Por Rafael Arias Hernández.
Y cuando despertamos, la corrupción sigue ahí, aquí y en todas partes.
Cuando quieren, sus beneficiarios la niegan, la hacen invisible, no existe o es mínima; o en todo caso, no hay problema, es poquita. Sostienen y declaran que no hay corrupción. Y ofrecen el discurso onanista de buenas intenciones, apoyado en el festín de las cifras, estadísticas e indicadores; porcentaje menor, incremento mínimo, vamos bien, etc. Se sostienen en todo lo tecnocrático que justifica, o convierte en pretexto el daño que se causa; o se refugian en el escapismo de la Historia.
En otras ocasiones, hay quienes señalan y denuncian la corrupción, atribuyéndosela a otros, conocidos o desconocidos, y los ponen de ejemplo, en el tiempo y espacio que les conviene; son ellos, fue en el pasado, ocurre en otra parte. Vieja conocida y desgatada estrategia, de distracción, del “Yo no fui, fue tete…”
Es más, también hay, quienes se divierten y recrean la corrupción, en la vieja costumbre del chiste y la broma; con frecuencia la citan y festejan, porque aseguran que es parte de nosotros, de lo que desde siempre nos caracteriza y distingue. Es “cultural”, declaro un expresidente; es historia, costumbre o adicción, dicen otros gobernantes y funcionarios presentes; en general, estos concluyen que es broma, un buen chiste…”Nomás la puntita…”
Incluso, hay que decirlo y señalarlo, también hay los que aseguran y sostienen, que enfrentan, combaten y hasta eliminan, la archiconocida y padecida corrupción, que hasta fama mundial ha dado a México. Dicen y repiten, que en su tiempo y encargo ha desaparecido, porque la han erradicado; y que ellos son limpios, honestos e inmaculados. Son los santos de hoy; los nuevos superhéroes de la burocracia que presumen lo que no hacen, ni quieren hacer, solo distraer y entretener.
Vox populi asegura que no se dan cuenta, que en el caso de la corrupción, ya no se puede limpiar la escalera de arriba hacia abajo, ni de abajo hacia arriba, porque ya se la robaron, o desaparecieron algunos de sus escalones; o bien, la empeñaron, privatizaron o concesionaron.
Finalmente. Imposible olvidar los que se enchufan y desde fuera, desde lo privado (empresa, familia o grupo), se conectan a la ordeña y repartición.
CUENTO DE NUNCA ACABAR
Ni novedad ni noticia, sigue y se extiende el repetido e injustificado uso y abuso de los recursos públicos y atribuciones institucionales. Quien quiera oír, que oiga.
Incapacidad e ineficiencia se repiten, sistematizan y vuelven costumbre; y, al mismo tiempo, en la perversidad de la irresponsabilidad del mal manejo, se propician y sostienen, formas de delincuencia gubernamental que, desde siempre, benefician, enriquecen y favorecen intereses personales, familiares y de grupo. Ineptitud y corrupción están presentes.
Lo peor es que buena parte del análisis, reflexión y debate públicos, de estos temas, es o acaba resultando intrascendente o superficial. No hay resultados; aprovechándose, por lo general, para simular y encubrir, o para distraer y entretener.
Espectáculo continúo, de sensacionalismo y escándalos públicos.
De la filtración milagrosa, al videojuego de los corruptos.
Historia sin fin, farsa de nunca acabar, no se atiende y sale de uno, cuando ya otro y otros, ocupan reflectores y pistas del circo. Distraer, entretener. Posponer o negar, la reclamada justicia, substituida por impunidad.
De minimización o ninguneo, a la urgente, buena administración de los escasos recursos públicos; y al cumplimiento puntual, de obligaciones y deberes institucionales.
Sin denuncia, proceso y eventual sanción o castigo, la problemática crece y hace más compleja. Costos y consecuencias de desatender o menospreciar, lo importante.
La costumbre de la impunidad, se fortalece.
Ante nulos, mínimos y habituales resultados, es indispensable diagnosticar y evaluar a los gobiernos. Distinguir buenos (que los hay), de malos (que abundan).
¿De qué sirve crear y sostener, costosas instituciones, organismos y dependencias oficiales o dizque ciudadanas?
Urgen verdaderas y efectivas: transparencia, acceso a la información pública, rendición de cuentas, fiscalización, y evaluación ciudadana y social
Insistir siempre, en gobernar al gobierno. Participar y evaluar todo lo que haga (bien o mal), o lo que no haga y quede pendiente.
En una democracia, determinante someter y sujetar a todos, al Estado de Derecho. Ante todo, legalidad y legitimación.
En todo caso y momento, cumplir con eficiencia y honestidad, en la administración de esos recursos públicos, para que se optimicen y sirvan para atender las prioridades de la población.
Obligación y derecho ciudadano y social. Participar y evaluar, todo y a todos.
GUIA MINIMA AUXILIAR, PARA IDENTIFICAR GOBIERNOS.
Para la reflexión, cuando se comprueba o tiende a ignorar lo importante, a minimizar lo determinante y a soslayar lo básico. Oportuno insistir, en algunas de las muchas lecciones, que la Historia ofrece, para identificar y distinguir buenos, de malos o peores.
Gobierno que no cumple con su obligación de atender bien y a tiempo las necesidades sociales, es un mal Gobierno.
Gobierno que no promueve y organiza el cambio social, corre el riesgo de que el futuro lo alcance; e incluso, puede convertirse en obstáculo y enemigo de la sociedad.
Gobierno que no hace lo que debe hacer, ni cumple y hace cumplir la ley, es irresponsable, delictivo y condenable.
Gobierno que no consolida y fortalece logros y avances, ni corrige y evita errores y pérdidas; que no atiende pendientes y retrocesos, ni prevé lo previsible y asegura el futuro, es un Gobierno desobligado e irresponsable.
Gobierno que no sirve ni forma parte de la solución, se convierte en el problema o en parte de él.
Frente a la presunción de inocencia, los resultados pueden probar responsabilidad y efectividad: o incapacidad y delincuencia.
Gobernante, funcionario y servidor público, potencialmente puede ser: presunto responsable; prófugo potencial; o, culpable intocable.
No busquemos más a quien echar la culpa; ni en que entretenernos y distraernos más. O enfrentamos y resolvemos los problemas; o nos resignamos a padecer y pagar las consecuencias.
Se comete el error, lo demás es con cargo al presupuesto oficial y al sacrificio social.