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/ Sandra Petrovich*/
“La aceleración social, el incremento de la velocidad en nuestras vidas puede ser un obstáculo para la buena vida”
Harmut Rosa
Olas de extremo calor, fuego, guerras; cuerpos maniatados, torturados, violados, secuestrados, asesinados. Tierra arrasada, ríos contaminados.
El tiempo precipita procesos; saturación de los espacios, contaminación, ruido.
La incomprensión se incrementa, ello genera violencia, tristeza, desencuentros. Esta es la espiral que producen las implosiones a distintos niveles, incluyendo las relaciones humanas.
El asunto está en poder ver la dinámica en la que estamos, para buscar formas de enlentecimiento, desconexiones, desvíos, buscar áreas de silencio o de escucha. Desconectar unas formas de estar en el mundo para conectar con otras formas que nos llenen de alegría, entusiasmo, amorosidad. Si lo pensamos bien algo podemos hacer desde lo sutil y pequeño pero que se vaya acumulando hasta transformar la energía que nos atraviesa. Buena parte de cierta realidad que se nos impone se puede revertir, dar vuelta.
La Patagonia se incendia, el agua en Uruguay se satura de contaminación. Los EEUU rehabilitan la cárcel de Guantánamo para recluir a migrantes; ya los primeros aviones con deportados llegan a Venezuela. ¿Podemos pensar en revertir esto? En realidad, el caos imperante es un nuevo orden del mundo que se despliega ante nosotros. Ese orden se regula por medio de la guerra. ¿Es esto algo tolerable? ¿Desde dónde se puede volver a crear o recrear un orden armónico que abra en vez de cerrar, que borre lo que separa, que junte lo disperso?
«Hay que aprender a escuchar el mundo, a percibirlo de nuevo y a responder a él; es muy distinto a deshacerse de él», sugiere Rosa. Primera escucha. Entonces, «pero sólo a partir de la atención que logremos dar a la presencia del otro, podremos intentar dar respuestas circunstanciales y experimentar nuevas formas de convivencia». Harmut Rosa
Hoy recibí una foto impresa de unos amigos que viven al otro extremo del mundo, me contaron de la nieve y sus caminatas en la montaña; esta foto atravesó el océano, me los imaginé y así por un rato los acompañé. Como el día fue agobiante y las temperaturas superaron los 40 grados me refugié en un Museo de Arte prácticamente vacío, allí aproveché para estar a resguardo del calor. Surgieron entonces otras preguntas como: si sería posible que la práctica de un arte desviara misiles o si un Museo podría transformarse en un templo del pensamiento. No encontré la respuesta, pero la dejé abierta. En ese lapso de tiempo estuve enlenteciendo el flujo de la circulación en algún otro lugar, tampoco estaba produciendo nada y eso de ser improductiva, aunque más no fuera por algunas horas me reconfortó, pero solo por un rato. Estas preguntas y estas derivas de la imaginación son de alguna manera puertas que se abren a algo posible e inesperado que podemos crear, que deseamos y esperamos.
Del otro lado de los desechos que desbordan está, por ejemplo, mi vecina reciclando y creando otros usos. En este caso saliendo al cruce comprimiendo, compactando lo que se acumula.
El mundo implosiona, sí, pero también se reordena desde abajo, buscando y generando vida en el movimiento desacelerado en resonancia consigo mismo, el mundo y los otros.
*Artista plástica, poeta y activista social. Una de las fundadoras de la revista virtual Alternativas.