Competir o morir: el cerebro masculino

*
Por Adela Ramírez

Hay algo fascinante —y a veces inevitablemente gracioso— en la forma en que muchos hombres se enfrentan a la vida: como si cada situación cotidiana fuera una final de campeonato. ¿Quién abre más rápido una botella de agua? ¿Quién encuentra antes el lugar de estacionamiento? ¿Quién termina primero la carne asada? Lo que para otros es un detalle menor, para ellos se convierte en un “torneo invisible” en el que el verdadero premio no es material, sino el orgullo de decir: “te gané”.

El cerebro en modo competencia

La ciencia tiene una explicación para este impulso. Competir activa circuitos cerebrales vinculados con la recompensa. Un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS, 2008) demostró que al ganar se libera dopamina —el neurotransmisor asociado al placer—, lo que refuerza la conducta competitiva. En otras palabras: cada objetivo alcanzado, por pequeño que sea, provoca un chispazo de euforia en el cerebro masculino.

La testosterona también entra en juego. Investigaciones de la Universidad de Cambridge (2016) comprobaron que, tras una victoria, los niveles de esta hormona aumentan, elevando la confianza y alimentando el deseo de volver a competir. Así se explica por qué una pequeña victoria no se queda en anécdota, sino que abre la puerta a un ciclo que combina biología, emoción y motivación.

Ganar es más que un pasatiempo

No hablamos únicamente de grandes triunfos —como conseguir un ascenso laboral o ganar un campeonato deportivo—. Para muchos hombres, los logros pequeños también son esenciales. Su cerebro no distingue entre un éxito monumental y una meta mínima: lo que cuenta es la sensación de haber ganado. Esa experiencia desencadena una mini descarga de dopamina y adrenalina que resulta igual de significativa a nivel interno.

La psicóloga social Joyce Benenson (Harvard) explica que los hombres tienden a organizar su mundo en jerarquías, y cada logro, por insignificante que parezca, alimenta la sensación de ascender en esa estructura invisible. En ese sentido, la competencia no solo moldea su identidad individual, sino que define su lugar dentro del grupo.

La importancia de las pequeñas victorias

Aquí aparece el costado más humano y divertido de este fenómeno: muchos hombres no solo disfrutan ganar, sino que viven la derrota —aunque sea mínima— como algo casi inaceptable. Basta observarlos en un videojuego, en una partida de dominó o en una carrera improvisada hasta la esquina. Estas “mini victorias” refuerzan identidad, autoestima y pertenencia, aunque a simple vista parezcan triviales.

Una necesidad biológica y cultural

Competir no es únicamente una construcción cultural; es también un motor biológico. La adrenalina y el placer que produce alcanzar un objetivo, sin importar su tamaño, son parte de lo que impulsa a los hombres a buscar constantemente nuevos retos. Tal vez pueda parecer exagerado, pero comprender este impulso es fundamental para entender cómo se relacionan con el mundo.

Tal vez, si las mujeres conocieran esta parte tan competitiva del cerebro masculino pondrían a prueba su paciencia y les permitirían ganar pequeñas victorias, solamente después de haber “competido” en varias ocasiones por su compañía.

 

X: delyramrez