Crónica recuperada de Brigada para Leer en Libertad.

Claudia R. Blas

La forma de trabajo es la conferencia, gratuita. No cobra el conferencista y nunca le cobramos al público. Suficiente cuesta leer en este país como para que además le saquemos la poca lana que tiene. Buscamos espacios abiertos para que el que vaya pasando escuche nuestra conferencia”, así es como la anfitriona de Brigada para Leer en Libertad, Marina Taibo –la única de los Taibo que no escribe, porque decidió ser fotógrafa– describe esta afortunada manera de hacer cultura y conciencia en este país.

Y la 7ª edición de la Feria del Libro de la Alameda Central en la Ciudad de México, pinta para ser el espacio ideal para las conferencias de esta innovadora e inclusiva brigada cultural en la que la música, las charlas y las presentaciones de libros hacen acto de presencia para cautivar a los que acuden por convicción y a los que solo iban pasando y algo les enganchó.

Una de las charlas que más aforo acumuló fue la de la activista y periodista FridaGuerrera Villalvazo y es que “cuando estamos en un país en el que se nos mata por hablar, se nos mata por pensar, en el que se nos mata por usar una minifalda, en el que se nos mata porque se les da la gana, no podemos no hablar de eso, abrimos un espacio para hablar de Feminicidio”, así presentó Marina a la incansable activista.

Fue en 2016 cuando a FridaGuerrera le alarmó no solo la cifra sino la falta de difusión y de atención que los medios de comunicación ponían sobre los feminicidios. “Del 1º de enero al 20 de febrero de 2016 hubo 193 feminicidios y nadie los estaba viendo”, apuntó.

“Al principio de esta documentación diaria, esa información la encontraba en notas rojas, de vez en cuando se escuchaba un feminicidio en los medios de comunicación. No me podía quedar ahí. Entonces empecé a buscar familias. Mi primer contacto fue con una madre en Coahuila, en Monclova. Blanca, su hija Diana Lizeth de 11 años, había sido brutalmente asesinada de 32 puñaladas por un menor de 13 años, el cual era inimputable, no piso la cárcel, lo recluyeron en un hospital psiquiátrico de Monclova y ahí paró”, recapituló Frida sobre el comienzo de su actividad en este tema.

Fue ahí, con todo ese dolor, con la rabia de toparse con la impunidad y sentir la apatía de las autoridades –en todos sus niveles– donde esta periodista y también defensora de Derechos Humanos, comenzó a contar historias: ¿quién era Diana Lizeth?, ¿quiénes son cada una de las mujeres que nos asesinan? ¿Por qué? porque tenemos que aprender a conocerlas.

“Me gustaría ir por la vida contando historias de Marina, de tí, de tí en vida; que me contaran  esas historias de las amigas sus picardías, de sus novios, de sus novias, con los hijos, con los perrhijos, porque muchas deciden no tener hijos. Pero tengo que contar historias de mujeres que han sido arrancadas de este país”, apuntó quien enfundada en una playera morada estampada con el rostro de Calcetitas Rojas hablaba con aplomo y pasión interminable en la mirada.

Más cifras. Del 1º de enero al 30 de marzo de 2018 van 473 feminicidios y 82 asesinatos violentos de mujeres en este país. De 2017 a lo que va de 2018, los asesinatos en contra de las mujeres ha aumentado hasta en un 40%.

Son cifras que probablemente nos escandalizan, pero no más. Es –tal vez– hasta que vemos a una madre que vive el infierno de haber perdido a sus hijos ponerse de pie y escuchar su historia cuando se nos enchina la piel; porque como dicen por ahí “hasta no ver no creer”, no sentimos, en este caso la empatía del dolor del hueco que deja el perder a un ser amado.

“Y estas no son historias de las novelas, ni queremos darle toque de nota roja, es la realidad. Cualquier mujer en este país puede ser asesinada. ¿Necesitamos que nos toque, para de veras sentir? Si hacemos todo esto no es para generar lástima es para evitar que vuelva a pasar”, continuaba Frida Guerrera con la charla.

Cuenta Villalvazo que una de sus primeras historias fue la de Sacrisanta Mosso Rendón. Tenía una hija de 16 años y uno de 12. Karen estudiaba en el CCH Vallejo y quería ser abogada para defender mujeres de la violencia; Erik iba a entrar a la secundaria y quería estudiar robótica.  Ella trabajaba en una cocina en Viveros de Tulpetlac, en Ecatepec.

El 4 de agosto de 2016 Sacrisanta salió muy temprano de su casa dejando a sus hijos en el lugar más seguro que tenemos todos, nuestras casas. Sus hijos iban a asistir esa tarde a la feria en Ecatepec, muy cerca de su domicilio.

Sacrisanta llegó a casa por la tarde noche, y esperó afuera de su casa a sus hijos, porque ella no traía llaves, al ver que pasa el tiempo y no llegaban y que Karen no contestaba sus llamadas, la incertidumbre se apoderó de su ser y pensamientos y decidió entrar a su casa por una ventana “secreta” que solo ella y sus hijos conocían.

Al entrar, y dar tan solo unos pasos encontró a su hija violada, estrangulada, maniatada y sometida en el baño de su casa; su hijo en su cama estrangulado.

La madre de aquellos niños se encontraba entre el público de pie, a petición de la narradora. Si me siento a llorar no los voy a agarrar, pensó Sacrisanta. Pasaron los meses; el feminicida y asesino fue su sobrino; primo hermano de Karen y Erik, Luis Enrique Zaragoza Mosso, que ya podemos decir su nombre porque ya tiene 18. Está en el Consejo Tutelar para Menores, en San Miguel Zinacantepec –en el estado de México– y recibió solo 5 años por el asesinato y feminicidio de los hijos de Sacrisanta.

Y este es solo un caso, de miles y miles que existen en nuestro país, Sacrisanta es una de las madres que lucha porque en este país se revisen las leyes y se hagan más estrictas, señaló Frida.

Ante esta realidad, la activista pedía al público ser más sensible, a que aprendamos y re aprendamos a vernos a los ojos y abrazarnos como sociedad. A ser metiches como antes, a saber a lado de quién vivimos, si escuchamos o vemos algo sospechoso acercarnos y apoyar, preguntar si pasa algo, si estamos bien.

Al ver tanto a Frida, como a Sacrisanta en aquel espacio tan contenidas al exterior pero con fuego por dentro por lograr justicia, se generó una atmósfera de empatía, pese a la realidad que vivimos en esta ciudad, por un momento nos involucramos.

El mensaje fue claro, contundente: tenemos que cuidarnos entre nosotros; unirnos y gritar por las que ya no están, exigir nuestros derechos ante las autoridades, a no dejarnos caer por toparnos a cada instante con la impunidad y la apatía de quienes nos tendrían que estar cuidando. A saber que nadie estamos exentos de convertirnos en una cifra más de la delincuencia en las carpetas de investigación en los ministerios públicos o en las fiscalías, debemos permanecer sensibles y alertas.

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