Cuando la solidaridad se vuelve resistencia.

*Alguien como tú.

/ Gladys Pérez Maldonado. /

Cada 20 de diciembre, el mundo conmemora el Día Internacional de la Solidaridad Humana, una fecha que suele pasar inadvertida entre el cierre de año, pero cuyo significado es más vigente que nunca. En un planeta marcado por crisis simultáneas, económicas, climáticas, humanitarias y sociales, la solidaridad no es un gesto romántico ni una consigna vacía, por el contrario, es una condición indispensable para la supervivencia colectiva y la justicia social.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) instauró esta conmemoración en 2005, para subrayar que la solidaridad es uno de los valores fundamentales de las relaciones entre pueblos, personas y Estados. No se trata solo de ayuda ocasional, sino de responsabilidad compartida. En un mundo profundamente interconectado, las decisiones que se toman en un punto del globo repercuten en otro, y las desigualdades estructurales no reconocen fronteras.

Hoy, la solidaridad humana enfrenta una paradoja inquietante. Nunca antes la humanidad había contado con tantos recursos, avances tecnológicos y capacidades productivas, y sin embargo, millones de personas siguen atrapadas en la pobreza, el hambre, la violencia y la exclusión. La brecha entre quienes tienen demasiado y quienes carecen de lo básico no solo persiste: se ensancha. En este contexto, la solidaridad deja de ser caridad y se convierte en una exigencia ética y política.

La pandemia de COVID-19 dejó una lección clara: nadie se salva solo. Los sistemas de salud colapsaron, las economías se paralizaron y las desigualdades se hicieron más visibles. Mientras algunos países acaparaban vacunas, otros esperaban durante meses. Esa falta de solidaridad global tuvo consecuencias mortales. Lo mismo ocurre hoy frente a la crisis climática, explicamos, quienes menos han contribuido al deterioro ambiental son quienes sufren con mayor intensidad sus efectos. Sequías, inundaciones y desplazamientos forzados golpean especialmente a comunidades vulnerables, mientras las respuestas siguen siendo insuficientes y desiguales.

Hablar de solidaridad humana implica también mirar hacia dentro de nuestras sociedades. En América Latina, una de las regiones más desiguales del mundo, la solidaridad es un principio indispensable para reconstruir el tejido social dañado por la pobreza, la violencia y la discriminación. En México, por ejemplo, la solidaridad se expresa tanto en la respuesta ciudadana ante desastres naturales como en las luchas colectivas por los derechos humanos, la igualdad de género y la justicia social. Sin embargo, no puede recaer únicamente en la buena voluntad de la ciudadanía, el Estado tiene la obligación de institucionalizar la solidaridad a través de políticas públicas incluyentes.

La solidaridad humana también es una herramienta poderosa contra los discursos de odio y exclusión que se expanden en distintas partes del mundo. Frente al racismo, la xenofobia, la misoginia y la criminalización de la pobreza, la solidaridad recuerda una verdad fundamental: la dignidad humana es indivisible. No hay derechos de primera y de segunda categoría, ni vidas que valgan más que otras. Defender a los grupos históricamente marginados no es un acto de generosidad, sino de justicia.

En este sentido, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible coloca la solidaridad en el centro de sus objetivos. Erradicar la pobreza, reducir las desigualdades y garantizar derechos requiere cooperación internacional, voluntad política y un compromiso real con quienes han sido sistemáticamente excluidos. Sin solidaridad, los Objetivos de Desarrollo Sostenible se convierten en promesas vacías.

Conmemorar el Día Internacional de la Solidaridad Humana no debería limitarse a discursos institucionales, si es que acaso existen. Es una oportunidad para cuestionar el modelo de desarrollo que privilegia la acumulación sobre el bienestar, y para repensar nuestras responsabilidades como individuos, comunidades y naciones. La solidaridad comienza en lo cotidiano, pero debe proyectarse hacia lo estructural,  en cómo votamos, qué políticas apoyamos, qué desigualdades toleramos y cuáles decidimos combatir.

En un mundo fragmentado por muros físicos y simbólicos, la solidaridad humana es un acto profundamente subversivo. Nos recuerda que el destino de la humanidad es común y que la indiferencia es, quizá, la forma más peligrosa de violencia. Hoy más que nunca, la solidaridad humana no es una opción: es el único camino posible hacia un futuro más justo, equitativo y verdaderamente humano…

Y usted se resiste o… ¿Es una persona solidaria?…