¿Cómo me descubrí feminista, cómo nos descubrimos feministas?

Por: texto colectivo

Para unas es la memoria de las mujeres de nuestra familia; para otras es el sentir el peso de la desigualdad que radica en ser mujer, y más aún ser mujer indígena, negra o pobre; para otras es la violencia sobre nuestros propios cuerpos; o es el querer hacer algo por otras mujeres y niñas. Para todas, el feminismo es hoy una forma de ser y vivir, personal y colectiva.

Somos siete mujeres de diversos orígenes, pensamientos, voces, sentires, vivencias y experiencias, que nos juntamos para narrar cómo nos descubrimos en el feminismo, mejor dicho, en los feminismos. Cada una escribió su texto y todas nos escuchamos al leerlos; por eso decimos que fue una escritura colectiva.

Era feminista y no lo sabía

Por: Karina Gallegos Lara

 

Nací en Quito pero viví algunos años de mi infancia con mi abuelita en el campo, al norte de la provincia de Imbabura en la comunidad de Caliche, de donde es oriunda mi familia materna.

Nací y crecí en el seno de una familia liderada por mujeres, que podría decir matriarcal, donde la igualdad era la norma. Crecí viendo y sintiendo costumbres y formas que sólo ahora me doy cuenta que son derechos por los cuales el movimiento feminista lucha para que todas las mujeres lo puedan vivir.

Tuve la oportunidad de vivir y compartir mi niñez y adolescencia con diez tías, que son orgullosamente mujeres negras empoderadas, pero que no vienen de ningún proceso feminista. Para mí era normal escuchar decir cosas como:

– ¡Cuidado con dejarte levantar la voz por ningún hombre!. ¡Pobrecito de aquel que te esté haciendo sentir mal, y yo me entere!

Esas eran palabras de advertencia, no para mí, sino para cualquier hombre que se atreva a maltratarme.

De las mujeres de mi familia aprendí que nosotras tenemos el poder absoluto de decidir sobre nuestras vidas y nuestro cuerpo. El hombre, la pareja, el marido, está más como un compañero. Nosotras hacemos  y decidimos. Yo me crié con ese pensar, ese sentir, de que así se deben hacer las cosas. No necesito pedir permiso para hacer las cosas, sino que  yo las hago y punto.  Algo que ahora, en este transitar de la vida, al encontrarme con otras mujeres fuertes y valientes comunicadoras feministas que son parte del Churo, el Ojo Semilla, Wambra, Afro comunicaciones,  es donde me redescubro y entiendo que ya era feminista, pero no lo sabía.

Cuando una enciende la televisión, el noticiero, los periódicos, escucha a los vecinos, tantas cosas de violencia contra las mujeres, las niñas; dentro de mí no puedo entender. No me importa si esas mujeres son negras, blancas, mestizas, niñas, chiquitas, grandes, yo sé que la violencia no está bien.  Quería tener herramientas para ayudar a otras mujeres, entonces empecé a leer artículos  y me fortalecí en grupos de mujeres feministas.

Ahora entiendo que no hay un solo feminismo, sino que hay muchos, y me reconozco como una feminista interseccional que cree que la opresión a la mujer no viene solo desde el género, sino que tiene múltiples ejes como la clase, la etnia, la sexualidad, discapacidad etc. Hoy lo digo con orgullo, el mismo que me enseñaron todas las mujeres de mi familia: soy feminista.

 

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Hallando las pistas

Por: Sofía Carrión Suza

 

Fue sin pensarlo, sin definirlo. Tanto así, que no sé cuándo empezó, pero quizás puedo dar unas pistas.

De niña, no entendía a mis vecinos, un niño y una niña,  que jugaban a ser la mamá y el papá, menos aún cuando lo vi golpearla y a ambos decir:

– Es de mentiras.

Luego vi los moretones de su mamá, escuché los gritos de su papá y de alguna forma sentí el peso de la desigualdad que radicaba en ser mujer.

Mi vecina, fue mi primera amiga, teníamos seis años, nos veíamos casi a diario, hasta que un día mi mamá me dijo:

–Está enferma. Hoy no podrán jugar.

Así pasó el tiempo, me acostumbré a no ver a mi amiga seguido y el andar de la vida nos alejó. Después de muchos años, al barrer las memorias del pasado, mi madre me contó que mi amiga no tenía una gripe como yo pensaba, sino que la habían abusado sexualmente y contagiado de una enfermedad venérea. Las palabras de mi mamá dejaron una profunda huella en mi corazón.

Ser mujer para mi implica crecer con retos, pero también con miedos y fracasos; es destruir y construir. Cuando llegó lo que pensé que era el amor, sentí el dolor de olvidarme de quien soy. Tuve que tocar fondo, aceptar que algo había muerto en mí, sufrirlo, llorarlo, para al final sanarlo. Aceptar que el amor empieza primero en una misma y debe darte alegría, salud y paz.

Eso fue lo que hallé en el feminismo, al igual que en las historias de mis amigas, de mi mamá, de mi abuela, que aunque no se reconocen así, lo viven. Encontré un lugar en el que me entiendo y puedo entender lo que sucede con otras mujeres, con otras niñas como mi vecina, que no pudo seguir siendo niña por la violencia contra su cuerpo. Así me encuentro en el feminismo, siguiendo las pistas de quienes me precedieron, pero también siendo quien las deja para las demás, para saber que no estamos solas y que juntas somos más.

 

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Descubrí el feminismo que me parió y celebré mi negritud

Por: Génesis Anangonó Chalaco

 

 

Ser negra no fue mi elección, y tampoco fue una suerte o una bendición. Ser negra fue producto de la genética, del mestizaje y del amor de mis padres –mi madre es mestiza y mi padre es negro–. No tengo ningún problema con este color, ni con el blanco, ni con el amarillo, ni con ninguno. Me gusta mi color y celebro mi negritud.

A los 17 años, cuando empecé a estudiar periodismo, descubrí el feminismo y la consciencia de clases; y gracias a eso empecé a reconocerme como una mujer negra y feminista. Por eso siempre digo que lo mejor que me ha dado el periodismo es el feminismo. Gracias a este movimiento aprendí a aceptarme como una mujer fuerte, valiente y capaz de hacer todo lo que quisiera, aunque fuera negra y socialmente no crean que puedo

Cuando descubrí el feminismo me di cuenta que me educó una feminista. Mamá nos enseñó a hacer las tareas domésticas a todos –mi hermano, mi hermana y yo– por igual, nunca nos prohibió algo porque eso no fuera para niñas, y cuando mi hermana decidió estudiar mecánica automotriz, solo respiró profundamente y lo aceptó. Mamá nunca creyó que mi hermana o yo debiéramos limitarnos solo por ser niñas, ni nos prohibió usar algún tipo de ropa porque la considerara provocativa. Mamá nos habló de sexo, anticoncepción y embarazos no deseados y nos dijo que nuestra dignidad no disminuiría si teníamos sexo, nos fallaban los anticonceptivos o si nos convertíamos en madres, queriendo serlo. Mi mamá es la primera feminista que conocí, ella es la razón y la causa de que yo ahora sea quién soy y aunque ella ni si quiera lo sabe, me hizo fuerte, me construyó y me hizo feminista.

Me nombré feminista cuando acepté que mi existencia no estaba ligada a ser esposa, madre o ama de casa. Cuando supe que mi existencia en este mundo fue por una falla en el método anticonceptivo; y que mamá –y papá también– sin tener las condiciones económicas decidió parirme. Me parió porque quiso, porque pudo y porque así lo decidió y, desde que supo de mi existencia, me amó. Me ama y por eso ahora ella también se nombra feminista y juntas nos de-construimos, nos acompañamos.

 

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Sentir hombros de mujeres

Por: Luiza Gualán

 

Sentir hombros de mujeres apoyando a otras mujeres es vital, me recuerda mi experiencia de abrazos que me ayudaron a levantarme de un estado crítico en el que me desplomé, como consecuencia de repetir comportamientos, costumbres, prejuicios de sumisión y violencia.  No ha habido un grupo de hombres para apoyarme en esas condiciones, pero sí de mujeres, que creen que es posible volver a ponerse en pie y caminar, con el deseo de sentirme viva y dejarme ayudar.

Eso no sé cómo descifrar. Pero yo resumiría que el apoyo entre mujeres es el motor. Por eso me gusta mucho el Vivas nos Queremos, porque yo me quise viva. Viva y bien parada. Y aferrarme a la vida es no aceptar y romper todos los conceptos individuales, sociales, políticos, religiosos, costumbres, paradigmas erróneos, esos que dicen que “es así, que así debe ser”, solo por el hecho de ser mujer. Lo que hoy me permite reconocerme como feminista.

¿Qué despertó mi feminismo? El recibir el apoyo de otras mujeres. Yo tuve un derrame parcial, de tanto sufrimiento, decepciones, el cuerpo ya no daba más, lo médicos me decían que debía estar en silla de ruedas. Yo quería estudiar y no podía hacerlo. Si yo hubiera podido estudiar – le decía  a mi marido– yo estaría en un podio. Ahora recién he estado en espacios dando charlas frente a muchas personas, pero no tengo un título. Me preguntan ¿qué es usted ingeniera, licenciada?, yo digo: soy Luisa.

No quiero contar mi historia desde el dolor, no quiero generar pena ni compasión. Quiero que mi experiencia de reivindicación sea de motivación y referente para otras mujeres que decidan liberarse. Quiero mantener la expresión de libertad. No es el final de mi historia, es el inicio de un nuevo comienzo. No es un cuento, es real. Así como real soy yo. Caminando mis palabras, me reconozco feminista después de romper paradigmas sociales, creencias religiosas, costumbres normalizadas como culturales y falsos conceptos del ser mujer.

 

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Nunca más culpa, ni dolor

Por: Inaeeé Congo

 

Al feminismo lo descubrí a finales del 2016, cuando empecé a una escuela de formación política para mujeres. A inicios de ese mismo año, empecé una relación sentimental tóxica, en la que él me dominaba y me prohibía hacer muchas cosas. Ese año, también supe que estaba embarazada, tenía un mes y medio de embarazo. Cuando le conté esto a mi pareja él inmediatamente me dejó saber que no quería ser padre. Como yo tenía el apoyo de mi mamá y de mi papá, no me interesó su opinión.

Un fin de semana mi pareja y yo fuimos a Quito y decidimos ir a bailar a una discoteca. En ese espacio un amigo de la comunidad, y que conocía hace muchísimo tiempo, me invitó a bailar con él. A mí siempre me ha gustado divertirme y eso no es señal de que yo sea una mala mujer. Esta acción hizo que mi ex pareja enfureciera, me golpeara ante la mirada de los asistentes, luego me arrastrara hasta los exteriores de la discoteca y me siguiera golpeando en el estómago, las costillas y el vientre. Yo no recuerdo nada, pero dicen que logré llegar hasta la casa de unos familiares que viven cerca de la discoteca. También recuerdan que estaba bañada en sangre y que lo único que preguntaba era si aún estaba embarazada. Y no, ya no estaba embarazada. Él me golpeó hasta más no poder. Me rompió una costilla y me provocó un aborto.

Cuando ya estaba consciente recuerdo que me la pasaba preguntando si aún estaba embarazada, pero nadie me respondía. Cuando mi mami llegó, envuelta en un mar de llanto, me dijo:

–¿cómo te ayudo?.

Le volví a preguntar si todavía estaba embarazada y ella me dijo que no. Yo solo lloraba y lloraba ante la mirada desconsolada de mi madre que repitió:

–¿cómo te ayudo?, porque yo te vi nacer, pero no aguantaría verte morir.

Esas palabras me llegaron al corazón y desde ese momento no lloro, sí me pongo triste , pero ya no lloro.

Yo pensaba que mi familia me iba a dar la espalda, pero no. Todas y todos seguían ahí apoyándome, excepto una tía, a la que aprecio mucho, pero que es demasiado tóxica. Ella vivía culpándome de lo que él me había hecho y nos decía a mi madre y a mí que yo era la responsable de todo lo que me pasó

–Mariana, tu hija tiene la culpa. Tu hija se provocó lo que le está pasando.

No nos dejaba en paz y yo a ratos me convencía de sus palabras. Llegué a sentir asco de mí misma y me decía que la culpa fue mía por no comportarme como una buena mujer.

Asistí a un congreso de mujeres, ahí escuché un discurso hermoso y potente de una de las ponentes, ella dijo que ninguna mujer es culpable de la violencia que recibe. En ese momento el feminismo tuvo un sentido en mi vida.

Me jure a mí misma que las lágrimas de mis ojos ya no brotarían, porque mi papá en ese momento me dijo que yo tengo que ser fuerte y si yo lloro es sinónimo de debilidad, pero yo creo que cuando las personas lloramos nos desahogamos y es una señal de respeto hacia nosotras mismas. Yo no sé si en algún momento vaya a ser madre, pero si llego a serlo mi bebé será bienvenidx. Hoy por hoy ya no puedo estar triste, me prohibí a mí misma encerrarme y estar triste, o sea no quiero verme, ni que se den el gusto de verme triste.

Por cosas como estas soy feminista, desde ahí empieza ese feminismo fuerte en mí. En la sociedad en la que yo crecí el marido te pega en la mañana, por la noche se va a donde la otra mujer y a la mañana siguiente regresa, y sino tienes listas las cosas de la casa te vuelve a pegar. O un hogar las mujeres trabajan, proveen, sin embargo, el marido las golpea y les quita la mitad de lo que ganaron trabajando.

Me volví feminista cuando supe que muchas niñas en mi comunidad afro descendiente intiman con hombres mayores por la dependencia económica. Me volví feminista por todas esas madres adolescentes, que no quisieron o planearon serlo. En los únicos colegios que hay en mi comunidad no hay educación con perspectiva de género.

Ahora yo me considero una mujer feminista, radical, loca, como la mayoría nos dice. He brindado acompañamiento, he gastado mi dinero y me he endeudado para apoyar a otras mujeres a que sigan este proceso. A la última chica que quise ayudar –pero que su misma mamá me lo impidió– fue violada por su padre.

Soy feminista por toda la violencia, por todo lo que he pasado y han pasado las mujeres cercanas a mí y, en el caso de las mujeres rurales, creo que sí sufrimos más violencia que las mujeres de ciudad.

 

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La memoria de mi mamá

Por: Ana Acosta Buenaño @yakuana

 

Mi mamá estudió hasta la secundaria. No fue a la universidad por quedarse a cargo –junto con mi abuela y abuelo y luego con mi padre­– de la ferretería que ha sido el sustento de la familia. Mi mamá nunca me habló del feminismo, pero me contó muchas cosas que hoy reconozco como feministas.

Me contó que cuando mi abuelo y abuela le dijeron que debía irse a estudiar al internado de monjas, permaneció un año y en las primeras vacaciones que regresó a casa, se escapó. El día que debía volver, se escondió donde su abuelo –mi tatarabuelo– en el campo, arriba, allá donde él trabajaba.

Mi mamá me contó también que casi murió en un hospital. Había dado a luz, estaba sola un domingo en la noche. Sintió que un líquido caliente le bajaba por las piernas. Se desangraba y cada que intentaba moverse, sentía que le salía más y más sangre. Timbraba pero nadie la atendía. Cuando las enfermeras llegaron, la trataron mal, la culparon a ella de su propio sangrado. Después de eso mi mamá no quiso volver a dar a luz en un hospital, ella nos parió a mi hermana y a mí con Rocío, obstetra-partera, y acompañada de mi tía, en Sangolquí, cerca de la casa.

Imaginarme a ella escapándose en caballo y yéndose al campo para no volver a un internado de monjas, me enseñó que nadie puede obligarme a hacer algo que yo no quiero, algo contra mi voluntad; me enseñó el consentimiento y el deseo.

Cuando ella decidió dónde y cómo parir, rehusándose a ser tratada de forma violenta en un hospital frío y vacío, me enseñó que la maternidad y el parto, es algo muy fuerte que debo decidirlo, desearlo, para poder vivirlo con felicidad.

Hoy mi mamá está perdiendo la memoria. Ha pasado por varios doctores, unos dicen que no tiene nada, que es natural olvidarse de ciertas cosas para una mujer de 75 años. Otros dicen que tiene demencia senil y que cada vez perderá más sus recuerdos, su capacidad, su independencia, su vida normal. Ya no recordará.  Es por eso que escribo para no olvidar lo que me enseñó, porque las cosas que mi madre hizo y me contó, me dieron las pautas del feminismo que me hizo ser como soy, sin saber que existía siquiera esa palabra.

 

.* Textos realizados en el grupo de escritura del Encuentro Ojo Semilla Feminista, edición Multimedia realizado el 23,24,25 de septiembre 2019 en Peguche, Imbabura. Un espacio impulsado por El Churo, Ojo Semilla y Wambra Medio Digital Comunitario.