Amor enraizado

Innovemos algo ¡ya!

MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

SI a veces te preguntas: “¿Cómo es que yo pude haber hecho esto o aquello, si yo quería hacerlo mejor?”; “¿Por qué me pasa todo esto a mí?”; “¿Cómo es que yo le golpeé tanto?”. Si a veces te sientes inadecuado o incómodo con los compromisos o las personas; si a veces todo reclamas y tus relaciones son campos de batallas, lo que toca es comprender cómo y desde qué lugar nuestro ser y nuestro cerebro se formó como para que estas cosas acontezcan. La verdad es que somos responsables de arreglarlo, mas no de haber crecido con esas semillas disociativas de la personalidad.

Los vínculos emocionales como el apego, nos llegan desde bebitos, nos determina cómo nos moveremos por la vida, y estar al tanto de cómo estamos conformados en lo físico, emocional y espiritual, es lo más importante para poder ser felices; es la mejor manera de modificar aquello que nos atasca, y la terapia es, sin duda alguna, el mejor escenario para ordenar lo que nos llegó desarmado.

Sólo como detalle, está ya probado que nuestros apegos definen nuestra capacidad neurológica; bebés con apegos inseguros no activan ciertas partes del cerebro relacionadas con la respuesta emocional. Tanto así, que se ha vinculado el comportamiento hostil, las adicciones, la violencia y varias psicopatologías a dicho apagón neurológico, resultado de ciertos cuidados negligentes que recibimos de bebés, niños y adolescentes.

Miremos esto sin juicios y sin vergüenza de nuestro origen, por favor, notemos que los adultos que proveen apegos inseguros, a su vez también están incapacitados para conectar sanamente con sus emociones; es un círculo vicioso que merece atención, para entonces sí lograr revertir la avalancha y con ello salvar la cabaña. El amor enraizado es, sin duda, la mejor estructura del ser, pero si por el contrario el amor se enraiza desde un apego inseguro, pues bueno, ahí es donde empiezan los problemas.

Un adulto que creció con un apego seguro, entiende las necesidades y señales de su hijo desde bebé, respondiendo a ellas y creando una base de seguridad y confianza. Es un adulto capaz de dar cariño, de jugar y de regularse emocionalmente para poder regular al niño. Por otro lado, los otros tipos de apego nos colocan dentro de un remolino de incertidumbres, abandonos y miedos que solos no podemos detener.

Si el apego es del tipo ansioso, la persona buscará la aprobación de los demás, teniendo una visión poco positiva de sí mismo y de sus relaciones interpersonales. En este tipo de apego falla la regulación del cuidador. Por ejemplo, una mamá que cuando su hijo llora se pone muy nerviosa, y no siendo capaz de reaccionar le grita al bebé, expresando su malestar de manera desproporcionada, el resultado es un bebé desregulado emocionalmente. Son padres sobreprotectores que dan la señal de “tú no puedes, no sabes, no eres capaz”, que impide la sana exploración del niño en su entorno. Aquí el niño tiene tal inseguridad que desemboca en problemas de autoestima, de déficit en las relaciones interpersonales, ansiedad y dependencia emocional.

Un tercer tipo de apego sería el evitativo, donde encontramos adultos que les incomoda la intimidad con otras personas, aunque la deseen. Se ven como personas autosuficientes, que no expresan sentimientos fácilmente y que dicen no necesitar de nadie; siendo esto consecuencia de que sus padres no estaban disponibles y de que descalificaban sus emociones con frases como “no seas menso”, “no llores”, “no es para tanto”, “llorando no vas a conseguir nada”; logrando así suprimir la expresión de emociones y enseñando al hijo que no cuentan con sus cuidadores; niños que aprenden a vivir sintiéndose poco queridos y valorados, con dificultad para conectar emociones y forzados a ser solitariamente autosuficientes. En estos sistemas familiares suele haber temas tabúes, dejan al niño llorar para que aprenda que llorando no consigue nada, sin tener en cuenta el sufrimiento emocional y los problemas de desarrollo que esto provoca.

Los bebés de apego evitativo tienden a tener problemas gastrointestinales, les cuesta identificar emociones, pero reconocen el dolor físico y así aparece la tendencia sádica; son chicos que en la adolescencia agreden y denotan trastornos de conducta, porque no saben expresar lo que sienten.

El cuarto apego, y el tercero de los inseguros, es el desorganizado, donde las personas se caracterizan por tener sentimientos contradictorios en sus relaciones interpersonales. Pueden sentirse tanto deseantes como incómodos con la intimidad emocional, se consideran a como poco valiosos y desconfían de los demás. Los niños con apego desorganizado tienden a las conductas explosivas y presentan dificultad para entenderse con sus cuidadores. Son niños con alta carga de frustración e ira. Este tipo de apego se relaciona con síntomas disociativos y trastornos de la personalidad en la edad adulta.

Es tan evidente que a veces no entiendo por qué nos resistimos, te invito a desenredar la madeja y, como adultos, hacernos cargo resanando nosotros los huecos, porque nadie más lo puede hacer por nosotros. Por favor, innovemos algo ¡Ya!

*Terapeuta psicoemocional

innovemosalgoya@gmail.com