Alzar la voz y decir que…

A Juicio de Amparo

Amparo Casar.

El significado de las manifestaciones del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no es otro que el de alzar la voz para seguir visibilizando —como si no fuera evidente para todas y todos— la situación que padecen las mujeres en el mundo y particularmente en México.

Decir que se cometen 967 feminicidios al año, 2.6 todos los días, es una realidad inaceptable.

Decir que uno de cada 10 feminicidios se perpetra sobre menores de 17 años; que entre 2015 y 2020 aumentaron 124% estos delitos contra las niñas del país; que en los primeros nueve meses de 2020 se reportaron 947 niñas de 0 a 17 años como víctimas de corrupción de menores y tres mil más de lesiones.

Decir que, en este sexenio, van 4 mil 267 mujeres y niñas desaparecidas.

Decir que en el 911 se recibieron 712 llamadas diarias, en promedio, para reportar alguna agresión, y 150,716 por delitos sexuales.

Decir que el 99% de estos delitos quedan en la impunidad,

Decir que cerca de 28 millones de mujeres no tienen ingreso propio.

Decir que el 73.6% del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados que se realiza en los hogares es producido por mujeres.

Decir que, al no percibir remuneración por estas labores, cada mujer genera un ahorro para el hogar de 62 mil 280 pesos al año.

Decir que este tipo de trabajo tiene un valor equivalente a entre el 18 y el 22% del PIB.

Decir que la mayor carga de trabajo para las mujeres se refleja en menor disposición de tiempo libre: en promedio, 4.2 horas a la semana.

Decir que casi el 20% de los hogares están compuestos por una mujer sin cónyuge y con hijas(os).

Decir que las mujeres son propietarias de más de un tercio (36.6%) de los establecimientos micro, pequeños y medianos de manufacturas, comercio y servicios privados no financieros (Mipymes).

Decir que el 78% de estos son informales (78.4%) y, por tanto, prácticamente no tienen prestaciones sociales ni acceso al crédito para sus emprendimientos: sólo 13 de cada 100 establecimientos obtuvieron un crédito o financiamiento.

Decir que la pandemia agravó cada una de las manifestaciones de la desigualdad que padecen las mujeres.

Y no. No hay otros datos. Estos son los oficiales.

Estas escalofriantes cifras tienen el nombre y apellido de niñas y mujeres desaparecidas, violentadas, abusadas y discriminadas que han sido ignoradas por la administración. Para ellas no ha habido, y para muchas ya no hubo, políticas de género, de protección, de seguridad, de equidad, de rescate ni de justicia. No ha habido políticas de salud ni de educación ni de oportunidades ni de inclusión.

Todo lo contrario. Las políticas públicas en favor de la mujer han desaparecido o se han visto seriamente disminuidas. Al Instituto Nacional de la Mujer se le bajaron los recursos en 32 por ciento. El nuevo presupuesto recortó al menos 11 programas y “ahorró” 1,400 millones de pesos que antes eran destinados para implementar políticas de igualdad e inclusión (El Universal, 08/III/21). La nueva Ley de la Fiscalía propone sacar a esta institución del Sistema Nacional para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres y de la Comisión Intersecretarial para Prevenir, Combatir y Sancionar los Delitos en Materia de Trata de Personas.

La única palabra que parece adecuada para describir el comportamiento gubernamental es la de indolencia, o sea, un gobierno que no se afecta ni se conmueve. Un gobierno insensible y que no siente el dolor. Un gobierno que no reacciona. Un gobierno negligente frente a sus obligaciones y que viola los derechos y los tratados internacionales. Un gobierno que piensa que tener a un puñado de mujeres en el gabinete lo convierte en feminista. Un gobierno que acusa a la prensa nacional e internacional de querer desprestigiarlo por hablar con la verdad.

No son las vallas lo que más irrita. No es la absurda justificación de que lo que se construyó alrededor de Palacio Nacional es un “muro de paz”. No es el dicho de que “mejor una valla, que granaderos como antes” (aunque hubo las dos cosas). No es decir de dientes para fuera que se es feminista y acusar que el movimiento está infiltrado por conservadores que rayan en lo fascistoide.

Es, simplemente, llamar a las cosas por su nombre: un gobierno indolente frente a las causas de las mujeres.

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