Gabriel Zaid/
Hay algo militante en el feminicidio. Una afirmación personal que es también colectiva. ¡Tenemos que ponerlas en su lugar! Los hombres unidos jamás serán vencidos.
La guerra de géneros viene de la prehistoria. Hay especies dominadas por hembras (la abeja reina, la elefanta matriarca), y ese fue el caso de la especie humana. Lo descubrió Johann Jakob Bachofen (Das Mutterrecht, 1861): Antes del patriarcado, hubo matriarcado.
Lo afirma un mito de los selknam (exterminados para colonizar Tierra del Fuego): Antes dominaban las mujeres, pero triunfó una insurrección masculina. Cuando un joven selknam pasaba a la vida adulta, el rito de pase incluía la admisión a sesiones secretas sobre cómo tener a las mujeres bajo control. (Martin Gusinde, El mundo espiritual de los selk’nam, 1918-1924, en la web).
El matriarcado dio origen a la misoginia, un resentimiento arcaico contra las mujeres, vivo hasta en grandes espíritus (Schopenhauer, Nietzsche). El filósofo Althusser fue más lejos: estranguló a su mujer. Y, sin embargo, ahí está el contraejemplo milenario del Cantar de los cantares: la fraternidad de los géneros que pasan de la guerra al amor.
Castigar la violencia es fundamental, justo y disuasivo. Pero es mejor prevenirla. No basta con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, expedida en 2007 y reformada once veces para hacerla mejor. La situación no mejoró, y hoy está peor que nunca. Se han multiplicado los matanovias al estilo del que mereció la noticia: “Raptola, violola y matola”.
Desgraciadamente, el gobierno no ve la gravedad del problema ni sabe cómo resolverlo ni le importa. Hay que desarrollar soluciones desde la sociedad, empezando por concientizarla.
1. Repetir anualmente la marcha del Día de la Mujer.
2. Crear y difundir un Indicador de Feminicidios que lleve la cuenta semanal. La meta razonable es cero.
3. Proponer candidatos a la renuncia del gobernador o funcionario federal más inepto en el combate al feminicidio. Hacer una convocatoria anual y publicar la votación.
4. Hacer un concurso anual de caricaturas sobre el machismo.
5. Crear mapas con lugares de agresión frecuente, darlos a conocer y gestionar alumbrado público intenso y cámaras de vigilancia en esos lugares.
6. Enviar reconvenciones a los medios que difundan chistes misóginos. Exigirles que bajen las fotos íntimas de ciberacoso.
7. Organizar una cadena de clínicas para la terapia del machismo.
8. Desarrollar un test psicológico que permita advertir los casos de peligro y su tratamiento en la educación de niños y adolescentes, así como en la contratación de maestros, policías, etcétera.
9. Crear un organismo promotor de casas de refugio transitorio (atendidas por trabajadoras sociales, enfermeras, monjas) para víctimas o posibles víctimas.
10. Auspiciar bufetes jurídicos especializados en representar a víctimas o deudos, acusar a los responsables directos o indirectos y denunciar a las autoridades que no cumplen.
11. Promover las artes marciales para mujeres.
12. Pocas víctimas denuncian legalmente, por temor a los trámites, a las represalias o a ser exhibidas en los medios. Las que se atreven se exponen a una segunda agresión: de las autoridades que no atienden, dudan y hacen exámenes físicos o preguntas maliciosas. Hace falta una “fiscalía” ciudadana que inspire confianza, que atienda con privacidad, que escuche, acompañe y aconseje. Recibiría también denuncias anónimas desde teléfonos públicos. Separaría las acusaciones dudosas. Revisaría si el agresor tiene antecedentes penales. Crearía tipificaciones de agresores y agresiones, lugares peligrosos, armas, parentesco o relación con la víctima. Crearía estadísticas y bases de datos con perfiles de acusados (sin nombres), tipos de agresión, lugar, hora y día de la semana, fecha, edad de la víctima y el agresor. No procedería legalmente: cabildearía ante las autoridades, rectores, jefes de empresa, obispos, etc. Y asesoraría a grupos militantes.
Las mujeres que son víctimas de chiflidos, piropos obscenos, chistes, burlas, frases hirientes, insultos, discriminación, amenazas, acoso, manoseos, jaloneos, golpizas, secuestro, violación, tortura, lesiones, quemaduras, mutilaciones, ataques con ácido, asesinato, estrangulamiento, ahogamiento o descuartizamiento, reflejan el rencor de un cobarde y el subdesarrollo de los hombres en el poder.