Dos perros.

Sin tacto

Por Sergio González Levet

Son dos y viven en la cochera de la casa vecina, que tiene una reja espaciada en sus barrotes. Cada que alguien llega a tocar mi puerta, los dos demonios se abalanzan con sonoros ladridos, y con eso han espantado ya a múltiples misioneros de las religiones protestantes, a los escasos carteros que siguen entregando correspondencia, a un jardinero tenaz que cada tercer día toca el timbre para ver si se nos ofrece que arregle el patio -un patio que por cierto no tenemos-, al joven de la tintorería que nos entrega ropa, y a los amigos y familiares que vienen a nuestro hogar con la idea de ser recibidos con una sonrisa hospitalaria y no con los aullidos estentóreos que descomponen los tímpanos y hacen que brinque el corazón.
La propietaria de la casa es una profesora jubilada que vive sola y recibe aleatoriamente, una vez por semana, la visita de un señor, desconocido para todo el barrio, que llega de noche y se va cuando las penumbras aún no han cedido su lugar a la prístina claridad del sol mañanero.
Y encima, los dos canes también le ladran a quien se le ocurra pasar por enfrente del domicilio que su dueña piensa que resguardan con sus aullidos. Y con eso quiero decir que los perros, que no son tan grandes pero rugen como leones, se la pasan todo el día espantándonos con sus impertinentes gruñidos.
En plan de arreglar las cosas, mi mujer se acercó a hablar con la profesora, pero después de unos cinco minutos de plática inútil se dio cuenta de que la señora nunca iba a hacer nada para impedir que sus animales nos siguieran sobresaltando.
—Pues hágale como quiera, seño, pero mis perritos se van a quedar en el garaje, aunque a usted la molesten y aunque los olores de sus necesidades se metan en su casa y conviertan su sala de estar en un lugar en el que es imposible estar —fue la respuesta solitaria que recibió ante su petición, que había sido expresada de la manera más amable que pudo.
Leí el otro día en Internet que 70 por ciento de las familias de México tienen una mascota, y que un alto porcentaje de ellas no son cuidadas debidamente. Así que es muy posible que usted padezca también por el ruido o el olor de las heces de animalitos descuidados por sus vecinos.
El segundo paso que intentamos dar fue acudir a las autoridades, pero no recibimos ninguna respuesta plausible ni de parte del sector de salud ni del ayuntamiento.
En el ámbito sanitario nos pidieron que pusiéramos una queja en forma de oficio, que elaboramos y entregamos en tiempo y forma, y cuya respuesta fue que ellos no tenían ninguna posibilidad legal de ayudarnos.
En el Ayuntamiento, la cosa fue similar en el resultado. Primero nos mandaron de un área a otra: que a los servicios de salud, que a la Secretaría, que con el Particular, que a la perrera. Y después nos fueron diciendo en cada lugar que el asunto no era de su incumbencia.
Total, los dos perros siguen ladrando a cada momento y en casa estamos a punto de volvernos locos.
Y la verdad parece que no hay nada que hacer, ni nadie que nos pueda ayudar-
¡Ni AMLO!

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