Sin tacto
Por Sergio González Levet
La ciudad de Veracruz tiene una de las nomenclaturas más modernas y novedosas del mundo. Como todos saben por acá, los números de las casas no se ponen en orden progresivo, sino de acuerdo con el número de metros que las separan del inicio de cada rúa. Así, si alguien busca la casa marcada con el 123 de la calle Mario Molina, y está al principio, sabe que tendrá que recorrer 123 metros para llegar a su destino.
Esta es otra ventaja que tienen los cuatro veces heroicos sobre los xalapeños, porque en la capital, por su orografía incestuosa, por su laberíntica condición callejera, por su impávida naturaleza de escondrijo, está del nabo llegar a un lugar con la pura dirección anotada en un papel.
Hay tres factores en contra de una localización rápida y segura en Xalapa: primero: las pendientes azarosas, que hacen embeber el buche de subida y arriesgar el físico y las rodillas de bajada. Segundo: el tráfico (el “trágico”, me califica un amigo inteligente), que imposibilita cualquier recorrido más o menos expedito.
Y tercero: la nomenclatura municipal, que difumina la ubicación de las colonias, hace huidizos los nombres de las calles y entreverados los números de las casas.
Los números… para allá voy. Como si no fuera suficiente con esas calles desconcertantes, muchas veces dar con el número de un domicilio es verdaderamente imposible. Si busca usted el 17, por ejemplo, y está frente a la casa marcada con el 7, puede pensar que cinco inmuebles después dará con él. Pero no: lo usual es que después del número 7 aparezca, tal vez, un número 11, y después un inexplicable 228, y enseguida un 42 bis, y que el elusivo 17 esté dos cuadras más allá, entre el 51 y el 64.
Dicen los enterados que esa numeración enigmática se debe a un personaje que trabaja en el departamento correspondiente de la Dirección de Desarrollo Urbano del Ayuntamiento capitalino; dicen también que ese señor, por su edad, debió haberse jubilado hace cuatro trienios, pero que no ha querido dejar su puesto ni su oficina ni su sueldo para que lo devengue alguien con mayor calidad mental.
Y digo lo de la mente porque a nuestro personaje se le hace bolas la continuidad de los números periódicos, y no atiende que después del 2 va el 4 y enseguida el 6 y así sucesivamente. Y que enfrente es lo mismo: 1, 3, 5, 7, etc.
No falta quien opine que ese diligente aunque poco eficaz empleado tiene una concepción diferente a la aritmética pitagórica, y que más que descansar en los teoremas de Euclides se va por la teoría de la incompletitud de Gödel.
Por eso para él, después del número 53, impar, no sigue el 55, sino que en su mente alzhaimeriana ve, en lugar de una sucesión ordenada de viviendas, un agujero negro, un gusano espacial, un accidente del tiempo, y le acomoda a la casa siguiente un inesperado 86, por decir algo.
No sé, tal vez el tiempo y las matemáticas de última generación le terminarán haciendo justicia.
Y miren: esto no es solamente culpa de Hipólito, sino de sus antecesores, que le dejaron este otro problemita que tampoco ha podido resolver.
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