*
/ Verónica Malo Guzmán /
Alejandro Moreno, mejor conocido como Alito o “Amlito” (por las veces que ha tratado de congraciarse con Andrés Manuel López Obrador), va por la reelección dentro del PRI. Nadie le cree que es por amor al expartidazo. Él, como dirigente del Tricolor, y Marko Cortés, como cabeza del PAN, pueden ser considerados entre los peores líderes que han tenido sus respectivos institutos políticos. ¿Enterradores, también, de esos partidos?
La oposición partidista languidece, desaparece gracias a sus dirigentes. Cortés ya tiene a su sucesor; Alito, si no logra la reelección, pondrá a Pablo Angulo para manipularlo a gusto. El control no se lo dejará.
A mí en lo particular me parece que por principio, independientemente de los pésimos resultados que Alito Moreno entregó en estas elecciones federales, dado que el Revolucionario Institucional se fundó hace casi un siglo en gran medida en oposición a la reelección, lo que ahora pretende el dirigente es un contrasentido. De ser el partido que nació bajo la máxima de la revolución mexicana: “sufragio efectivo, no reelección”, ahora en una cruel ironía signada por el líder, el PRI sufrirá (otra vez) la reelección. Contradictorios una vez, contradictorios siempre; traidores en lo fundamental, traidores en lo más intrascendente.
Alito sabe bien que el PRI está en terapia intensiva, pero eso no lo detiene para distanciarse de su militancia y sus —escuálidas— bases electorales. Nada importa que prominentes figuras del priismo —más de 250– le demanden abandonar sus planes. Rumbo a la XXIV Asamblea Nacional del PRI no son pocas ni insignificantes las voces que se oponen a la reelección de Moreno. Destacan Dulce María Sauri, Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones, Natividad González Parás, Enrique de la Madrid.
Lamentablemente, este personaje y quienes lo apoyan han decidido reducir su participación a una cuestión muy concreta, pero a la vez harto redituable: vender caro su voto legislativo. Buscan conseguir canonjías, no para innovar al PRI. Ya no interesa coaligar a los militantes. ¿No es increíble que miembros de la oposición busquen reducir a eso su propia actuación?
Por lo visto no. Alito es, después de todo, el jefe de los priistas en el Senado (3ª fuerza política allí, con entre 15 y 18 senadores) y con quienes puede lograr la mayoría absoluta de la 4t en los temas de reformas constitucionales. ¿La ideología, el compromiso? Esto es, no se necesita ser un genio, ni tener la bola de cristal para saber que actuarán como pivote; vendiendo y muy caro votos decisivos que darle a Morena: mayorías calificadas, legitimidad en las votaciones y representatividad ante ciertos sectores sociales y sindicales. No con la CTM, claro está, pues esta agrupación ya no necesita a Alito; la Confederación tiene diálogo directo con Morena y con la Presidencia de la República…
Mientras algunos de los priistas procuran frenar esta hecatombe, Alito Moreno, lejos de plantear cambios y estrategias de renovación, perfila a los despojos del Revolucionario Institucional con un contorno más autoritario, errático y que solo atienda a las necesidades de la mayoría morenista. Sí, desde hace tiempo la 4t está feliz con este personaje.