*
/Dulce María Sauri Riancho./
La reforma constitucional para eliminar la independencia del poder Judicial fue consumada justo en las fechas del calendario cívico dedicadas a conmemorarla. No hay marcha atrás, ni fuerza capaz de defender a la ciudadanía de lo que viene, una vez que el espejismo de una oposición partidista fue despejado por los golpes de realidad de la cooptación de los votos necesarios mediante las viejas consejas de “coopelas o cuello”.
Alertamos sobre el septiembre negro que se avecinaba. Aún restan 12 días antes del 1o. de octubre, cuando ocurrirá la ceremonia del traspaso de la banda presidencial.
En esta etapa de zozobra para un sector de la ciudadanía, se debate con intensidad sobre los inicios del nuevo gobierno. Por vez primera surge la incertidumbre sobre las capacidades de la próxima titular del poder Ejecutivo para conducir al país. No es de gratis, ni fruto de la malquerencia por diferencias partidistas.
La incógnita surge de la conducta del presidente saliente y de la propia presidenta entrante a partir del 3 de junio pasado, una vez que se mostró la contundencia del triunfo de Claudia Sheinbaum en las urnas.
Las semanas subsecuentes lejos estuvieron del tradicional retiro paulatino de los reflectores mediáticos de quien se va, para cederle el foco de la atención pública a quien habría de sucederlo.
Turbulencias mediáticas
En 2024, contra la más elemental prudencia política, la transición presidencial ha estado rodeada de turbulencias mediáticas. Giras por todo el país de la entrante y el saliente; ceremonias cívicas conmemorativas de la Independencia nacional compartiendo escenario; gabinete presidencial en el que la duda sobre las lealtades flota sobre los nombramientos de las y los funcionarios transexenales, como la futura secretaria de Gobernación.
Y por si no fuera suficiente, el próximo cambio en la dirigencia de Morena, con el papel anunciado del hijo del presidente López Obrador como el verdadero “poder tras el trono” de Luisa María Alcalde.
En este clima de confusión, emerge la interpretación del papel de Claudia Sheinbaum como una víctima del activismo del presidente López Obrador que, por lo que se ve, está dispuesto a exprimir hasta la última gota de su tiempo como gobernante. Veamos si encaja la presidenta Sheinbaum en la definición. Dice el diccionario jurídico: víctimas directas son “aquellas personas que hayan sufrido algún daño o menoscabo económico, físico, mental, emocional, o en general cualquiera puesta en peligro o lesión a sus bienes jurídicos o derechos como consecuencia de la comisión de un delito…”. La víctima puede padecer de “circunstancias personales que determinan que se halle en una situación de inferioridad o indefensión”.
Bajo esta lógica, Claudia Sheinbaum resiente daño en sus futuras facultades de gobierno en la medida que las decisiones más importantes sobre su próxima administración han sido gestadas, impulsadas en los tiempos y al ritmo que ha impuesto López Obrador. Ella ni las manos ha metido para evitar los daños presentes y del futuro inmediato. Dicen los partidarios del calificativo de “víctima” que la presidenta electa poco o nada puede hacer ante la actitud de su próximo antecesor.
Ellas y ellos piensan que es una víctima “inocente, imprudencial”, quizá “voluntaria o por ignorancia” de los turbios deseos de control transexenal de López Obrador. Pero que ¡ya verán!: al asumir el mando todo va a cambiar; se despojará del traje de víctima, ella mandará e impondrá su propio sello a su administración, ajeno a las frustraciones y venganzas de quien se va.
O complicidad…
Ahora revisemos la categorización de “cómplice”. En derecho penal, “es la persona que ayuda a cometer un delito o falta, pero que no es autor/a directa del mismo.
La complicidad se da cuando una persona participa en un acto delictivo, ya sea facilitando la ejecución o cooperando con actos anteriores o simultáneos”. Existen dos tipos principales de cómplices. El primero es “quien desempeña un papel en la planificación o instigación de un delito antes de que se materialice completamente”.
En segundo lugar, está el “cómplice durante el hecho”. Es quien se involucra activamente en el delito mientras se está llevando al cabo.
Si Claudia Sheinbaum aceptó plenamente impulsar los 18 cambios constitucionales anunciados por el presidente López Obrador; si durante la campaña electoral activamente los promovió, en especial el relacionado con la elección de jueces, magistrados y ministr@s del poder Judicial; si después de la elección insistió en su total apoyo a las modificaciones legislativas en los tiempos decididos a conveniencia del presidente López Obrador. Si retrocedió después de su tibio intento de impedir una discusión atropellada de las reformas, ¿es víctima o es cómplice de lo que acontece hoy en México y de lo que vendrá inmediatamente después?
Si Claudia Sheinbaum fuera hombre, el juicio sería sencillo y categórico: es cómplice del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pero es mujer. De su condición de género surge la pretensión de considerarla una víctima del afán de control transexenal del poder presidencial por parte de su mentor y padrino político. Rechazo la condición de víctima de la próxima presidenta de la república. Ella tiene formación e inteligencia sobrada para medir las consecuencias de su apoyo incondicional y de sus silencios de estos días. Ella ha sido cómplice activa de las reformas constitucionales que tanto lastiman a la democracia mexicana.
Y todavía faltan: desaparición de los órganos constitucionales autónomos en materia de competencia económica y transparencia y acceso a la información, militarización constitucional de la Guardia Nacional, entre los más significativos. Todo antes del 1o. de octubre.
Ella no es una inocente víctima del asfixiante afán de López Obrador por despejarle el camino, tomando para sí todas las críticas a sus reformas. Sheinbaum es una mujer poderosa, lo será más en breve. Su riesgo —y con ella el de todas las mujeres— es que prefiera asumir el comodino papel de víctima abnegada de su antecesor, plegada a sus intereses y fiel seguidora de sus instrucciones. La prefiero cómplice, con posibilidades de redención. No espero que rompa con López Obrador como una condición inmediata para manifestar su independencia. Solo espero que gobierne buscando el consenso y sanando las grandes heridas que ha dejado la polarización social.— Mérida, Yucatán.
Correo: dulcesauri@gmail.com
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán