Carlos Elizondo Mayer-Serra.
Un amigo me preguntó en tono de sorna: ¿Qué se siente ser conservador? Me había tocado ser estelar en la mañanera del lunes: “Así son los conservadores, muy hipócritas y de doble discurso”, dijo AMLO aludiendo a mí. Esto a propósito de un tuit que daba cuenta de información de la ASF, la cual señalaba que cancelar el aeropuerto había costado tres veces lo reconocido por el gobierno.
Quizás el enojo era con mi libro recién publicado Y mi palabra es la ley. AMLO en Palacio Nacional. Un fragmento del primer capítulo, intitulado “El rey”, apareció en este diario el domingo pasado. Enojado, se comportó como suele hacerlo, atacando a uno de sus súbditos por ser crítico.
El Presidente es un empleado público cuyo salario pagamos todos con nuestros impuestos. El país lleva más de 185 mil muertos oficiales por la pandemia y gasta su tiempo atacando ciudadanos.
Él no sólo tiene otros datos, sino otros conceptos. Según la RAE, el liberalismo es la “Doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos”. Es una definición propia del liberalismo contemporáneo. Yo siempre he defendido, abierta y explícitamente, esa agenda.
AMLO no. Es estatista porque cree, por ejemplo, que el sector privado debe estar sujeto al Estado y que éste debe tener monopolios en sectores como el energético.
Es conservador en materia social, por ejemplo, porque, en su opinión, “se quiere cambiar el rol de las mujeres […], pero la tradición en México es que las hijas siempre están pendientes de los padres, de los papás, de las mamás”. No desea que las mujeres tengan derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Está aliado con un partido evangélico y constantemente recurre a símbolos religiosos en su discurso.
En una posterior mañanera me volvió a mencionar, para rematar después de una larga perorata con que “el conservadurismo es sinónimo de autoritarismo”. El autoritario es él, un razón más por la que es conservador. Los liberales creemos que nadie tiene toda la razón (lo cual no significa que todas las razones sean igualmente válidas; si así fuera, no escribiría esta columna). Los liberales creemos que el debate enriquece. Los autoritarios, por el contrario, creen que sólo es válida y correcta su visión del mundo. A una propuesta de ley no se le debe cambiar ni una coma. Él tiene la verdad.
En sentido estricto, AMLO es un retrógrado. Cree que en el pasado se encuentra un mundo mejor y quiere regresar a él. En ese pasado la economía estaba cerrada, no había democracia y los derechos humanos eran pisoteados sin pudor ni consecuencia.
AMLO es un mago de los símbolos. En nuestra historia patria los buenos son los liberales y los malos los conservadores. Su estrategia es simple: reforzar esa narrativa de buenos vs. malos. Los buenos están con él, y los malos son los que se atreven a criticarlo.
La gente quiere ser parte de los buenos. No importa si AMLO lo es, mucho menos si piensa como ellos. Es el líder querido, ellos se adaptan.
A quien AMLO critica le pone una trampa: si no contesta, le da la razón. Si lo hace, le sirve para tener un adversario y evitar hablar de los problemas del país.
Si fuéramos meros interesados en un cobro, como nos acusa, lo fácil sería acomodarse y alabarlo. Seríamos, entonces sí, los grandes hipócritas. Quienes lo alaban hoy tienen buenos réditos, de todo tipo.
AMLO tiene el poder. Ningún otro Presidente había tenido tanto. Pero le encanta hacerse la víctima y muchos de sus seguidores lo creen.
Lamentablemente, no está usando todo ese poder para beneficiar a los mexicanos. Traición a la patria es no cuidar los intereses del país y la vida de sus habitantes, y sólo preocuparse por ganar elecciones e incrementar su poder.