PENSÁNDOLO BIEN
Jorge Zepeda Patterson.
La situación en la que se encuentra el gobierno de López Obrador me hace pensar en la de un entrenador de futbol que ha preparado cuidadosamente el partido con una estrategia ofensiva, pero al minuto 20 su mejor jugador comete penalti, es expulsado y les marcan el gol. Con 70 minutos por jugar el entrenador tiene que decidir si continuar con su plan de juego agresivo y arriesgarse a recibir una goleada catastrófica o modificar sus planes y asumir una estrategia más conservadora que lleve a minimizar los riesgos.
La terrible crisis económica a escala mundial ha modificado radicalmente las circunstancias que existían cuando el presidente concibió su “plan de juego”. Cabe preguntarse cuándo y en qué medida introducirá los cambios acordes con la tragedia que se nos ha venido encima.
En los años setenta el presidente López Portillo asumió que el principal reto de México era administrar la abundancia, resultado de la bonanza petrolera. Cincuenta años más tarde otro López dirige los destinos del país bajo la premisa justamente opuesta: administrar la escasez.
La pandemia y sus secuelas han puesto contra la pared a los gobiernos del mundo. En 2020 todas las economías retrocederán, excepto la de China. México tendrá un decrecimiento de casi 10%, el peor en muchas décadas, aunque no está solo en su desgracia: Inglaterra, Francia, Italia o España se contraerán en igual o peor proporción. En ese sentido no habría que apresurarse en culpar a la gestión de López Obrador de los malos augurios, o al menos no exclusivamente, considerando la manera en que la crisis está vapuleando a economías mucho más robustas que la nuestra.
Solo el tiempo permitirá deslindar en qué medida las políticas seguidas por el gobierno acentuaron la crisis o, por el contrario, evitaron una tragedia humana al volcar sus recursos a los más necesitados. Pero al margen de ese balance, lo cierto es que tomará varios años recuperar los niveles de producción o el PIB per cápita previos a esta administración, y quizá no vuelvan alcanzarse en lo que resta del gobierno de la 4T. En otras palabras, para efectos económicos, el de López Obrador podría ser un sexenio perdido.
Desde luego el crecimiento nunca fue el objetivo primario de la propuesta de transformación de AMLO; justamente la principal crítica que se hacía al modelo anterior era su obsesión por el crecimiento que desdeñaba la desigualdad, la injusticia social y el abuso. Con el cambio de gobierno no se trataba ya de ampliar el pastel a como diera lugar, sino de revisar la manera en que ese pastel era repartido. Pero en ningún escenario López Obrador había contemplado que el pastel fuera a achicarse. Y eso es justamente lo que está sucediendo.
El problema para México es distinto al de la mayoría de los países; la recuperación tendrá que darse en medio de la mudanza en la que estaba inmersa la 4T. Otras naciones simplemente intentarán cerrar el paréntesis y continuar haciendo lo que venían haciendo antes de la pandemia. Pero no es el caso de nuestro país. López Obrador intentaba modificar un modelo agotado pero que aseguraba un crecimiento modesto (2% en los últimos años) y para ello entendía que habría de pagar un costo el primer año: hacer un giro en la dirección implica disminuir la velocidad. O como él mismo ha dicho, citando a Gramsci sin citarlo, “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no ha terminado de nacer”. Para su desgracia es en esas circunstancias que nos ha agarrado el desafío de la recuperación.
¿Qué hará López Obrador de cara a los cuatro años que quedan? La sensación que deja su segundo informe de gobierno, presentado este martes, es que el presidente ha decidido, al menos por el momento, atrincherarse en su estrategia original. Algunos críticos, dijo, piden “que yo traicione mi compromiso con la sociedad, que falte a mi palabra y que renuncie a mi congruencia. Y eso, lógicamente, no va a ocurrir”. Fue un discurso a la defensiva y dirigido no a todos los mexicanos sino a aquellos que no piensan como él. Una batería de argumentos para insistir en las bondades de sus políticas.
Supongo que sí, que hay críticos que desearían que López Obrador pusiera en el congelador su revolución y restituyera en lo sustancial el modelo anterior para favorecer la recuperación. No parecen darse cuenta de que si la situación ya era insostenible para los sectores más desprotegidos, la crisis económica la haría explosiva.
No sé qué habría pasado sin las enormes transferencias directas que el gobierno ha hecho a 7 de cada 10 hogares mexicanos (según sus cifras) o, peor aún, si no existiese la esperanza que representa para los desesperados saber que en Palacio de Gobierno está un hombre que habla en su nombre, pese a todo.
Sin embargo, a López Obrador no le bastará con tener la razón, incluso si la tiene, asumiendo que son legítimos los argumentos presentados en su Informe. Si no consigue que el tercio superior participe activamente en la recuperación y no se enconche en espera de mejores tiempos como parece estarlo haciendo, la estrategia de AMLO podría ser contraproducente. El pastel podrá estar mejor repartido, pero al ser más pequeño que antes, la situación de los pobres podría ser la misma o peor que al momento de tomar posesión.
El segundo informe me parece una oportunidad perdida. Habría esperado que el presidente hiciera una convocatoria parecida a la de Churchill en la II Guerra Mundial en la que no escondió la gravedad de la situación y por el contrario la utilizó para invocar la necesidad de salir avante todos juntos por encima de las diferencias.
En lugar de ello, AMLO presumió el mejor de los gobiernos en el peor de los tiempos; una especie de “yo estoy bien, mis críticos no”.
A cuatro años del final o 70 minutos de juego todavía hay espacio para un ajuste en la estrategia. Esto no significa pedirle al presidente que traicione sus ideales; está claro que este es el tiempo de los pobres y no entenderlo así es coquetear con el abismo.
Pero incluso en beneficio de los que menos tienen es imprescindible restaurar la confianza en los agentes económicos, buscar aquello en lo que todos pueden coincidir, convencer en lugar de provocar y buscar consensos. Lo que vimos el martes no lo fue.