*A Juicio de Amparo.
/ María Amparo Casar/
A veces se nos olvida recurrir a la política comparada para ver éxitos y fracasos. Desde luego las comparaciones siempre se tienen que tomar con cuidado por que las condiciones no siempre son iguales pero algunas lecciones nos dejan las distintas formas de abordaje a problemas similares que enfrentan los gobiernos.
Traigo esta reflexión a colación porque me parece que la transición de Lula, dos veces presidente (de 2003 hasta 2011) a Dilma Roussef de su mismo partido le planteó a esta última dilemas similares a los que enfrenta hoy Sheinbaum.
Lula Intentó ser presidente tres veces y lo logró a la cuarta después de “suavizar” su imagen como radical. No era un comunista. Creía en la lucha contra la desigualdad. Su política económica fue más bien de corte liberal, pro-mercado y ortodoxa. Logró reducir la pobreza. Apeló, sobre todo en su segunda campaña, a las clases medias. Mantuvo una gran popularidad.
Hubo también grandes diferencias. Mencionó algunas muy importantes. Primero, Lula no apostó por la polarización y más bien apeló a un proyecto común. Desde los habitantes de las favelas, pasando por los partidos de oposición y los grandes intereses privados.
Segundo, durante sus años como presidente logró un crecimiento de 3.7% en promedio con picos de 7.5% como en el 2010 y, muy importante, con estabilidad financiera.
Tercero, Lula no apostó, o no prioritariamente, por leales al partido sino por personas competentes para acompañarlo a administrar.
Lula salió de la presidencia con 80% de aprobación e impulsó abiertamente a su candidata Dilma Rousseff a la presidencia quien ganó, en segunda vuelta, con 56% de los votos. Como Sheinbaum, hizo historia siendo la primera presidenta de su país.
Y, aquí, cuál es el paralelismo. Pues que como Sheinbaum, Dilma hizo su carrera al lado de su antecesor -sobre todo durante su segundo mandato- al que le debió su candidatura, en buena medida su triunfo y con quien comulgó en sus principios y los del partido. Más aún, cuando al gobierno de Lula le estalló el caso de corrupción del mensalao (las mensualidades), Lula despidió a su jefe de gabinete y le dio el puesto a ella. Los escándalos de corrupción en el partido de Lula siguieron en su segundo mandato, al grado de que aquellos dirigentes más nombrados como posibles sucesores tuvieron que ser descartados. Lula logró sustraerse de dichos escándalos pero el partido y el gobierno no. La presidencia, si cabe, se hizo más personalista pero la corrupción siguió.
Y, aquí acaba el paralelismo. Llegando a la presidencia Rousseff cambió su política hacia la corrupción. Se decantó, durante su primer año, por la “faxina ética” o limpieza ética. Y despidió u obligó a que dejaran sus cargos a siete ministros, entre otros el Jefe de Gabinete, el Secretario de Transportes y el Secretario de Defensa, por sospechas de corrupción.
Todas las crónicas de la época, relatan que, “desde el inicio de su gobierno, Dilma marcó distancia con la mayor tolerancia hacia la corrupción que se le atribuía a su antecesor … quien mantuvo en el gabinete a ministros salpicados por escándalos … permitiendo que la policía y los órganos de control actuaran libremente sobre las denuncias contra miembros de su gobierno. De hecho, Dilma no interfirió en las investigaciones y exigió el alejamiento de los involucrados, en contraste con la percepción de que en el gobierno anterior se “amparaba” a funcionarios cuestionados por conveniencia políticas”.
Los escándalos de corrupción fueron muy similares a los nuestros: incremento de patrimonios personales, sobrecostos en obras, cobro de sobornos, contratos amañados, pagos ilícitos, uso político de distribución de alimentos, desvío de recursos, uso de aviones.
La conclusión fue que aunque la tolerancia cer no estuvo excenta de graves tensiones y de pérdida de algunos aliados, la nueva presidenta supo “tratar estos escándalos sin desbaratar su coalición”.
La postura de Rousseff siempre fue firme: como presidenta no iba a discutir las decisiones del Supremo Tribunal. Así fue cuando en 2012, el Supremo Tribunal Federal condenó por corrupción al expresidente del PT -mano derecha de Lula- a más de 10 años de prisión.
Al final, Dilma salió fortalecida demostrando que podía “formar un equipo más alineado con sus propias preferencias y principios, en lugar de figuras “heredadas” del gobierno anterior”. Tanto así que se reeligió.
O sea, sí se puede.












