Ciclos

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/ Carlos Elizondo Mayer-Serra /

Desde el triunfo de Sheinbaum, en América Latina los electores han votado por gobiernos de derecha, salvo en el caso de Uruguay, donde gobernaba la derecha y ganó la izquierda. El ciudadano se cansó de quienes estaban en el poder y no cumplieron lo prometido. Así es el ciclo de las democracias cuando funcionan.

Hay una excepción: Venezuela. El país está destruido, pero Maduro se quedó en el poder tras un fraude electoral descarado: las actas de las casillas de votación muestran que la oposición ganó por mucho. No hay alternancia porque el voto ya no importa.

Se puede argumentar que Morena no es de izquierda: reparte dinero en lugar de crear bienes públicos y le ha dado poder al Ejército como nunca antes. Sin embargo, lo es en algo fundamental: su desconfianza hacia los empresarios; si ganan dinero, es porque sus utilidades son a costa de alguien. Es un mundo de suma cero. El Estado se debe imponer sobre el poder económico y es quien explota de forma exclusiva o dominante ciertos sectores productivos.

Esta visión explica que, cuando estas izquierdas gobiernan durante mucho tiempo, terminan en crisis económicas profundas. A pesar de ello, algunas se pueden sostener en el poder porque después de ganar la primera elección van desmantelando el sistema democrático y los contrapesos por los que tanto pelearon.
AMLO y sus seguidores argumentan que el triunfo de Calderón es una muestra del agandalle de la derecha. Pero más allá del debate sobre quién obtuvo más votos, no hubo en ese sexenio regresión democrática, sino una profunda reforma electoral para responder a las críticas de AMLO.

No es que la derecha sea más democrática, sino que la izquierda es una oposición más competente para frenar al gobierno y por tanto la derecha no puede quedarse con todo el poder, como lo ha hecho la izquierda en Venezuela, en Nicaragua, hasta hace muy poco en Bolivia, y ahora en México. La excepción es Bukele en El Salvador.

Sheinbaum no puede felicitar a Corina Machado por su Premio Nobel. Las afinidades políticas e ideológicas con Maduro son mayores a su vocación democrática, al contrario de las de Boric, el presidente saliente de Chile, crítico del fraude electoral venezolano.

Morena justifica de varias formas esta afinidad con regímenes autoritarios: importa más la lucha contra el imperialismo que la voluntad democrática de los pueblos, la derecha es explotadora y gana elecciones engañando. Usan argumentos similares (aunque no los hagan explícitos) para justificar la destrucción de las instituciones democráticas. Hay que ayudar al pueblo a que no se equivoque y evitar el ciclo democrático que parte de tener reglas del juego equitativas.

Este es el último eslabón en la estrategia morenista. Lo veremos el año entrante. Morena tiene el poder para hacer cualquier reforma electoral y sus instintos son aprovechar el momento para quedarse con el gobierno incluso si dejan de ser populares. No les importa que, sin válvulas de escape democráticas, los sistemas políticos se vuelven más frágiles. Creen que basta con mantenerse unidos en el mismo partido. La ausencia de alternativas opositoras y el control sobre las elecciones ciertamente ayuda, pues salirse de Morena augura la derrota.

Este modelo enfrenta un gran reto. Trump desea una América gobernada por la derecha y el fin de gobiernos como los de Venezuela y Cuba. Sheinbaum tendrá que sortear la negociación del T-MEC a la par de querer seguir apoyándolos.

Falta ver el desenlace en Venezuela. Si Maduro cae, en Cuba tendrán que poner sus barbas a remojar, aunque una intervención militar en Venezuela puede llevar a un ciclo antiimperialista que en el pasado ha dado gasolina a los gobiernos de izquierda. Si Maduro sobrevive, los venezolanos seguirán sufriendo, pero será un respiro para sus correligionarios; confirmarán que el ciclo en los regímenes autoritarios es mucho más largo que el de las democracias.

@carloselizondom