¿Cómo llegamos hasta aquí?

* Palabra de Antígona.

/ Sara Lovera /

SemMéxico.  En 1975, las mujeres éramos otras. Teníamos clara nuestra función: ser madres y cuidar de la familia. Votar y usar anticonceptivos era ya una posibilidad, pero la violencia contra las mujeres, el derecho a interrumpir un embarazo o el significado de ser libres y soberanas eran casi invisibles. Así lo recordaron cinco expertas reunidas por la UNAM.

En ese entonces, el trabajo de las mujeres no era valorado. La doble jornada —el trabajo doméstico y de cuidados— ni siquiera tenía nombre. Eran pocas las que se habían levantado contra los yugos patriarcales de la familia, la economía y la sociedad. No había una conciencia sobre la discriminación de género.

El feminismo de los años 70 era ignorado por los gobiernos, que desestimaban sus críticas al poder. Era impensable hablar de una democracia con enfoque de género. Lo que sí tenía impacto eran las marchas multitudinarias en Estados Unidos e Italia por el derecho al aborto, así como la irrupción de mujeres en los movimientos sociales.

Los gobiernos, reunidos en Naciones Unidas, empezaron a interesarse por las mujeres, pero desde una lógica capitalista: querían integrarlas al consumo, a los negocios, a las fábricas y a los servicios. Esa visión derivó en la convocatoria a la primera conferencia mundial sobre sus derechos. El resultado fue un plan de acción bajo el lema: Desarrollo y Paz.

Las ideas de Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949) influyeron en mujeres académicas, diplomáticas y funcionarias, así como en trabajadoras que enfrentaban la precariedad salarial. Nadie imaginaba que se avecinaba una revolución femenina.

En América Latina, influyeron también la lucha social, la resistencia a las dictaduras, las guerrillas y los movimientos de liberación nacional, así como la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y la revuelta estudiantil de 1968. Estos movimientos abrieron espacio para que las mujeres nombraran sus propias demandas.

Por eso la Primera Conferencia Mundial de la Mujer, convocada por la ONU y celebrada en México, sacudió al mundo: por primera vez se reflexionó de manera global sobre la discriminación específica contra las mujeres.

Cinco décadas después, aquella conferencia provocó transformaciones a una velocidad inesperada. En 1979, la ONU adoptó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), creó el fondo UNIFEM —hoy ONU Mujeres— y fundó el Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación para la Promoción de la Mujer (INSTRAW). El reconocimiento de la violencia de género llegó hasta 1992.

La CEDAW, firmada por 189 países, es un compromiso vinculante y se convirtió en el eje para combatir la discriminación. Desde entonces, el Comité de Expertas da seguimiento a los gobiernos.

Es la ruta internacional para proteger todos los derechos humanos de las mujeres. En México, sin embargo, no se ha comprendido del todo.

Gracias a la CEDAW se visibilizaron la doble jornada, el derecho al aborto, la libertad y diversidad sexual, y la violencia de género. Se crearon institutos y secretarías de las mujeres, surgieron análisis científicos con perspectiva de género, se impulsaron cambios culturales y políticas públicas. El Comité ha emitido más de 30 recomendaciones generales y cientos de observaciones puntuales.

Pero hoy las expertas se preguntan: ¿cómo llegamos a este momento oscuro y violento, al borde de una tercera guerra mundial? ¿Cómo ocurrió que Donald Trump se metiera en una guerra? Están en riesgo todos los avances de las mujeres, y la vida misma.

¿Es un asunto nuestro? Sí. Por eso el feminismo necesita repensar la igualdad, la democracia, la paz y el desarrollo. Urgen nuevas estrategias, renovar el pensamiento y la acción. Hoy más que nunca, es necesario transformar al Estado. Involucrarse en su estructura y en la toma de decisiones. Veremos.

Periodista. Editora de Género en la OEM y directora del portal informativo semmexico.mx