Crónica desde el Senado: Cuando una estudiante incomoda al poder.

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Ciudad de México. 6 de septiembre de 2025.- Lo que debía ser un espacio de diálogo entre generaciones se convirtió en un escenario de tensión y desencuentro con tintes machistas. Lo que le siguió fueron los seguidores del poderoso legislador hostigando e intimidando a la estudiante que lo confrontó, con sus discursos de odio.

En el marco de la Escuela de Formación por la Paz y la Democracia “Estudiantes del 68”, celebrada en el Senado de la República, el senador Gerardo Fernández Noroña volvió a protagonizar uno de sus tantos momentos que lo envuelve en escándalos constantes por su rijosidad.

La confrontación con la joven tuvo tintes de machismo y hostigamiento verbal hacia una estudiante universitaria que indignó a la sociedad mexicana, sentimiento expresado en redes mientras sus seguidores en el grupo de estudiantes presentes en el senado le aplaudían.

La estudiante de la Universidad Autónoma del Estado de México, Victoria Montes de Oca Castañeda, tomó el micrófono con firmeza y respeto para cuestionar al senador por su doble discurso en temas de austeridad, igualdad y violencia de género.

Su pregunta fue directa: ¿cómo puede hablar de equidad de género y austeridad cuando sus propias acciones contradicen esos principios? Recordó públicamente la frase que Noroña habría dirigido a la senadora Lilly Téllez: “Tú no estás para debatir, estás para lavar trastes”, y cuestionó la compra de una casa valuada en 12 millones de pesos, en contraste con el discurso de austeridad republicana que promueve recurrentemente su partido.

La respuesta del senador fue a la defensiva, evasiva y, para muchos, intimidante. Le exigió a la joven que citara la fuente exacta de sus palabras, minimizando su reclamo y desviando el foco hacia acusaciones de “clasismo y racismo” en su contra, cuando las evidencias de lo que exigía están documentadas en la prensa y los videos que exhiben sus agresiones sistemáticas.

“Yo no tengo ninguna obligación de ser austero”,  repitió para contestar a quienes lo cuestionan, mientras justifica su estilo de vida con referencias a Benito Juárez y la “justa medianía”.

Pero lo que más destacó no fue la respuesta política, sino el tono. El gesto. La forma en que una figura pública con poder se dirigió a una joven que solo pedía coherencia.

En el salón, el ambiente se tensó. Algunos aplaudieron a la estudiante. Otros guardaron silencio. Pero todos sintieron que algo se rompía: la posibilidad de un diálogo genuino entre generaciones.

Este episodio no fue solo un desacuerdo. Fue un espejo de lo que aún persiste en la política mexicana: el uso del poder para descalificar, la resistencia a escuchar voces jóvenes, y la normalización de actitudes machistas en espacios que deberían ser seguros y formativos.

Victoria no se retractó. Sostuvo su postura con dignidad, y en su voz se escuchó la de muchas otras mujeres que han sido silenciadas, interrumpidas o ridiculizadas por atreverse a cuestionar.

Porque si algo quedó claro ese día, es que la democracia no se construye solo en los discursos, sino en la capacidad de escuchar, respetar y responder con altura. Y en el Senado, esa lección aún está pendiente.