Alfredo Arnold Morales.*
La palabra resiliencia se puso de moda hace pocos años. Se refiere a la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas. Es un vocablo que viene de la ingeniería y se aplica a la “capacidad de memoria de un material para recuperarse de una deformación, producto de un esfuerzo externo”. Por ejemplo, un rascacielos puede oscilar por distintas causas, pero su resiliencia hará que recobre la verticalidad y no quede inclinado. Algo así como elasticidad.
Durante la pandemia de Covid-19 se ha escrito bastante sobre la necesidad de que la resiliencia ayude a que el mundo, los países, las organizaciones, familias y personas recuperemos la normalidad.
¿Es posible que el mundo se recupere después de una experiencia traumática a nivel global como la que ocurre actualmente?
Lo que sucedió después de la Segunda Guerra Mundial puede darnos cierta luz al respecto:
La guerra finalizó en 1945 dejando un saldo de 50 a 70 millones de víctimas mortales, pobreza mundial, países devastados y una economía hecha añicos. Cesó la guerra, pero las cosas no volvieron a ser como antes de la invasión a Polonia en 1939: nació la ONU como foro y árbitro multinacional para asuntos políticos, salud, educación y alimentación, entre otros. Se crearon también el FMI y el Banco Mundial para apuntalar la recuperación económica. Las naciones también se transformaron.
¿Ganaron los ganadores y perdieron los perdedores?
Por parte de los Aliados, los ganadores: Gran Bretaña entró en depresión económica y racionamiento, perdió el control del Canal de Suez y el dominio de sus principales colonias, incluidas India y Egipto. También Francia perdió sus territorios africanos. La Unión Soviética apuntó a la expansión del comunismo, dio más importancia a las armas que a los alimentos y se derrumbó antes de que finalizara el siglo XX. Estados Unidos fue probablemente el más beneficiado, aunque hechos actuales, como el ataque a las Torres Gemelas, la crisis financiera de 2008, la competencia económica de China y los estragos que sufre por el Covid-19 no son nada alentadores.
En cambio, del Eje perdedor de la guerra, Italia se convirtió en república y creció como potencia turística, y ni hablar de Alemania y Japón, que resurgieron de sus cenizas para convertirse en potencias económicas y tecnológicas.
Regresando a nuestro tema, vemos pues que no hubo resiliencia después de la Segunda Guerra Mundial, toda vez que no se volvió al antiguo status, ni siquiera al de los ganadores. Lo que sí hubo fue transformación.
Esta lección de la historia no debe ignorarse. Es cierto que en los últimos 75 años el mundo ha disfrutado de relativa paz y enorme progreso material, pero aparecieron y van creciendo problemas de desigualdad social, confrontación ideológica, derechos humanos, deterioro del medio ambiente, pérdida de valores, etcétera. La ocasión es propicia para replantear las directrices del camino por el que veníamos caminando antes de que estallara la pandemia.
La resiliencia seguirá siendo importante, en cierta forma imprescindible para muchos ámbitos de la vida comunitaria e individual, pero la transformación paulatina hacia un status centrado en la vida, la dignidad y el bienestar de la persona humana, tiene que ser una de las premisas después de esta crisis.
*Académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara