La peligrosa soberbia de Hugo López-Gatell

Pascal Del Río.

Al poco tiempo de la muerte de Layo, rey de Tebas, una terrible plaga cayó sobre la ciudad.

La suerte del monarca se había sellado cuando se cruzó con Edipo, en el camino de Delfos. Éste venía de consultar al oráculo, herido por las habladurías de que no era hijo de quienes creía sus progenitores.

“Matarás a tu padre y te casarás con tu madre” fue el presagio que escuchó, razón por la que decidido se echó a andar con la intención de realizar un largo viaje y posponer cualquier encuentro con los pastores que lo habían recogido, abandonado por su padre siendo apenas un recién nacido.

En esas estaba Edipo, cuando se encontró de frente con Layo, cuyo heraldo, Polifontes, le ordenó que cediera el paso al rey. Ante la demora de Edipo, Polifontes mató a uno de sus caballos, lo que encolerizó al joven viajero. En respuesta, Edipo mató a Layo y Polifontes sin sospechar que el primero era su verdadero padre.

Más adelante en el camino, Edipo resolvió los acertijos de la esfinge del monte Ficio, que atormentaba a Tebas, y provocó que el monstruo se suicidara, lanzándose al vacío.

Nombrado salvador de la ciudad, Edipo fue designado rey y se casó con Yocasta, la viuda de Layo, sin sospechar que ella era su verdadera madre. Es entonces que una plaga se abate sobre Tebas. Tiresias, el adivino ciego, dice que no cesaría hasta que el asesinato de Layo fuese castigado.

El nuevo rey emprende averiguaciones para descubrir al culpable. Ensoberbecido, lanza una maldición contra el autor del crimen. Tiresias y la reina, que sospechan la verdad, tratan de disuadir a Edipo para que no siga investigando, pero éste se empeña obstinadamente en seguir adelante.

Al fin, se percata de la terrible realidad. Se había cumplido el oráculo: había matado a su padre y se había casado con su madre. Horrorizado, se saca los ojos, mientras Yocasta corre a ahorcarse para no tener que enfrentar semejante vergüenza.

Ésta es una de tantas tragedias de la literatura helénica que sirvieron para prevenir al hombre de las desgracias que esperan a quienes caen en la hybris, la soberbia, el peor pecado entre los antiguos griegos.

En la poesía griega, la hybris lleva a grandes guerreros a sufrir las peores calamidades, presos de la ceguera a la que los llevó una pasión extrema. Por eso se dice que cuando los dioses desean destruir a los mortales, les mandan la soberbia, es decir, la convicción de que sus obsesiones están por encima de las necesidades de los demás.

La historia de Edipo me hace pensar en Hugo López-Gatell. En su Edipo Rey, Sófocles describe al pueblo de Tebas postrado a los pies de su salvador. Algo así debió sentir el subsecretario de Salud cuando se vio súbitamente bajo los reflectores y una revista de socialités lo llamó rockstar. Desde entonces se ha comportado como una figura inalcanzable, apoltronada en los límites de lo humano y lo divino.

Como Tebas, México es azotado por una plaga. Cegado por su soberbia, López-Gatell se muestra incapaz de escuchar un solo consejo de quien tiene la capacidad de dárselo, y busca las causas de la enfermedad en el neoliberalismo y la comida chatarra, sin reparar en que el problema es él.

Hay que ver la manera como respondió, el miércoles, al informe sobre el covid-19 suscrito por seis exsecretarios de Salud, en el que hacen 14 recomendaciones para ponerlo bajo control.

“Siempre es alentador que haya gente con iniciativa”, ironizó López-Gatell. “Si hay una fórmula para resolver la pandemia en seis u ocho semanas, sería de gran valor. Esto podría dar lugar a una especie de patente porque se necesita en todo el mundo”, agregó desde Palacio Nacional.

Hace menos de un año, López-Gatell no figuraba en la conversación de casi nadie. Hoy otea el horizonte con arrogancia, creyendo que se merece el Olimpo sin reparar en que sólo es visible porque está parado sobre una montaña de muertos.

Quizá no se deba buscar sólo en él el origen de su soberbia. Es la marca de la casa. Y si bien puede ser la razón de que un día caiga estrepitosamente desde las alturas a las que lo ha elevado el Presidente, esa suficiencia de López-Gatell, que no admite reproche ni enmienda, nos pone en peligro a todos.