TIERRA DE BABEL
Jorge Arturo Rodríguez.
Sin entrar en detalles, puesto que es harto sabido, qué onda con eso del senador Samuel Alejandro García Sepúlveda, del Movimiento Ciudadano, cuando le ordena a su esposa influencer Mariana Rodríguez Cantú, en video que circula por ahí: “Súbete la cámara, estás enseñando mucha pierna”. Las respuestas, desde luego, no se hicieron esperar y las redes tundieron al “cenador” –celador. En lo personal, me causó tristeza, enojo y vergüenza, porque así anda nuestro México: de la chingada; aparte de que nos gusta el escándalo, estar y ser el centro de atención, para bien o para mal. La mente enfermiza nos consume en casi todos los ámbitos, actores y espectadores. Y muchas veces dejamos de lado lo esencial, lo maravilloso que somos; abandonamos la exquisitez creativa y la sublime sensibilidad que, quiérase o no, todos poseemos, pero desgraciadamente el mundo no sólo anda de cabeza, sino sin cerebro y sin corazón. Bien, nada de cursilerías, pero también, por favor, tampoco de tonterías, por decir lo menos. Así como andamos, ¿cómo chingaos sacaremos al buey de la barranca? Probablemente es por nuestra idiosincrasia: nos gusta chingar y estar jodidos, que nadie nos rebase, pero tampoco ir parejos. Ah, no, primero yo, luego yo y luego yo. Y es, repito, en todos los ámbitos. ¡Ah qué mexicanitos! ¡Imagínense en la política y otras esferas! Desde luego, hay excepciones.
Eso ha ocasionado, por ejemplo, que se nos haya olvidado el respeto y la tolerancia. Pa’ qué seguirle. Se nos ha olvidado, en este particular caso, qué es el erotismo; antes bien, nos encanta la perversidad, la pornografía. Y no hay distinción de género, aunque, bien lo sabemos, a los hombrecitos mexicanos nos domina la posesión y etc. Tristemente, sólo vemos lo que queremos, de acuerdo a como nos da la gana, a como nos criaron, o porque quién sabe qué madres. Pretextos y justificaciones sobran. Total, sólo es cuestión de pedir disculpas o perdón, que no es lo mismo, pero es igual, de acuerdo a como se nos dé la gana.
Max Aub, en su libro Yo vivo, escribió: “¡Oh, muslos suaves, y la blanca dorada superficie lunar, del vientre, con la enroscada cueva del ombligo!” ¡Vaya, qué muslos y qué ombligo! (Lean El ombligo como centro erótico, de Gutierre Tibón). En la manera de pedir está el dar, ¿no? En el mismo libro, Capítulo XI – De Matilde, leo:
“Matilde tiene veintidós años y es vendedora de guantes. Mide un metro sesenta y uno, pesa cincuenta y cinco kilos, tiene sesenta y nueve centímetros de cintura, ochenta de pecho, noventa de cadera. No es golosa; le gusta el cine, las rosas y el perfume de rosas; prefiere ir bien calzada que bien vestida. Cierta predilección por las novelas de Armando Palacio Valdés, que prefiere releer a introducirse en mundos nuevos. Si no duerme nueve horas no está contenta. Vive con su madre, no conoció a su padre. Es novia de Enrique desde hace dos años y dejó de ocultarle nada ocho meses después. Se casarán cuando él acabe la carrera. Hace año y medio que no se confiesa; piensa rescatarse la víspera de la boda.”
¡Uff! Pero se perdió el gusto literario y artístico de las cosas y el mundo. Tan bello que es el amor y el erotismo. Y es para todos. ¿En qué mundo vivimos? Claudio Magris, en El Conde y otros relatos, escribió: “…la gente no sabe estar en paz y siempre tiene necesidad de inventarse algo, de distraerse con los dolores y la muerte de los otros”.
Quien entendió, entendió.
De cinismo y anexas
Pos que creen, leí que “el escultor de aromas” Michaël Moisseeff, “un estudioso de la genética que ahora se dedica a la perfumería busca recrear el olor de la Luna, basándose en las descripciones que han hecho los astronautas”. (eluniversal.com.mx, 11-08-22). Tons me acordé de la novela El perfume: historia de un asesino, de Patrick Süskind, que luego fue llevada al cine. Recordé también, desde luego, la película “Perfume de mujer”, dirigida por Martin Brest y protagonizada por Al Pacino. El chiste es que releyendo a Max Aub, me encontré con el texto titulado “Ese olor”, lo cual me llevó a preguntarme: ¿A qué huele el mundo actual? Se los comparto.
“Ese olor. Ese olor que me acongoja, ese olor que me sigue, ese olor que me persigue. Ese olor…
Lo vi, estaba allí: quieto, repugnante, alrededor de la cosa. Podrido. De un salto se me agarró desesperadamente, y, ahora, por más que hago, no hallo manera de deshacerme de él. Me lavo, me restrego, me hundo en el agua, ando bajo la lluvia, en el mar. Me alejo. Ya lo perdí. Sonrío: Ya lo engañé. Me desespero: Pude con él.
Y ahí vuelve, solapado, leve, lento, tenue, hediondo, persistente, quieto, fijo, horrible.
—¿Usted no sabe cómo podría deshacerme de él? Me persigue. Me estoy quieto sin respirar. Atento, mirando, convenciéndome de que se va, de que se fue. Pero no. Está ahí, aguardándome taimado. ¿De dónde?
Cambio de ropa. Hago las más diversas abluciones; me perfumo. Yo, ¡qué no me perfumo nunca! Vuelve el tufo, peste ligera, no por ello menos peste. Me persigue, le aseguro que me persigue. Mugre lenta, despaciosa, socarrona. De connivencia, ¿con quién?, ¿con qué?, ¿qué me quiere?, ¿por qué me sigue?, ¿qué engaño?, ¿qué astucia?
Me escondo tras la primera esquina, espero. Sé que me busca. Pasa de largo, me pierde. Respiro.
Pero está ahí, por lo bajo disimulado, a lo zaino. Callado. ¡Oh, si gritara!
Me envuelve, penetra sinuoso, espía, me acaba.
¿Qué es un mal olor? Nada. ¿Quién se fija? Un tufo. Un hedor. ¡A quién le importa! ¿A quién le digo que me atosiga? Creerán que no sé lo que digo. ¡Sí! ¡Sí!
Pero ahí está esta basura mugrienta. Nada me libra. ¡Si tuviese color!
Lo tiene. Es rojo, rojo pardo, rojo sucio, rojo verde, rojo oscuro, rojo negro, rojo, rojo corrupto, rojo carroñoso, rojo basura, rojo fétido, rojo mugre, rojo sinuoso, rojo disimulado, ¡ahí!, en mi pecho, subiendo por la garganta, saltando por encima de la boca, metiéndose por las alas de la nariz, revolcándose con el moco, llenándome todo.
¡Llevadlo! ¡Llevadme! ¡Ese olor, ese olor muerto! ¡Ese olor de muerte! ¡Ese olor putrefacto, que me carcome! Ese olor vivo de la muerte.”
Ahí se ven.