Guadalupe Loaeza
No es por presumir, pero tenemos al Presidente más presumido de todos los presidentes que nos han gobernado. Bueno, ni Obama era tan presumido, ni presumía tanto de todos sus logros mientras fue presidente de Estados Unidos. Digo lo anterior porque Andrés Manuel López Obrador se la pasó presumiendo a lo largo de la lectura de su Segundo Informe de Gobierno (45 minutos), rendido el martes en el Patio de Honor de Palacio Nacional, frente a su familia, gabinete e invitados, la mayoría sin cubrebocas, salvo algunas excepciones, como la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, una política inteligente y responsable. Todos los presentes, muy atentos, sentados muy derechitos, a pesar de que las sillas no se veían muy cómodas.
Más que un informe, parecía una larga “mañanera”, como las que el Presidente suele dar todos los días. De lo que ciertamente no podía presumir AMLO ese día era de su semblante: se veía cansado, envejecido, ligeramente calvo y con un rictus de boca cada vez más pronunciado, como de un hombre que ha luchado mucho.
Su traje oscuro, camisa blanca y corbata verde le daban un aire muy digno, aunque un poco demodé. “No es por presumir, pero en el peor momento contamos con el mejor gobierno. Estamos enfrentando dos crisis al mismo tiempo, la sanitaria y la económica, y vamos saliendo adelante”, apuntó el Presidente. Claro, no lo dijo por presumir, sino para que quedara claro que su gobierno era el mejor, the best, nada que ver con los pasados.
Me temo que López Obrador no es nada modesto, al contrario, se cree el muy muy… o como se decía en los sesenta: la divina garza… ¿Por qué se creerá tanto si su gobierno lleva apenas dos años y dados los resultados, la verdad, es que no tiene nada de que presumir? “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, dice el dicho. Lo mismo parecía delatarse cuando, en un video para promocionar el avión presidencial, exclamó: “Me veo pequeño, pero no soy acomplejado”. Su dicho fue lo que se conoce como una “vomitada psicológica”, es decir, que su inconsciente lo traicionó con lo que verdaderamente piensa de sí mismo, luego es pequeño, acomplejado y muy presumido. ¡Vaya combinación! Hemos de decir que muchos líderes han sido muy pequeños, acomplejados y presumidos, como Franco, Ceausescu, Mussolini, el “góber precioso” o César Camacho Quiroz, por mencionar algunos.
Volvamos al informe. En un marco maravilloso como es el patio del Palacio Nacional, cuya construcción data de 1522, el ambiente se advertía desangelado. Nunca se entendió la silla vacía, tal vez de estilo Chippendale mexicano, que aparecía en medio del estrado. ¿Para quién habrá sido? ¿Para López-Gatell, para la mamá de El Chapo o para Pío? Naturalmente el informe nunca fue interrumpido por aplausos y menos por un detractor, conservador y neoliberal. Por el body language de las espaldas de los presentes, todos parecían estar absolutamente de acuerdo con lo que decía su jefe: “La peste de la corrupción originó la crisis de México, por eso me he propuesto erradicarla por completo y estoy convencido de que, en estos tiempos más que en otros, transformar es moralizar”. Y más adelante, el Presidente agregó muy serio: “Este gobierno no será recordado por corrupto, nuestro principal legado será purificar la vida pública de México y estamos avanzando (…) ya se acabó la robadera de los de arriba”.
Respecto a la corrupción, no podía estar más de acuerdo con López Obrador, sin embargo, lo que me dejó un poquito pensativa fue lo de “purificar la vida pública”. Pensé que lo que debería de hacer primero el Presidente era “purificar” a los 610,957 contagiados oficiales de Covid-19, y lamentarse de los 65,816 muertos hasta ahora. De estas terribles estadísticas nunca habló, tampoco mencionó los homicidios dolosos que se han registrado en lo que va de su administración, ni el caso de Emilio Lozoya, ni los videos de Pío. Es obvio que de lo anterior no podía presumir, ni del fracaso de la crisis económica y menos de la sanitaria.
Pequeño, acomplejado y presumido como es Andrés Manuel López Obrador, para él todo en su gobierno va “viento en popa”, y los que no lo reconozcan es porque somos una bola de “conservadores enojados” y porque no se nos permite “regresar a la corrupción”. Bien dice el dicho que: “más fácil cae un hablador que un ciego”. ¿Y si el hablador también es ciego?
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