Autosuficiencia y Soberanía.

*A Juicio de Amparo .

/ María Amparo Casar /

Comienza a ser preocupante el discurso de la soberanía y la autosuficiencia. No es ninguna novedad. Todos los gobiernos, de todos los colores, han hecho de la soberanía y la autosuficiencia ejes de su discurso y sustento de sus políticas públicas. Se han llenado la boca pronunciando la soberanía y prometiendo la autosuficiencia.
Lo hace Trump y lo hace Sheinbaum.

De la autosuficiencia hay poco que decir. Se trata de que un país tenga por sí mismo lo que necesita; que se baste a sí mismo por medios propios sin depender de otros; que no comercie y consuma lo producido dentro de sus fronteras. Es, en pocas palabras, la capacidad de un país o individuo de abastecerse de bienes y recursos sin depender de otros.

Prácticamente ningún país lo es. Estados Unidos, hasta ahora la mayor potencia del mundo depende de importaciones de todo el mundo. Quizá detrás de la errática y absurda política arancelaria de Trump está la idea de la autosuficiencia -la sustitución de importaciones- y que en el fondo el movimiento MAGA (Make America Great Again) se trate precisamente de eso: de no tener que importar o de hacerlo lo menos posible.

En México también se habla de autosuficiencia. No tanto como en EU -porque no podemos y estamos conscientes de ello- pero sí en sectores clave como la alimentación, la energía, la gasolina y el diésel. Tanto así prometió López Obrador. Fracasó. Hoy somo menos autosuficientes y más dependientes en todos esos rubros. Tanto así ha vuelto a prometer Sheinbaum: reducir la dependencia de mercados extranjeros y aprovechar mejor los recursos locales. Aunque, a decir verdad, su discurso va acompañado de la idea de hacer de la región de América del Norte una región más competitiva y menos dependiente de otros mercados.

Más trascendente es la idea de soberanía. El concepto tiene, por decirlo así, dos aspectos: el externo y el interno. En el externo pasa algo similar a la autosuficiencia. En un mundo globalizado con un orden internacional vigente (aunque resquebrajándose) la idea de soberanía en el sentido de que un país puede hacer lo que quiera sin tomar en cuenta al resto, es una quimera. Los estados-nación tienen obligaciones y responsabilidades que se materializan en organismos internacionales y tratados de derechos humanos, de comercio, de armas nucleares, de no intervencionismo, de libertad de expresión y una larga lista. Aunque, hay que reconocerlo, estas obligaciones se ignoran con frecuencia como lo ha hecho México ante el procedimiento que exige el Comité Contra la Desaparición Forzada de la ONU.

En el plano interno, es más fácil que los países invoquen la soberanía referida a las decisiones de política interior. Pero otra vez, la soberanía, por lo menos en los sistemas democráticos, no es hacer lo que al representante del Estado y del gobierno le venga en gana.

No es así como lo entienden ni Trump ni Sheinbaum. En ambos países se ensalza y se práctica otra clase soberanía. La soberanía del titular del Ejecutivo. Por encima del resto de los poderes, de los derechos, de las libertades y de la democracia. O sea, por encima de la Constitución.

Ahí tenemos, en ambos países, los cambios al poder judicial y su captura, el embate contra las universidades, los intentos de manipular la verdad, la interferencia en los medios de comunicación, el desmantelamiento del sector público, la desobediencia a decisiones judiciales, la desaparición de las organizaciones de la sociedad civil.

Decía Marx, el “Estado es el comité ejecutivo de la burguesía”. Quizá exageraba, pero hoy en Estados Unidos gobiernan los millonarios y Trump se precia de ello. Lo hacen directamente ocupando puestos en la administración pública.

El problema en México es otro. No es que ni López Obrador ni Sheinbaum, hayan terminado con el “maridaje”, como ellos dicen, entre el poder económico y el poder político. Pero esa no es la principal amenaza. La nuestra es que la soberanía se reparta entre el Estado mexicano y el crimen organizado.

Ojalá y lo haga, aunque ella ha respondido, como antes lo hacía AMLO, que no. Que a ella la cuida el pueblo bueno. Ese al que hoy nadie cuida, habida cuenta de los 15,500 homicidios y 16 mil desaparecidos en el primer semestre del sexenio.