarie y la estupidez. Pero también en “civilizaciones”, que están “intelectualmente” avanzadas. Ni por ello, están exentos de disfrutar la dominación en contra de las mujeres. A los misóginos incrustados en las esferas políticas; en los tribunales; en el gobierno opresor. Es un cáncer, que invade a una sociedad que supuestamente está a la vanguardia.
Hoy me uno a la lucha. Una lucha que considero no debería ni de existir. Pues el respeto al prójimo, debería de ser natural entre todos los seres humanos.
Las mujeres no son “las chachas” de los machos. No son su objeto sexual. Ni tampoco las responsables de embarazos no planeados. Las mujeres no son responsables del “hogar”, ni los hijos. Los hijos no son su trabajo, ni tampoco son sus niñeras, ni sus maestras, ni sus lavanderas, ni sus choferes, ni sus doctoras. Un hijo es responsabilidad de dos personas que decidieron unirse y formar una familia. ¿Quién te dijo que quien debe de correr del trabajo a la escuela, de ocuparse de los hijos, es la mujer? Equitativamente se tendría que distribuir la responsabilidad. Pero el macho se evade y golpea. Aunque no sea lo suficientemente capaz de procurar la estabilidad económica de su “hogar”, como los usos y costumbres lo marcan. Hoy la mujer tiene que contribuir económicamente, pero también atender a la pareja y a los hijos. La violencia radica, en el abuso de someterla a cargas laborales que exceden su capacidad física.
La misoginia es ancestral. Las propias religiones promueven activamente en mancillar y pisotear al género. La religión católica, la mormona, los testigos de Jehová, la Luz del Mundo, las sectas cristianas; todas violentan y agravian a las mujeres. La familia LeBarón es una muestra de la intimidación latente. La poligamia es una de las mil maneras de infringir dolor a las mujeres. Las mujeres no pueden ser polígamas, solo los hombres. Hay denigración y opresión, de quienes se consideran superiores a las mujeres. Se piensan sus dueños y pueden hacer con ellas, lo que más le plazca.
En pleno signo XXI, seguimos luchando por la equidad. Seguimos manifestándonos por las mujeres que están desaparecidas, por las muertas, por las violadas, por las asesinadas por sus propias parejas. Hoy mi corazón sangra. Me duele, me lastima, lloro. Pero lucho hombro con hombro en contra de la misoginia, por la equidad, por el respeto a las mujeres para destruir al monstruo de siete cabezas.
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