Crónica de un positivo

/Macromachismos /

/ Lorena Piedad /

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. A las 4:42 de la tarde me acerco a la reja verde: buena tarde, vengo a hacerme una prueba, el guardia me mira con incredulidad, “¿trae su carnet?”, no, vengo del trabajo, “¿entonces cómo quiere pasar?”. No identifico si tengo malestar o él me lo provoca. No me regañe, oficial, voy a tramitarlo y regreso. “No la estoy regañando”.

Ignoro, ingreso por otra puerta porque afortunadamente tengo una fotografía tamaño infantil en mi cartera, de esas que una guarda porque piensa que es de las pocas en las que salió bien, tramito el documento, la enfermera me llama la atención por no llevar mi cartilla anterior (la que utilizaba cuando tenía 19 años). Aprovecho para tramitar unos estudios de laboratorio pendientes, pensé, error. “Debe actualizar su hoja”, pero la enfermera que me atendió me dijo que viniera la tercera semana de enero, “sí, pero ya caducó, vaya otra vez con su médico”. ¿Otra vez? Acudo al consultorio, ahí no es, “vaya a atención a derechohabientes”. Voy, no hay nadie.

Otro trámite, oculto mi frustración tras el cubreboca, disculpe, ¿me agenda cita para Papanicolau? “No, venga 10 días después de su periodo de menstruación de 2 a 6 de la tarde”, me responde una enfermera no sé si enojada, cansada o indiferente. Me hacen sentir que es malo enfermarse. Me retiro a prisa porque aún me espera una larga fila en el módulo Covid. Le muestro al guardia mi carnet, una mujer joven cubierta con tela quirúrgica desde la cabeza hasta los pies me entrega un formulario, debes escribir tus datos personales, nombre y teléfono de las personas con las que tuviste contacto en los últimos dos días  y tachar los síntomas que presentas: rinorrea, disgeusia, anosmia, artralgias, mialgias, odinofagia. ¿Qué?

No entiendo, me avergüenza mi falta de conocimiento en términos médicos, confieso que hice uso de Google para resolver mis dudas. Va de nuevo rinorrea (goteo nasal) sí, disgeusia (trastorno del gusto) no, anosmia (pérdida del olfato) sí, artralgias (dolor de articulaciones) sí, mialgias (dolor muscular) sí, odinofagia (dolor al tragar alimentos) no. El Instituto Mexicano del Seguro Social brinda servicio a la mayor parte del sector obrero de este país, ¿por qué no utilizar palabras coloquiales?

Son las 5:09 pm, escucho las conversaciones de la fila, entre nosotros está un entrenador de las fuerzas básicas del Pachuca, un trabajador de la construcción, un empleado de una fábrica, otro de la Coca Cola, una ama de casa, de entre todos y todas me llama la atención un adulto mayor con chamarra café apenas puede caminar solo, noto su malestar físico. Acaba de comenzar la prueba de resistencia, consiste en pasar horas de pie en espera de la atención médica. A las 5:20 pm me llaman, me ilusiono al pensar que ya voy a salir, pero solo es para la toma de signos vitales. Temperatura 37.5. Estatura 1.70 metros. Peso 75 kilos. ¿Qué? ¿75?

No llevo zapatos adecuados, elegí botas, comienzan a dolerme los pies, 5:35, 5:50, 6:10, 6:23 pasan a recoger nuestro formulario, no me llamo Lorena, ahí soy la número 4, androide número 4, imagino. Nos formamos afuera de un consultorio. Llegó la hora. Los 3 compañeros delante de mí salen con los ojos llorosos, carraspean. Siento temor. Mi turno. Adentro solo está una silla, y del otro lado de un cristal un joven me da indicaciones de descubrirme únicamente la nariz y mirar hacia arriba. Duele. Duele. Duele. Quiero golpearlo y decirle que pare. En efecto, me escurren unas lágrimas. “Es todo”.

A las 6:49 pm paso a la siguiente fila para esperar resultados, 7:00, 7:08, 7:17, 7:21 pasamos de dos en dos. El compañero de enfrente, de nombre Demetrio y 27 años cumplidos, según los médicos, resultado: negativo. “Gracias a Dios”, expresa con alegría. Por un momento me abraza la ilusión que será lo mismo para mí. “Lorena, 31 años cumplidos, resultado: positivo”. Taquicardia, ganas de salir corriendo. ¿Positivo? Viene a mi mente la imagen de mi padre conectado hace un año a un tanque de oxígeno, el rostro de desesperación de mi amigo Benjamín en cada videollamada que hicimos cuando tuvo Covid, luego recuerdo que el fin de semana estuve con mi abuela, con mi abuelo, con mi mamá, con mi hermano, con su novia, con mi papá y con su enfermedad respiratoria crónica. Trato de respirar con calma hasta donde la congestión me permite. Estás vacunada, no pasa nada. Tranquila. “Pase a consulta para tramitar incapacidad, no puede salir de casa”. Creo que lo mío es incomparable con el terror que han vivido millones de personas.

Otra fila, llamo a mi madre para avisarle. “No va a pasar nada, ¿ya comiste?”, su pregunta clásica no puede faltar. Dos personas me preguntan mi resultado. Positivo, les digo. “Híjole”. “Yo negativo”, responden. El adulto mayor de chamarra café también positivo, lo noto triste, lleva su folder doblado en una bolsa de plástico azul. El médico le ordena sentarse más lejos de él, sabemos que el servicio del IMSS a veces resulta deficiente y con poco trato humanitario, pero nosotros los del sector laboral más bajo que medio, ¿a dónde vamos? Quiero irme a casa. Paso a consulta 8:05 de la noche, salgo de ella con cinco días de incapacidad, dos cajas de medicamento y algunas ganas de llorar.

Y aquí estoy, escribo desde casa… nunca está de más decirlo: cuídense.