Caballo Blanco: víctimas del miedo.

Alonso Millet Ponce / Entresie7e

“Ella estudiaba Derecho, decía que quería apoyar a la gente… vivía conmigo, ella me mantenía a mí prácticamente, a mi niño de 10 años y a sus hijos… ahora no sé qué hacer, me quedaron los niños, me quedé sola… o trabajo o los cuido… no sé”.

Manejando hacía mi casa, escuchaba en la radio esta desgarradora declaración de América del Carmen, cuya hija de 24 años, Xóchitl Nayeli Irineo Gómez, falleció en la noche del pasado 27 de agosto.

Xóchitl era bailarina, madre soltera y estudiante, que con la esperanza de salir adelante aceptó un trabajo en el centro nocturno El Caballo Blanco, con el cual costeaba sus estudios y mantenía a su familia. Teniendo el sueño de transformar no sólo su vida, sino también la de la gente que la rodeaba, nunca se imaginó un final como el que vivió.

Fuego. Se quema todo. Han bloqueado todas las salidas del lugar que alberga ya algunos cadáveres de personas asesinadas a balazos. El humo se vuelve cada vez más espeso, más abundante y tóxico. Empiezan la toz, gritos y lamentos de trabajadores, trabajadoras, clientes, padres, madres… inocentes. Los pulmones se llenan de ese veneno humeante, privando de oxígeno a todos; provocando poco a poco una asfixia que acaba con la vida de al menos 30 personas. Llegan la policía, la Guardia Nacional, las ambulancias… Ya es muy tarde: Xóchitl Nayeli Irineo Gómez yace muerta junto a compañeras de trabajo, clientes y hasta algún desconocido. La necesidad la llevó a aceptar ese trabajo y este la mató… No, no fue su trabajo, fue el crimen organizado; el mismo al que el gobierno no puede controlar y le brinda impunidad al aceptar billetes manchados de rojo.

Los niños. ¿Qué pasa con los hijos de Xóchitl, de siete y tres años? Se quedan sin figura materna, producto de un acto criminal. La abuela, igualmente madre soltera, que aún cuida de un hijo de diez años, obtiene de la noche a la mañana la responsabilidad de sus nietos, a quienes no puede mantener, pues vivía del trabajo de su hija. Son, por lo tanto, al menos cuatro personas que Xóchitl deja a la deriva en una ciudad eclipsada por la violencia e inseguridad; llena de injusticias que sufren los más inocentes, como Alexander y Hellen, sus pequeños.

“Tengo miedo de que por andar levantando el polvo vengan [el crimen organizado] y les cueste la vida a mis niños o a mí, y mis hijos se queden en el desamparo… además de dejarnos tristeza, nos quedamos con el miedo”. – América del Carmen.

Miedo. Levantarse cada día con el terror de ser él o la siguiente. Asfixia, impacto de bala, violación sexual, decapitación… ¿Qué pasará por la mente de aquellos que viven con ese miedo día a día? Imagino aquella situación y me pongo a pensar, ¿resultará más angustiante para ellos el “cuándo” o es realmente el “cómo” lo que les preocupa?

Estando ahí, manejando con toda la seguridad que me brinda mi entorno, surge un remolino de sentimientos amontonados: dolor, tristeza, empatía, rabia… ¿y si fuera mi padre el que cayera abatido en un acto de terrorismo en alguno de sus viajes de trabajo, simplemente por estar ahí? ¿Y si fuese mi madre? ¿Mi hermana? Situaciones como la de la matanza del centro nocturno Caballo Blanco son situaciones de las que debemos responsabilizarnos todos, exigir justicia; debemos dejar de ser indiferentes y empezar a ser empáticos y tomar acciones, pues en cualquier momento nos podría tocar.

Que la muerte de Xóchitl Nayeli Irineo Gómez no sea olvidada; que los 30 fallecidos en el Caballo Blanco no sean olvidados; que Minatitlán nos duela; que Ayotzinapa no se olvide; que Tlatelolco prevalezca en nuestras memorias… 27 de agosto, 19 de abril, 27 de septiembre, 2 de octubre… ¡No se olvidan!

Nos faltan muchos. Que no sean más. Luchemos.

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