Cortejando el desastre

Sara Sefchovich

En 1984 fueron las explosiones de gas en San Juan Ixhuatepec. Durante meses, los vecinos estuvieron quejándose de que olía a gas, pero nadie les hizo caso.

En 1992 sucedió lo mismo en Guadalajara, pero allí las autoridades sí respondieron y les aseguraron que no había riesgo. De hecho, el mismo día de las explosiones, Protección Civil lo había anunciado por radio, unas horas antes de que ocurriera la desgracia.

Esto viene a cuento porque, desde hace varias semanas, vecinos de Atzcapotzalco están diciendo lo mismo y tampoco nadie les hace caso. Y es que hay miles de cilindros de gas LP apilados en los terrenos que alguna vez ocupó una refinería de Pemex en esa zona, que son los tanques que se recogieron en varias demarcaciones para cambiarlos por nuevos, pero que no están completamente vacíos y por lo tanto “producen monóxido de carbono que es extremadamente inflamable, tóxico y asfixiante, al punto de poder provocar la muerte” según afirma un especialista citado por el diario El País. El olor es tan fuerte que algunos vecinos tienen que salirse de sus casas por las noches, pues “No nos deja dormir con tranquilidad, estamos con la zozobra de que un día no vamos a despertar”.

La respuesta de la Jefa de Gobierno, cuando se le planteó el problema, fue: “Se está atendiendo. Ya fue Protección Civil del Gobierno de la Ciudad, no vio ningún tema de riesgo”.

Ahora que se conmemora un año del accidente de la línea 12 del metro, no estaría de más recordar que los usuarios se quejaron de los ruidos y movimientos extraños que hacían los vagones al pasar por allí, pero nadie les hizo caso. Ni estaría de más recordar que el ingeniero Eduardo Ramírez Cato ha insistido en que hay que revisar el resto de la línea, ya que la falla no puede estar en un solo lugar, pues se usaron los mismos materiales y modos de construcción. Pero nadie le ha hecho caso.

Algo parecido sucedió en el Aeropuerto de la CDMX. Reiteradamente se habló de problemas que se generaron con aviones que recibían instrucciones para usar espacios que ya estaban ocupados por otra aeronave. Pero nadie hizo caso hasta que la situación fue denunciada por asociaciones de pilotos aviadores y por organismos internacionales de aeronáutica.

Según Darío Celis, el problema tiene que ver con la prisa para hacer el nuevo aeropuerto AIFA, la incapacidad de quienes reorganizaron el espacio aéreo, el despido de muchos controladores y la pésima capacitación de otros apenas contratados. Según Raymundo Rivapalacio, se trata de un desastre propiciado porque el director del AICM permitió a las líneas aéreas organizar sus vuelos sin que nadie los regulara, lo cual dio lugar a un fuerte incremento de estos, sin ninguna otra consideración que su propio beneficio y sin que las autoridades hicieran nada al respecto.

Estos son solo algunos ejemplos. Hay otros: los cerros que se desgajan sepultando a quienes viven en sus faldas y, año con año, las lluvias que inundan y destruyen. Porque en nuestro país hay un absoluto desinterés por prevenir, las autoridades no consideran que hay que desazolvar coladeras, dar mantenimiento o escuchar las quejas ciudadanas. Prefieren negar que existan riesgos y acusar a quienes los denuncian de “adversarios”.

Pero eso sí, las normas de Protección Civil prohíben que haya hornos de microondas en las oficinas, porque “pueden iniciar un incendio”. ¡Así se las gastan!

Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com