Ser para sí
Estela Casados Gonzalez
En redes sociales se generaron comentarios diversos sobre la imagen de un auto que circulaba en el Puerto de Veracruz con una leyenda en el medallón trasero que a la letra decía “capacidad máxima: 4 putas”.El municipio de Veracruz ocupa el decimoquinto lugar en feminicidios en el país, pues datos oficiales generados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, dan constancia de que ahí se registraron cinco víctimas fatales de ese delito durante el primer semestre de 2020.
Pero el Puerto no está solo. Coatepec, Xalapa, Gutiérrez Zamora, Lerdo de Tejada, Papantla, San Andrés Tuxtla y Tihuatlán también figuran en la lista de los cien municipios con más feminicidios en el país, la cual es elaborada mensualmente por el Secretariado.
En esta semana, en menos de veinticuatro horas, dos mujeres fueron víctimas mortales a manos de desconocidos. Una en la capital del estado, Xalapa. Otra en Banderilla. La semana pasada una joven fue asesinada y encontrada en una maleta que fue arrojada en las calles de Coatzacoalcos.
Las torturan, manipulan su dignidad y su persona para después dejarlas agonizar o asesinarlas. ¿Por qué lo hacen? Porque pueden. Porque siempre han podido. Porque se puede insultar a las mujeres. Es lo normal. Protestar ante ello siempre será visto como una exageración.
En la casa, la escuela, en las calles, las oficinas gubernamentales, desde el púlpito arzobispal y desde la fe, hemos normalizado la violencia. Mofarse del cuerpo femenino, criticarlo sin reflexionar qué se va a decir o para qué se va a dar una opinión, es visto también como normal. ¿O no? Eso no los convierte en asesinos, pero sí en personas misóginas que tenemos tan normalizada la violencia contra las mujeres que hoy queremos travestirla de libertad de expresión, de comentario civilizado o de guía fashionista (me tocó ver varias en redes esta semana).
Y no es que a las mujeres no se nos pueda tocar ni con los caracteres de un twitt, el asunto es cómo se escribe, para qué se hace y, como dijera la canción, con qué fin.
Lo que pasa en el mundo real se ha acoplado plácidamente en las redes sociales. Ni duda cabe.
“Cállate y hazme un sándwich”, es la frase con la que cierra su video uno de los personajes más afamados de Tik Tok en México. Se trata de una chica quien, actuando sobre los lugares comunes de lo que los hombres piensan sobre las mujeres en México, fingiendo ser su hermano se burla, manipula y descalifica lo femenino. Nos muestra que tratar a las mujeres como objetos sirvientes y sexualizados es normal, es visto como natural. Esta chica nos hace reír para no llorar porque nos muestra los principios básicos sobre los que descansa la misoginia y el feminicidio: el ejercicio constante de descalificación, denigración y desprecio.
Hace unos días en el Puerto de Veracruz colectivos feministas, como Colmena Verde, protestaron porque se han pintado bikinis sobre árboles, simulando senos y caderas de mujeres. No tardaron mucho en descalificarlas y banalizar la protesta. ¿Qué tiene de malo? Es para hermosear la ciudad, dicen quienes las tratan de superficiales en las redes sociales. Lo cierto es que se protesta contra la objetivación de las mujeres. Contra el ejercicio cotidiano que alecciona sobre la violencia de género y el feminicidio: las mujeres son un par de tetas, un par de nalgas y unas buenas caderas.
Gracias a este aleccionamiento continuo que fortalece y justifica el ejercicio feminicida, gran parte de quienes habitamos el estado de Veracruz decimos horrorizarnos por los feminicidios, mientras que vemos con buenos ojos la normalización y naturalidad de todo aquello que fortalece esta práctica asesina.
No hemos pensado que desde los medios informativos, las redes sociales, desde el uso de la voz y la expresión de la opinión fortalecemos al homicida, al criminal, al violador, al delincuente misógino.
La autoridad está siendo rebasada por los delitos contra las mujeres. El funcionariado de primer orden ni está interesado en el tema, ni siquiera cuando le viste bien. Si a esto le sumamos que la sociedad solapa los crímenes contra las mujeres. ¿Qué nos espera?
Capacidad máxima: la tolerancia gubernamental y la complicidad social.