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/ Camila Martínez Gutiérrez /
El 26 de septiembre de 2014 no sólo el Estado desapareció a 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa: esa noche también quedó al desnudo, ante los ojos de todo México, la podredumbre del régimen del PRIAN. Lo que vimos fue brutalidad descarnada: policías municipales, estatales y federales, en complicidad con el Ejército y el crimen organizado. El Estado persiguiendo a estudiantes indefensos. Y después, un aparato entero de autoridades montando una “verdad histórica” para encubrirse unos a otros. Esa noche se nos confirmó lo que millones intuíamos: en México no había Estado que protegiera, había un poder dispuesto a desaparecer, torturar y mentir para sostenerse.
Yo tenía 17 años. Muchos de los jóvenes que jamás volvieron tenían mi edad, la de mi hermana, la de cualquiera que sueña con estudiar y cumplir metas en la vida. De entonces ahora pienso cuántos futuros quedaron cuarteados, todo lo que hemos tenido el privilegio de vivir desde entonces ¿que los diferenció a ellos de nosotros? ¿Por qué no se les dio el mismo derecho ?
Y, sin embargo, los grandes medios -con pocas excepciones-, prefirieron mirar hacia otro lado. Primero, con un silencio cómplice, como si una masacre de Estado pudiera pasar de largo como tantas otras. Después, repitiendo sin pudor la mentira de que los normalistas habían sido incinerados en un basurero, cuando la ciencia y la evidencia lo desmentían. No escucharon a las madres y padres que, con el alma rota como nos tocó recibirlos en universidades, caminando en marchas en calles y en plazas, gritaban el nombre de 43 jóvenes. Sus hijos. Sus hermanos. Sus amigos.
Ayotzinapa fue la grieta que terminó de resquebrajar a un régimen podrido. Porque un gobierno que desaparece jóvenes y fabrica mentiras para taparlo ya no tiene legitimidad alguna. Porque un país donde la vida de los pobres, de la gente de los estados más históricamente olvidados, vale menos que el silencio de los poderosos es un país que se hunde. Y ese dolor, ese miedo compartido, se convirtió en rabia organizada. Nos unió en los rincones de todo México convencidos de que cambiar al gobierno no era un capricho, sino una cuestión de vida o muerte, de nosotros y de nuestras familias.
Ayotzinapa es un antes y un después. Nos enseñó que la mentira oficial podía ser desafiada, que la dignidad de unas madres y unos padres podía sacudir a una nación entera, y que el régimen de entonces ya no tenía cómo sostenerse. La herida sigue abierta porque los 43 siguen desaparecidos, porque el dolor no cesa. Pero también sigue abierta la lección que dejaron: que la verdad y la justicia no se pide de rodillas, se arrancan con lucha en resistencia, memoria y organización.
Ayotzinapa fue la noche en que México dejó de creer en un poder que lo protegiera. La noche en que se rompió el pacto de silencio. La noche que derrumbó al régimen que tantos años gobernó a este país.
POR CAMILA MARTÍNEZ GUTIÉRREZ