Charles Bukowski.

CON SINGULAR ALEGRÍA

POR GILDA MONTAÑO

El Sutil arte de que te importe un carajo, es un realista, inteligente y digno libro que de sopetón me llegó. No sé ni cómo ni por qué. Pero ya Miguel me había hecho que leyera a Bukowski que era un poeta borracho y mujeriego. Y me peguntaba… ¿y yo por qué? Me parecía muy del estilo de Ernest Hemingway. Entonces, empecé a leer a Mark Manson, en este su libro que, novedoso, me abrió muchos caminos para poder entender la personalidad de Bukowski.

Charles Bukowski era un borracho, un donjuán, un jugador empedernido, un patán, un bueno para nada, y en sus peores días, un poeta. Probablemente él sea

la última persona en esta Tierra a quien buscarías para solicitar consejos de vida que tampoco esperarías encontrar en algún texto de autoayuda. Por eso él es la mejor forma de comenzar este libro.

 

Bukowski quería ser escritor, pero por décadas fue rechazado por casi cada

agente literario y cada revista, periódico, diario o casa editorial en donde sometió

sus obras. Decían que su trabajo era horrible. Crudo. Asqueroso. Depravado.

Conforme las cartas de rechazo se amontonaban, el peso de sus fracasos lo

empujó con más profundidad a una depresión auspiciada por el alcohol que lo

seguiría la mayor parte de su vida.

 

Bukowski trabajaba como archivador de cartas en una oficina postal. Le pagaban el sueldo mínimo, y de ello, la mayor parte la gastaba en bebida. Lo que le sobraba lo dilapidaba al apostar en las carreras. Por las noches tomaba solo y algunas veces lograba sacarle un poco de poesía a su destartalada máquina de escribir. A menudo, Bukowski despertaba en el suelo, resultado de haberse embriagado durante la noche anterior hasta perder la conciencia.

 

Así pasaron tres décadas a lo largo de las cuales la constante fue una nube de

alcohol, drogas, apuestas y prostitutas. Entonces, cuando Bukowski tenía 50

años de edad, después de una vida de fracasos y autodestrucción, el editor de una

pequeña casa editorial independiente le tomó un extraño interés; no podía

ofrecerle mucho dinero o prometerle grandes ventas, pero desarrolló un raro

afecto por ese borracho perdedor y decidió darle una oportunidad. Era la primera

oportunidad real que Charles había tenido y se daba cuenta de que probablemente sería la única que tendría. Entonces el poeta le contestó al editor: “Tengo dos opciones: quedarme en la oficina postal y volverme loco . . . o quedarme afuera, jugar a ser escritor y morir de hambre. He decidido morirme de hambre”.

Después de firmar el contrato, Bukowski escribió su primera novela en tres

semanas. Se tituló simplemente Cartero.1 En la dedicatoria escribió: “No está

dedicada a nadie”.

 

Este autor lograría posicionarse como novelista y poeta. A partir de ese

momento publicaría seis novelas y cientos de poemas; vendería más de dos

millones de copias de sus libros. Su popularidad desafiaba las expectativas de

todos, pero en especial la suya propia.

 

Historias como las de Charles Bukowski son el pan de todos los días en la

narrativa cultural. La vida de este literato encarna el sueño americano: un

hombre lucha por lo que quiere, nunca se da por vencido y, eventualmente,

alcanza sus sueños. Es prácticamente el guion de una película. Todos conocemos

historias como la suya y decimos: “¿Lo ves? Él nunca se rindió. Nunca dejó de

intentarlo. Siempre creyó en él mismo. Perseveró aun con todo en contra y logró

hacerse de un nombre”.

 

Resulta extraño, entonces, que en la tumba de Bukowski su epitafio consigne: “No lo intentes”. A pesar de las ventas de sus libros y su fama, Charles era un perdedor. Él lo sabía. Su éxito no derivaba de su determinación de ser un ganador, sino del

hecho que él sabía que era un perdedor. Lo aceptó y entonces escribió con honestidad sobre ello, nunca trató de ser algo más de lo que era. La genialidad en

su trabajo no radicaba en haber superado todo contra viento y marea ni de convertirse en un brillante literato, fue lo contrario. Fue su simple habilidad de ser completa y cruelmente honesto consigo mismo —en especial, respecto de sus peores facetas— y de compartir sus fracasos sin temor o duda.

 

Ésta es la historia real del éxito de Charles Bukowski: sentirse cómodo con

ser un fracasado. A él le importaba un carajo el éxito. La fama y el éxito no

lo hicieron una mejor persona. Tampoco resultó que convertirse en una mejor

persona lo hiciera famoso y exitoso. Por lo general, la autosuperación y el éxito se dan en paralelo, pero no significa que sean equivalentes.

 

Hoy en día, nuestra cultura se halla obsesivamente orientada a expectativas

positivas, pero poco realistas: Sé más feliz. Sé más sano. Sé el mejor, mejor que

los demás. Sé más inteligente, más rápido, más rico, más sexy, más popular, más

productivo, más envidiado y más admirado. Sé perfecto, maravilloso y defeca

lingotes de oro cada mañana antes del desayuno mientras te despides de tu

cónyuge modelo y de tus 2.5 hijos.

 

Pero cuando te detienes y de verdad lo consideras, los consejos de vida convencionales —toda esa cantaleta positiva y de autoayuda feliz que escuchamos todo el tiempo— en realidad se centran en lo que careces, apuntan exactamente a lo que percibes como tus deficiencias personales, tus fracasos, y después los acentúa. Aprendes las mejores maneras de hacer dinero porque sientes que aún no tienes suficiente. Te paras frente al espejo y repites afirmaciones como “Soy bonita” o “Soy guapo” porque no te sientes lo suficientemente hermosa o bien parecido. Buscas consejos de cómo mejorar las relaciones de pareja porque no te sientes suficientemente digno de ser amado.

 

Haces ridículos ejercicios y te visualizas aún más exitoso porque sientes que aún

no eres suficientemente exitoso. De manera irónica, esta fijación con lo positivo —lo que es mejor, lo que es superior— sólo sirve para recordarnos una y otra vez lo que no somos, lo que nos falta, lo que debimos ser, pero fracasamos en convertirnos.

 

Al fin y al cabo, una persona de verdad feliz no siente la necesidad de pararse frente a un espejo y recitar hasta el cansancio que es feliz; simplemente lo es. (Continuará)

 

gildamh@hotmail.com