Claudia Sheinbaum resultó ¡neoliberal!

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*ÍNDICE POLÍTICO .

/ FRANCISCO RODRÍGUEZ /

Con formación comunista, por sus orígenes familiares y alineación propia… frente al mismo grupo de “empresarios” que, en su momento, aplaudieron los proyectos de Carlos Salinas de Gortari… y sin la presencia de los pequeños propietarios de “la tiendita de la esquina”, la papelería o la ferretería de los barrios…

… al principio de la tercera semana de 2025 Claudia Sheinbaum presentó el Plan México con el pretende posicionar a nuestro país entre las 10 mayores economías del planeta y en el top 5 de los destinos turísticos.

Un Plan neoliberal, salvo por el retrógrada y anacrónico aspecto de “la sustitución de importaciones”.

Y ante ello la gente se pregunta si ¿cuatroteros y neoliberales se tapan con la misma cobija?

¿Hasta dónde hay que llegar para comprobar que todo es un juego que suma cero?

¿Todo ha sido una fantasía histórica, ideológica y política?

Las respuestas están en el aire, parafraseando al Nobel Bob Dylan.

Pero lo que es tangibles es que debe perseguirse es el verdadero desarrollo, y éste sólo existe cuando se demuestra que el pueblo vive mejor, no cuando se retacan las asambleas con acarreados para la ocasión, ya sean los “empresarios” que no emprenden si no es con el apoyo de “papá gobierno”, ya sean los demandantes de los llamados apoyos “del Bienestar”.

‎Desde hace mucho tiempo usted y este escribidor concluimos que el gran abismo de la desigualdad estaba produciendo especies, clases o sectores sociales que aún no encuentran su destino, para los que no hay ideología ni discurso posible. La era de la post miseria ya está aquí, anunciada por la inequidad. Y no nos dábamos cuenta.

La insólita miseria, provocada por la distribución inequitativa de los ingresos. La irreductible realidad que sólo produce uno por ciento de privilegiados mexicanos y un puñado de mercachifles, frente a una inmensa masa de desheredados que buscan su lugar en el mundo, es nuestro mejor espejo. No sobra tiempo para atacarla de raíz.

Si el capital de los privilegiados y abusivos del poder continúa reproduciéndose sobre la base de la represión, la intolerancia y la muerte, estará arrojando, en idéntica contraparte, una masa de “mutantes” sociales cuya dimensión y conformación no puede alcanzarse a describir en pocas páginas.

Con un tétrico añadido: la gran masa de desarraigados tenderá a estar integrada por una población que unos años antes formó parte de las clases medias, hasta su casi extinción, con una capacidad de información que rebasa con mucho a la de la trinchera de enfrente.

Con resabios acumulados en procesos sociales seguramente reprimidos por los sucesivos establecimientos burocráticos y sus toletes y bayonetas y los poderes perturbadores desplazando talentos y brazos del proceso productivo. Un sistema sin capacidad de respuesta, insensible ante las demandas del cambio social urgente, inaplazable.

Una explosión social que quería tomar el camino de la violencia antes de rendirse a la desesperanza. La sociedad mexicana, polarizada por la existencia de una enorme mayoría que no tiene acceso al beneficio frente a una exquisita minoría de privilegiados que ganan en un solo día lo que cualquiera de aquellos, si tienen ingresos, no ganan en toda su vida.‎ La tormenta perfecta.

 

Polarizados, desde siempre

 

Durante siglos, la lucha histórica mexicana ha sido entre conservadores y liberales, entre monárquicos y republicanos y, fundamentalmente, entre federalistas y centralistas. Y desde hace ya más de seis años entre “el pueblo” y “los fifís”, a quienes también se denomina despectivamente como neoliberales. En la pugna por establecer la visión propia sobre el país, sobre las condiciones de existencia de sus habitantes, el modelo sigue siendo el mismo. Con peligrosas y sólidas coincidencias.

La corriente política centralista constituía la visión conservadora más certera para entregar el país y facilitar la absorción de un modelo de desarrollo internacional hecho a la medida de los explotadores de siempre, de todas las épocas.

A mediados del siglo antepasado, el capital de los imperios occidentales y de las monarquías europeas, representantes del mercantilismo individualista, del libre mercado y de la “mano invisible”, llegó a nuestras tierras aceptado con prebendas y privilegios sin límite por centralistas agradecidos.

Vino a construir ferrocarriles, puertos, carreteras, medios de comunicación, servicios públicos y factores de consumo que ayudaran a “modernizar” las estructuras comerciales, financieras, laborales y agroexportadoras que permitieran la perfecta sumisión del país a los designios de la imperial división internacional del trabajo que más les conviniera.

El objetivo era intensificar la especialización productiva que establecía poderosos nexos de subordinación. Justificar las medidas ‎que acentuaran el libre juego de los mecanismos competitivos y de acumulación privada que deberían conducir al “progreso total”, sin la intervención del poder público, porque así lo demandaba un mito extravagante, el laissez faire et laissez passer o dejar hacer y dejar pasar, pábulo de la necesidad histórica del capitalismo industrial moderno, en su periodo formativo.

 

Surgimiento aquí del capitalismo

 

El centralismo pretendía con esas teorías monárquicas y conservadoras alcanzar sus cometidos a partir de la explotación brutal de las actividades agropecuarias, para concentrarlo todo en beneficio de las factorías urbanas, trasladar indiscriminadamente los recursos del sector tradicional primario y generar los excedentes para el mejoramiento siempre en ascenso de las clases empresariales y financieras.

José Ives Limantour, el financiero del porfiriato, expresó una inquietud generalizada sobre la solidez de los principios del modelo finisecular, con claros perfiles corporativos. Manuel Calero afirmó que el liberalismo de la Reforma juarista “se había transformado” entre los llamados científicos “en una religión sin culto y sin templo”.

Francisco Bulnes, en un discurso de 1903 subsanó las antinomias del porfirismo llamándolo un modelo político que estaba vinculado en cuanto a su futuro a la vida misma del caudillo, a una biología personal ya declinante, a un dictador que encabezaba un gobierno de octogenarios.

Lucas Alamán, Bulnes, Federico Gamboa y Jorge Vera Estañol se apoyaban en los sucesos de otras latitudes, en el apogeo de la Revolución Industrial y en el florecimiento del despegue económico y político estadounidense, dirigido por generaciones europeas trasplantadas y en la lucha de estos contra los federalistas.

Fueron olvidados los programas económicos de la generación juarista, liberal y federalista, que siempre pugnó por no ajustarse a los procesos del liberalismo monárquico absolutista y que habían diseñado una nueva República, ahí donde sólo había rescoldos de una Colonia.

La generación de la Reforma era altamente sensible a los problemas de empleo, laborales y de miseria extrema de la población. Jamás justificaron las condiciones de vida que la rodeaban, ni las superioridades étnicas que desarrollaban los centros urbanos, sobre las que operaban en el campo.

 

¿Y la distribución del ingreso?

 

El centralismo conservador se impuso. Al fin y al cabo, ellos habían recibido para su manejo una nación independiente. Hasta la tercera década del siglo veinte, pasando sobre el triunfo de la Revolución, continuaron desde los cenáculos financieros del sistema haciendo de las suyas y dibujando los perfiles de un país con crecimiento desigual, desproporcionado y desequilibrado, con abismales diferencias sociales.

Nos dejaron un país débil, presa fácil de las ambiciones imperiales. Sin arma alguna, después de los Tratados de Bucareli para perseguir otra cosa que no fuera la dependencia y la sumisión absoluta. Gracias a todos ellos estamos como estamos. Hoy, el sistema económico sigue siendo el mismo, sin variantes significativas.

A mediados del siglo veinte los economistas se dividieron forzosamente entre propaladores del crecimiento, aquéllos que seguían a pie juntillas los dictados de los emporios financieros para medir los índices del crecimiento a partir de datos estrafalarios, propios de otros países con distinto nivel de desarrollo y defensores del desarrollo que nunca cuajaron.

Empezaron a hablar y a escribir numerosos libros de corte funcionalista, en los que se aseguraba que el grado de crecimiento de este país debía ser medido por las toneladas de llantas de automóvil que se gastaban, los kilos de carne que se consumían, los litros de gasolina o de turbosina que se empleaban en el transporte y una serie de zarandajas más, sin desagregación ni análisis.

Podía haberse registrado el consumo en mesas selectas o gastarse las llantas y los combustibles en aras de las utilidades de un pequeño grupo, eso no era relevante. Jamás pudieron desagregar las cifras y aplicarlas por nivel de ingresos o por condiciones de vida atrasada. Nunca midieron bien los indicadores de la distribución equitativa del ingreso nacional.

 

Urge reimplantar el liberalismo social

 

A esa corriente funcionalista del crecimiento se le llamó despectivamente “desarrollista”, pues no explicaba a fondo las variables que debían ser empleadas para medir el auténtico desarrollo, a saber: los niveles de empleo y percepciones dignas, la distribución del ingreso en niveles de salud, educación, vivienda y alimento, el acceso a los bienes de la civilización y la cultura, entre otros muchos.

Es decir, volvió a darse el enfrentamiento secular entre los servidores de los objetivos imperiales y los defensores del desarrollo nacional independiente. Los conservadores contra los liberales, en pocas palabras.

Por eso se habla en México de las grandes dosis de liberalismo social heredadas de la Reforma que urge implementar en nuestro país.

Y es que conservadores y liberales, federalistas y centralistas han vuelto a confundirse entre nosotros, se hallan formados en el mismo flanco…

… en su mayoría, ahora encabezados por Claudia Sheinbaum, militan en la 4T…

… incluidos los “empresarios” que aplaudieron el Plan México, a principios de la tercera semana de 2025.

 

Indicios

 

La señora presidente defendió apenas el papel del enlace de su gobierno con el empresariado nacional y extranjero. Una de las críticas más acervas, y certeras, fue expuesta por Jorge Suárez Vélez en su artículo semanal en el diario Reforma: “Cuando Altagracia Gómez dice que ‘México es la única apuesta que en el largo plazo nunca los va a hacer perder’, quizá debería platicar con decenas de multinacionales que perdieron hasta la camisa creyendo en nuestra reforma energética, o con decenas que están aprovechando los pagos parciales y atrasados que reciben de Pemex para liquidar a miles de empleados que tenían en nuestro país. Le falta calle de empresaria y le sobran lugares comunes.” * * * Por hoy es todo. Mi invariable reconocimiento a usted que leyó este Índice Político. Como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!

 

 

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