/ Alessandra Rojo de la Vega /
El Presidente de México está acostumbrado a cuestionar y atacar a quien no comparte su proyecto. Otro elemento constante en el discurso de AMLO es presentarse siempre como una víctima de mafias ocultas y complots, a pesar de ser hoy el hombre más poderoso de México. Lo hacía cuando era líder de la oposición y lo ha hecho a lo largo de su sexenio. En este doble empeño de atacar a sus adversarios y presentarse como mártir popular, la semana pasada intentó victimizarse, una vez más, al equiparar las críticas a su gestión como Jefe de Estado, con las agresiones que sufrimos las mujeres de forma recurrente y cotidiana.
Si escuchara más allá del eco de sus palabras que resuenan en las paredes de su Palacio, entendería que ni a México, ni a su gobierno, le conviene negar la realidad. Lo que no se nombra o distingue simplemente no se enfrenta. Lo que se necesita es que por primera vez pasemos a construir una visión conjunta con la que atendamos el estado de emergencia en el que nos encontramos las mujeres a causa de la violencia de género.
El Presidente dirige el rumbo de un país, donde cada día 11 mujeres son asesinadas a causa de la violencia de género, a causa de la desigualdad entre hombres y mujeres y que a esos 11 asesinos en su mayoría se les deja impunes.
No se puede negar que todos los días desaparecen 7 mujeres, la mayoría entre 15 y 21 años, mujeres a las que la autoridad no busca, mujeres que la delincuencia organizada dispone con fines de explotación sexual, porque la esclavitud moderna ataca a los más vulnerables, niñas, niños y mujeres. México es un país donde se origina la trata de personas, un país por donde se trasladan víctimas de trata para EU y América Latina; y donde también se reciben y explotan mujeres y niñas migrantes convirtiéndonos a la vez en una ruta de tránsito y un destino de explotación.
En 2022, según las cifras oficiales, se recibieron 127,424 denuncias por violencia familiar y 23,102 por violación. Esta violencia nace de una discriminación alimentada por una cultura patriarcal en la que se justifica y se deja impune a los agresores. Todo esto sin considerar la cifra negra, las violencias cotidianas que no tienen un registro estadístico.
A las mujeres nos violentan donde deberíamos estar más seguras, en nuestros propios hogares, por nuestra propia familia, en las escuelas y trabajos, lugares para nuestro desarrollo personal y laboral, en el transporte y en las calles. Así que, Señor Presidente, hay que reconocer que la violencia no tiene raza, clase, religión o nacionalidad, pero sí tiene género.
La violencia de género en México es una realidad que afecta a millones de mujeres en diversos ámbitos de su vida, desde el hogar hasta el espacio público. Se trata de una violencia basada en el machismo y el patriarcado, que busca limitar la libertad, la dignidad y los derechos de la mitad de la población. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021, el 70.1% de las mujeres de 15 años y más, ha experimentado al menos un incidente de violencia a lo largo de su vida.
La violencia puede ser psicológica, económica, patrimonial, física, sexual, digital o política y puede ser ejercida por cualquier persona agresora, incluyendo la pareja, la familia, los compañeros de trabajo o estudio, las autoridades y hasta el propio Presidente de la República.
Las consecuencias de la violencia de género son graves, afecta la salud mental y física, limita el bienestar y desarrollo de las mujeres, así como el de la sociedad en su conjunto. Por eso, es necesario tomar medidas para prevenir, atender, sancionar y erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres, así como para garantizar su acceso a la justicia y a una vida libre de violencia.
Nunca he escuchado a un hombre disculparse por explicarme lo que yo entiendo mejor que él, tampoco he visto que el Presidente tenga como rasgo de su carácter el admitir errores o pedir disculpas. Sin embargo, las mujeres estamos cansadas de que los hombres asuman que saben más de algo que no viven, ni sufren. El problema es que mientras nuestra máxima autoridad política se sienta más víctima que parte causante del problema, el anhelo de vivir sin violencia estará aún más lejos de volverse realidad.
La autora es Activista Feminista, Mamá y Empresaria. @AlessandraRdlv Publicada en Reforma