Allanamiento y plagio.

Jesús Silva-Herzog Márquez

Hace unos días, en su artículo de El Universal, Guillermo Sheridan exhibió un plagio de Alejandro Gertz Manero, quien allanó el Sistema Nacional de Investigadores. A pesar del rechazo de sus pares, contó con el respaldo político para forzar su entrada. Sheridan no es solamente el más acucioso biógrafo de nuestras letras y el más ácido cronista de nuestros absurdos. Se ha convertido desde hace tiempo en el más eficaz detective de la deshonestidad intelectual que nos inunda. Hace varios años, en diciembre del 2008 en su Saltapatrás de Letras Libres, decía que, al calificar los trabajos de sus alumnos, pasaba tanto tiempo leyéndolos como asegurándose que no pasaran por suyo algo que habían copiado. Decía entonces que plagiar era “el contagio en el ámbito ‘académico’ de una cultura nacional que ve en hacer trampa no una conducta inmoral sino hasta un encomiable pragmatismo. A diferencia de otras culturas, en las que un pillo se desacredita para siempre, los tramposos suelen quedar impunes entre nosotros. Antes que causar una disminución de su valor moral, la falta multiplica la eficiencia del cinismo: no solo hace trampa, es intocable”. Entre nosotros, se puede ser un plagiario, continuaba Sheridan, “y seguir impartiendo cátedra, asesorando políticos, dirigiendo instituciones o firmando editoriales”.

Quien lea el artículo reciente de Sheridan no tendrá duda alguna de la deshonestidad intelectual del señor Gertz Manero, quien se hizo pasar por autor de párrafos que robó. Sheridan se dio a la ingrata tarea de leer un libro de Gertz y detectar párrafos en los que transcribe, con cambios mínimos, lo escrito por autores a los que no reconoce como fuentes de esas líneas específicas. El robo de letras es grotesco. Una biografía de Salvador Ortiz Vidales es tijereteada por el entonces funcionario del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. No hay mucho que agregar al plagio que documenta Sheridan. Cuando Ortiz Vidales habla de la adolescencia de Guillermo Prieto dice que “se halla, pues, bajo el conjuro de este dolor terrible, que aumentan la miseria y la falta de apoyo paterno”. La creatividad literaria de Gertz Manero llega a la conclusión de que su adolescencia “habla bajo ese dolor, que aumentó la miseria y la falta de apoyo paterno”. No sólo a Ortiz Vidales roba frases. Con técnica similar: copiar y alterar dos o tres palabras del párrafo, también hurta fragmentos de una biografía de Malcolm McLean.

La defensa que ha hecho el fiscal de sus prácticas de escritura exhiben no solamente su cinismo sino su ignorancia sobre las más elementales prácticas del trabajo intelectual. Sugiere que, como no estaba vivo en tiempos de Guillermo Prieto, es normal que se haya apropiado de lo escrito por otros. Su argumento no solamente es desfachatado, es también autoincriminatorio. Sin mucho sentido del ridículo, el plagiario pretende dar lecciones a Sheridan de cómo se construye una biografía y le advierte que la investigación de la vida de los “personajes del pasado” se basa necesariamente en fuentes indirectas. Con mencionar los libros al final de la investigación es suficiente. El flamante investigador del SNI ignora el respeto elemental que hay en las comillas. Como no conocí a Hernán Cortés, le sacaré una fotocopia a los párrafos que más me gustan de la biografía de José Luis Martínez y diré que los he escrito yo.

El ingreso de Gertz al Sistema Nacional de Investigadores fue un escupitajo a la comunidad científica mexicana. Con buenas razones, su solicitud había sido rechazada por las comisiones dictaminadoras del sistema. No podían reconocer al burócrata como si fuera un colega. No fue un capricho: lo rechazaron una vez, otra vez, otra vez, otra vez y otra vez. Cinco rechazos por falta de méritos. Si entró a ese espacio que constituye el más alto reconocimiento a los científicos del país, fue rompiendo el cerrojo de su dignidad: los pares son los únicos que pueden evaluar la obra de los académicos y son sólo ellos quienes pueden otorgar reconocimiento. Se trata, como bien dijo Antonio Lazcano, de una “imposición política a un aparato académico”.

El pillo que persigue delitos nunca debió entrar en una casa que debe expulsarlo de inmediato.