Aborto Voluntario.

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/ Por Marisol Escárcega* /

Dice Amnistía Internacional que “no eres libre cuando no puedes tomar decisiones sobre lo que haces con tu propio cuerpo. No eres libre cuando no puedes tomar decisiones sobre lo que haces con tu futuro”. Es verdad.

Las mujeres somos juzgadas por cada una de nuestras decisiones. En todas ellas hay miles de ojos sobre lo que elegimos: carrera, pareja, número y espaciamiento de hij@s, casa, alimentación, vejez, etcétera.

El cuerpo no es la excepción, por el contrario, elegir sobre nuestra vida sexual y reproductiva, es decir, sobre nuestro cuerpo, es tema de disputa familiar y hasta tema nacional.

Si decidir no tener hij@s ya de por sí genera gran polémica, ahora imagínense si una mujer decide abiertamente abortar. Es el acabose.

Las feministas creemos firmemente que el aborto debe ser legal, seguro y gratuito. Legal porque el Estado debe reconocer la capacidad de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos; seguro, para que ninguna mujer muera al practicarse un aborto clandestino; y gratuito, porque tenemos derecho a servicios de salud dignos sin importar nuestra condición social.

Sin embargo, abortar también se vive diferente, pues depende mucho del acompañamiento, el estrato social y la información que se tenga en ese momento, incluso la legalidad, factores que no todas las mujeres que se han enfrentado a esta decisión tienen el privilegio de contar.

No es lo mismo abortar en la Ciudad de México, donde desde hace 18 años es posible hacerlo de manera segura y gratuita hasta la semana 12, que en Guanajuato, entidad que sólo lo permite en caso de violación.

Abortar no es una decisión que se tome a la ligera. No hay manera. Ninguna mujer se embaraza para abortar. Nuevamente, las circunstancias de cada una son diferentes, desde la adolescente que fue engañada por un hombre que le juró amor eterno, hasta la mujer de 45 años que ya no quiere más hij@s. Abortar no es elegir de entre varias prendas y ver qué color nos gusta más. Es una decisión individual y que, por tanto, no debemos juzgar.

Porque las mujeres que voluntariamente han decidido abortar se enfrentan al señalamiento de la sociedad, a esa doble vara que las mide de manera injusta, por ello la mayoría prefiere no decirlo, si cuenta con el apoyo incondicional de su familia es una afortunada, pero si no es así, si sabe que le darán la espalda o que, de plano, ya lo hicieron, vivirá ese momento en soledad.

Y aquí cabe una premisa fundamental: El aborto, como la maternidad, también debe ser voluntario y acompañado. Ninguna mujer debería pasar sola por esa experiencia, ya que además de los malestares físicos, también están los emocionales, porque hay que señalarlo, las mujeres que sufren un aborto espontáneo son arropadas por todo el mundo, pero quienes deciden hacerlo voluntariamente no tienen esa posibilidad. El dolor físico y emocional queda en secreto, se les obliga, de cierta forma, a vivirlo en silencio, porque, si no querían ese embarazo no deben sentir dolor, deben sentirse aliviadas, ¿no? Falso.

Las mujeres que eligieron el aborto están ante el último escalón, donde un anticonceptivo o la pastilla del día después ya no son viables y se ven forzadas a una única opción: abortar, decisión que, sin duda, marcará un antes y un después en sus vidas.

Y, contrario a lo que la mayoría piensa, ninguna mujer que haya abortado voluntariamente se lo va recomendar a otra, a menos que sea la única opción que tenga y, aun así, se los aseguro, lamentará que pase por ello.

Nosotras estamos a favor de que las mujeres puedan decidir sobre su cuerpo en cualquier momento; no estamos obligando a ninguna a hacerlo y mucho menos a promover el aborto como un método anticonceptivo, porque no lo es.

Insistimos, eso sí, que si una mujer decide abortar, lo haga de manera voluntaria, segura, legal y gratuitamente.