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/ Escrito por Paola Ramírez, Wendy Rayón y Ximena Adalí Valdez /
27.11.2025 /CimacNoticias.com/ Ciudad de México.- En punto de las 5:10 de la tarde, la colectiva Coordinación 8M subió al templete colocado frente a Palacio Nacional para leer el pronunciamiento sobre el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, conmemorado cada 25 de noviembre. Tan solo siete minutos atrás, colectivos feministas arribaron a la Plancha del Zócalo llenando el lugar de color morado y con sus pancartas en mano al grito de diferentes consignas.
Algunas llegaron saltando, corriendo, entusiasmadas o agitadas por el recorrido que hicieron desde diferentes puntos de la Ciudad de México como el Monumento a la Revolución, la Glorieta de las Mujeres que Luchan o el Ángel de la Independencia. Todas llegaron a las puertas del hogar de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo para exigir de nueva cuenta el alto ante la violencia.
Contrario a una apertura al diálogo, las colectivas se encontraron con el ya tradicional muro de la vergüenza que rodean no solo a Palacio Nacional, sino que se extienden hasta la Catedral Metropolitana: “Nuevamente nos encontramos con este vallado alrededor de Palacio Nacional, ¿a qué le teme la presidenta? si llegamos todas, ¿cuál es el temor?”, denunció una de las manifestantes.
Una vez abierto el micrófono para la apertura del pronunciamiento, Coordinación 8M insistió a las diversas colectivas en no bajar la guardia y pelear contra el sistema colonialista, capitalista y patriarcal que está revocando los derechos ganados por las mujeres. Pese a que cada grupo de mujeres representó una lucha específica contra algún tipo de violencia como la vicaría, económica, sexual, feminicida o física; todas se encuentran en un mismo objetivo: la erradicación de todas las formas de violencia de género.
Este 2025, la ultraderecha tuvo un importante avance no solo en México, sino en el mundo, entre ellos destacan los gobiernos de Donald Trump, Javier Milei o Benjamín Netanyahu dónde se observan retrocesos y violencia contra las mujeres, un genocidio contra las palestinas y el uso de violencia sexual como arma de guerra.
Al interior de México, la colectiva exigió poner en el centro la violencia estructural que ha llevado a acumular 10 casos de feminicidios al día, de los cuales 7 quedan impunes. Pidieron respuestas ante el número de mujeres desaparecidas y no localizadas que hoy suman 29 mil 737, el aumento de la violencia vicaria y la falta de tipificación, la ausencia de homologación del delito de feminicidio en las 32 entidades de la República y la tortura institucional a las sobrevivientes de tentativa de feminicidio.
También exigieron la erradicación de los feminicidios, el tocamiento de las niñas, la violencia contra las migrantes, la precarización laboral, el despojo a las mujeres zapatistas, la criminalización de la protesta, la fabricación de los delitos, así como el asesinato contra activistas, defensoras, periodistas y buscadoras.
“Ni un paso atrás. Ni un paso atrás. Ni un paso atrás. Nuestra trinchera es la izquierda. La del feminismo revolucionario y anticapitalista. Nuestras demandas son legítimas” finalizó la colectiva.
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer no es solo un día de lucha, es el recordatorio del asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, quienes fueron asesinadas por su labor como defensoras durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujidllo en República Dominicana un 25 de noviembre de 1960.
A partir del Primero Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe celebrado en Bogotá, Colombia en 1981, se estableció que esta fecha sería conmemorada en varias partes del mundo para exigir la eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres. Para 2025, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Mujeres denunció el avance de la violencia digital, pues tan solo en el país más de 10 millones de mexicanas han vivido alguna experiencia de violencia en entornos digitales.
Fue así que niñas, adolescentes, estudiantas, madres, trabajadoras, vendedoras, defensoras, periodistas, mujeres de la tercera edad, mujeres con discapacidad, buscadoras, indígenas, afrodescendientes, víctimas de violencia feminicida y desaparición, sindicalistas, obreras, migrantes, médicas, profesoras, mujeres en situación de calle, víctimas de explotación sexual, e incluso habitantes de las periferias respondieron al llamado para manifestarse en la capital durante el 25N.
Alrededor de la una de la tarde, colectivas, familias y mujeres comenzaron a reunirse en la Glorieta de las Mujeres que Luchan, sobre la avenida Reforma. El sol caía de lleno, mientras ellas se preparaban para iniciar un trayecto que muchas habían recorrido ya más de una vez. Todas por una causa en común: la violencia patriarcal que atraviesa a todas las mujeres
Entre pancartas, consignas, altares improvisados y emociones que se desbordaban en los rostros, esperaba el colectivo “Mamás detrás del dolor”. Eran madres que habían perdido a sus hijas por feminicidio o desaparición, y allí permanecían juntas, con sus playeras blancas impresas con los rostros de aquellas jóvenes por las que hoy reclaman justicia.
Mientras sostenían las mantas moradas y azules que denunciaban la crisis de violencia que enfrentan las mexicanas, otras manos comenzaban a tender fotografías, copal y flores sobre el suelo. Un altar pequeño, pero profundamente simbólico, que condensaba la memoria de quienes fueron arrebatadas por la violencia feminicida.
El tiempo avanzaba y con él llegaban más colectivas que ocupaban los alrededores de la avenida. De mochilas y bolsos surgían pancartas, pañoletas que se anudaban en cabezas y muñecas, y conversaciones que organizaban el acomodo interno de cada grupo para la marcha.
Sentadas sobre la banqueta o repartiendo volantes, también esperaban aquellas mujeres que no pertenecían a ningún colectivo, pero que se sumaban con la misma urgencia.
Entre las recién llegadas destacó rápidamente la colectiva “Mamá, hija e hijo en libertad”, cuya presencia llamaba la atención por lo colorido de su vestimenta. Algunas de sus integrantes venían con sus hijas, portando unas enormes alas de mariposa color lila, hechas a mano, que demostraban el deseo profundo de libertad frente a la violencia vicaria, un fenómeno que crece cada vez con más fuerza y más historias dolorosas detrás.
El arte también ocupó su espacio como forma de protesta, pues a un costado de la glorieta, mujeres extendían una gran manta a la que nombraron “Lienzo por la verdad, la justicia y la dignidad de las mujeres y las niñas”. Eran casi cuatro metros de pedazos de tela unidos entre sí, cada uno con dibujos, pintados o bordados, y frases como “juntas somos fuego” o “somos el grito de las que no vas a callar”.
Poco a poco la Glorieta de las Mujeres comenzaba a llenarse de voces y de pasos, mientras más mujeres arribaban listas para una jornada cargada de emoción y acompañamiento, dispuestas a demostrar que juntas, la fuerza que construyen es mucho mayor


A una cuadra de distancia, en el Monumento a la Revolución también fueron convocadas familiares víctimas de feminicidio, desapariciones, trata en entornos religiosos, defensoras de derechos humanos y sobrevivientes de violencia, desde las 11 de la mañana. Alrededor de las vallas que rodeaban la estructura ya aguardaban dos tendederos que denunciaban luchas diferentes: la violencia económica y la violencia sexual.
Uno de ellos se conformó por más de 46 fotografías de agresores sexuales que pertenecen a las comunidades conscientes de Krishna, el cual se trata de un movimiento religioso del hinduismo y donde persisten grupos de trata y explotación sexual.
Recientemente, el 28 de abril de 2025, las mujeres que pertenecen a esta comunidad se agruparon en un colectivo llamado Vaisnavas Guerreras y tuvieron un encuentro con otras integrantes a la religión de diversos países para hablar de las violencias que viven al interior y el pacto patriarcal que sostiene la impunidad.
A un costado, se colocó una mercadita con productos relacionados a la marcha como paliacates, stickers o hasta pines que, de acuerdo con una de las asistentes de nombre Paulina, se trató de una forma de protesta contra la violencia económica, la cual es un tipo de violencia de género que se denuncia en el marco del 25N.
En este punto de reunión estuvo presente Lorena Gutierrez Rangel, madre de Fátima Varinia Quintana Gutiérrez, víctima de feminicidio en 2015, y Daniel Quintana Gutiérrez, quien murió por negligencia médica e institucional en 2020; asistió al punto de encuentro cargando las siluetas de sus hijos.
Este año, la lucha de Lorena ha sido determinante, pues en mayo la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) la reconoció como víctima indirecta del feminicidio de su hija Fátima Virginio. Con esto, se abrió una puerta para todas las familias en las mismas circunstancias para que puedan acceder al recurso de la reparación del daño, el cual constantemente se les negaba por la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas.


Otra colectiva que llegó fueron Las Constituyentes MX denunciando que ningún agresor está en el poder. Para la integrante Ivonne de la Cruz Domínguez, quien tambien es feminista y periodista, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer es una fecha fundamental para visibilizar que en cargos políticos siguen existiendo personajes acusados de violencia contra las mujeres.
Tan solo a principios del año, el caso del diputado federal Cuauhtémoc Blanco Bravo acusado de violencia sexual en grado de tentativa contra su hermanastra visibilizó la impunidad y la protección del Estado sobre las personas acusadas de violencia que de las mismas víctimas, ya que la Cámara de Diputados decidió no aceptar discutir la solicitud de desafuero para que pudiera ser investigado.
De esta forma fue como llegaron las mexicanas para emprender la marcha del 25N en camino hacia el Palacio Nacional. Organizadas, unidas, enojadas, emotivas y listas para caminar, saltar, gritar e intervenir en el espacio público.
El primer grupo que emprendió camino hacia el Zócalo fue la colectiva “ASIEL, reconstruyendo vidas”, integrada por la mamá de Ingrid Escamilla, la familia de las hermanas Alejandra y Andrea, y la familia de Fernanda Salomé, licenciada en contabilidad egresada de la UNAM. Las cuatro familias caminaban unidas por el mismo dolor y la misma exigencia: justicia ante los feminicidios de sus hijas. Una de sus pancartas lo decía sin rodeos: “Estado fallido”.
Minutos después, hacia las 15:00 horas, empezaron a avanzar también otras colectivas de familiares de víctimas de feminicidio y desaparición. Sus pasos eran lentos pero firmes, decididos, y a pesar del calor que azotaba la ciudad con creciente intensidad, nada lograba menguar la euforia ni el entusiasmo que se encendía entre muchas de ellas.
Mientras se acercaban al Monumento a la Revolución, las calles se convertían en un eco de consignas y gritos que crecían con cada grupo que se sumaba. Las colectivas que protestaban contra la violencia vicaria avanzaban con megáfonos en mano, levantando carteles morados y lanzando consignas que podían escucharse desde varias cuadras a la redonda, exigiendo detener la violencia ejercida contra las infancias.
Las jóvenes de la colectiva “Rosas Rojas” se hicieron notar con mantas enormes que denunciaban las alarmantes cifras de feminicidios en el país. Entre sus pasos y su fuerza, sus voces se elevaban, fuertes y estridentes, responsabilizando al Estado por la violencia que se comete contra las mujeres. Su grito también incluía la exigencia de un aborto legal, seguro y gratuito, una lucha que los movimientos feministas mantienen sin descanso.
Otro grupo de jóvenes también dejó escuchar su voz, sus consignas se dirigían a denunciar al Estado y exigir la abolición del sistema patriarcal, mientras coreaban por las mujeres palestinas: “desde el río hasta el mar, Palestina vencerá”. Era su forma de no olvidar a quienes sufren las violencias de la guerra en otros territorios.
Amnistía Internacional avanzó al ritmo de los tambores. Quienes los tocaban llevaban máscaras de lucha libre que dotaban a la escena de una energía particular. Entre baile, música y ritmo, la colectiva transmitía un ánimo vibrante, aunque sin dejar de lado sus denuncias.
Al grito de “¡Mujeres diversas siempre a la cabeza!”, “Escucha idiota las discas no se tocan!”, “¡Volteame a ver, volteame a ver, yo también soy mujer!” y “Nada sobre nosotras, sin nosotras” por primera vez las mujeres con discapacidad se hicieron presentes en la marcha con pancartas que hicieron alusion a la precariedad laboral y la discriminación que enfrentan.
Los humos morados, los gritos cargados de enojo, indignación y una fuerza colectiva casi palpable llenaban el aire. La Ciudad de México parecía vibrar, viva, testigo de abusos acumulados durante décadas, testigo de injusticias e invisibilización por parte del gobierno y como cada 25N, la ciudad volvía a escuchar el clamor de mujeres cansadas y hartas, pero al mismo tiempo firmes, convencidas y determinadas a “derribar el sistema patriarcal”.





Las primeras colectivas que salieron de la Glorieta de las Mujeres, después de recorrer varios kilómetros, llegaron finalmente a la plancha del Zócalo capitalino; y aunque el cansancio comenzaba a sentirse en sus cuerpos y en sus pasos, no fue motivo para dejar de mantenerse de pie, esperando a sus compañeras que venían detrás.
En la plancha ya las aguardaba la Red Nacional de Refugios (RNR), una de las principales organizaciones dedicadas a proteger y salvaguardar la integridad de mujeres, niñas y niños. Ahí, firmes como cada año, esta vez reiteraban su inconformidad con el gobierno actual por haberlas invisibilizado en el Presupuesto de Egresos de la Federación, junto con una serie de demandas que se han acumulado con el paso del tiempo.
Poco a poco el sol empezaba a bajar y más mujeres seguían llegando con el mismo entusiasmo con el que habían arrancado la marcha.. El sonido de los tambores retumbaba entre avenida 5 de mayo, y el simple eco de sus voces avisaba a quienes ya estaban reunidas, que las compañeras que faltaban estaban por llegar.
Muchas, inmediatamente al arribar la plancha se sentaban en el piso, extendiendo a su lado las mantas que habían sostenido en alto por más de dos horas. Algunas bebían agua, otras compraban algo de comer en los puestos ambulantes que ofrecían garnachas y botanas mexicanas, pequeñas pausas que sostenían la jornada.
De fondo, la voz de las colectivas, organizaciones, defensoras y mujeres víctimas de alguna violencia seguía resonando en la explanada. El pronunciamiento avanzaba con un tono firme y claro, mientras algunas manifestantes comenzaban a guardar sus carteles en las mochilas, a quitarse las prendas que revelaban su participación en la marcha y a prepararse para el regreso a casa; el día no había terminado, pero ya empezaba a cerrarse.
La luz del día se desvanecía cada vez más rápido y el Zócalo capitalino comenzaba a vaciarse. Solo unas cuantas mujeres permanecieron un momento más, hasta que, poco a poco, la plancha volvió a llenarse de transeúntes, vendedores y ciudadanos que retomaban la cotidianidad de la ciudad. La jornada del 25N terminó, pero la deuda hacia todas aquellas que salieron a tomar las calles sigue ahí, intacta, insistente, latente.














