CON SINGULAR ALEGRÍA.
POR GILDA MONTAÑO.
Cómo me gustaría en este momento, estar cerca del maestro Ignacio Pichardo, y poder preguntarle con mucho cuidado, y escucharlo con más, cómo estuvo hace 50 años la reunión-concierto-tocada, de Avándaro, y si no le dio un super miedo encontrarse con miles, miles y más, de jóvenes mexicanos y no; con adultos menos jóvenes; y alguno que otro viejito, y dentro de esto a miles de mujeres también… baile y baile… cante y cante… grite y grite y no apachurrarse y que no haya habido ningún percance.
¿Qué por qué enfrente de Ignacio Pichardo Pagaza? Porque en ese momento era el Secretario General de Gobierno del Estado de México. Y debió de haber sido mucho muy difícil tener el control y el cuidado de 200 mil muchachos que se desplazaron de toda la república mexicana.
Tengo frente de mí, dos libros maravillosos que juntos hablan de Avándaro; hecho, entre otros, por el Consejo Editorial del Estado de México. Uno, de Federico Rubli: el otro, con las fotos de Graciela Iturbide. El texto se llama: “Yo estuve en Avándaro”. El escrito, tiene un prólogo de Luis de Llano.
El libro pasaría desapercibido, si no tuviera testimonios inéditos de personajes maravillosos. El autor del libro comienza su texto diciendo: “Para conocer el relato verídico de los sucesos de Avándaro, no hace falta recurrir a las muchas crónicas que hasta ahora décadas después, es posible encontrar en librerías de prestigio. … el ‘avanderazo’ fue un tema incómodo, del cual sólo un puñado de actores y cronistas se han querido acordar. En los libros de texto, no forma parte de la historia oficial, no obstante, fue un parteaguas en el desarrollo político, social y cultural para el México de aquel entonces y para el actual.
“Después de Avándaro nada fue igual. Para decirlo de una manera poética, Avándaro es como una herida en la piel del tiempo que compartimos como estigma quienes fuimos testigos de una época en la que ser joven, además de rockero, significaba ser u peligro en potencia para el Estado, la sociedad y la liga de ‘las buenas costumbres’.
“Solo aquellos que asistimos sabemos lo que sucedió en el Valle de Avándaro y, ¿saben una cosa? En la escena del crimen, no hubo crimen. El castigo fue tan desproporcionado como sería el aplicarle la pena de muerte a quien se pasa un alto a la mitad del desierto.
Solo a quinen nos tocó vivir la revolución, evolución y re-evolución que derribó las Torres Gemelas de nuestro rock, aquel 11 de septiembre (curiosa fecha) de 1971, sabemos que después de ese día nada fue igual para el rock y la juventud de México.
Lo maravilloso de este acontecimiento, fue que por primera vez, y por razones no políticas, millares de jóvenes alzaron la voz e invocaron a un Dios llamado rock, y sin importar la clase social, escolaridad, apellido o preferencia sexual, el suelo retembló al sonoro rugir de “¡Avándaro”!-¡Avándaro!”. Pero, ¿cuál es la lección histórica protagonizada por millares de jóvenes empapados de lluvia, rock, paz y amor en nuestros tiempos? ¿De qué nos sirven cinco décadas después, exhumar la memoria viva de ciertos días olvidados por la historia oficial?”
A estos jóvenes que nacieron en la década de los cincuenta, se les llamó ‘Baby bloomers’, “… a la cual pertenecemos los jóvenes que asistimos a Avándaro. Esta vivió la era espacial; la conquista de la Luna; los magnicidios de los grandes líderes del pensamiento liberal y antirracista; el surgimiento de la mítica figura del Che Guevara; el impacto del Pop Art y la revolución musical de los Beatles; la muerte de Jim Morrison, James Dean, Janis Joplin y Jimi Hendrix; la experimentación de las drogas ácidas y rituales; la liberación sexual y el feminismo; el surgimiento del Sida y de la moneda plástica…”
La generación de hoy es distinta, dice el texto. “Ha visto con sus propios ojos el nacimiento de la era del ciberespacio; la conquista del genoma humano; los magnicidios y atentados contra grandes líderes del pensamiento espiritual y del humanismo; el surgimiento de la mítica figura del subcomandante Marcos; el impacto del arte digital y la revolución musical de la World Music y la música sampleada; la muerte de Kurt Kobain; la experimentación de las drogas sintéticas; la liberación de las fronteras geográficas e idiomáticas vía Internet; el surgimiento del Sars y las ‘vacas locas’; las armas biológicas y las transacciones monetarias cibernéticas”.
Pero aún con todo esto, aún se recuerda el amanecer del sábado 11 de septiembre. Fue un día fangoso y húmedo, pero de ninguna manera minó los ánimos de los asistentes, quienes pronto reanudaron su espíritu festivo invocando una vez más “let the sunshine in”…
Cincuenta años después…
gildamh@hotmail.com.