/ SERGI SÁNCHEZ /
En “Superstar”, allá por 1987, Todd Haynes filmó la vida de la cantante Karen Carpenter, que murió víctima de anorexia, con muñecas Barbie. El mensaje de la película, que mezclaba consignas feministas y material de archivo en una estructura convencional de ‘biopic’, era evidente: si las muñecas Barbie eran depósito de una ideología estética, en la que el cuerpo de la mujer era modelo capitalista y producto consumible, era lógico que funcionasen como perfecta e irónica metáfora de una mujer (como tantas) que nunca pudo ser dueña de su propia vida.
Después de más de tres décadas de teoría feminista y queer, Greta Gerwig reinterpreta el capital simbólico de la Barbie imaginando su reino como un matriarcado sin fisuras, un simulacro de utopía hedonista donde los Ken de turno son ciudadanos de segunda. Teniendo en cuenta que Gerwig ha hecho una película amparada por Mattel, la multinacional que posee la imagen corporativa de una muñeca que, como señala la hilarante secuencia de arranque, parodia de la de “2001”, convirtió a Barbie en figura totémica para la educación sentimental de las niñas de la aldea global, no estamos tan lejos del discurso subversivo de Haynes, que reivindicaba la necesidad de crear un espacio de libertad que, declinado en femenino, se opusiera a la cultura del patriarcado. Solo que aquí se produce una lectura inversa: la Barbie no es enfermedad sino posibilidad.
Gerwig saca a Barbie de esa utopía, que es la relectura benéfica de una burbuja corporativa, para enfrentarla al mundo real y para que abra los ojos a lo que significa ser mujer. Una de las ideas más brillantes de una película a la que le sobran hallazgos es que ese despertar se produce a partir de la toma de conciencia de la muerte. Qué pregunta más hermosa: ¿una muñeca puede morir? No nos malinterpreten: por mucho que Gerwig tenga clara su agenda feminista, que subraya a veces hasta lo paródico, y el filme sea la crónica de la crisis existencial de una mujer -como lo eran, también, sus anteriores obras, “Lady Bird” y “Mujercitas”-, “Barbie” es una fiesta.
No es extraño que Gerwig haya tenido en la cabeza, entre muchos otros (con broma a costa de “El Padrino” incluida), a Jacques Demy, cuya influencia se nota tanto en su precioso, chillón diseño de producción, como en su tono, de una energía luminosísima y de una frivolidad que es pura inteligencia. Si Barbie (Margot Robbie, que parece haber nacido para el papel) solo puede entender su futuro como mujer cuando contempla la complejidad emocional de lo real, Ken (irresistible Ryan Gosling) aprenderá qué es el patriarcado cuando deje de ser accesorio. “Barbie” pone a dialogar dos universos invertidos buscando un equilibrio entre ellos, un ideal de igualdad que reivindica que, sí, hasta los juguetes tienen derechos.
Lo mejor:
El encanto, la gracia y la inteligencia con que Gerwig trabaja su agenda feminista a partir de un icono tan polémico como Barbie.
Lo peor:
La trama corporativa de Will Ferrell, por mucho que ironice con la propia Mattel.