*
/P. Eduardo Chávez /
San Juan Pablo II siempre fue un ferviente devoto de Santa María de Guadalupe, desde que llegó ante su portentosa Imagen el 27 de enero de 1979 cuando fue invitado a la III Conferencia del Episcopado de América Latina (CELAM) en Puebla. Él recordaba muy bien esa mañana y hablaba de la maravillosa maternidad que unía a los corazones del continente americano.
San Juan Pablo II lo expresó con absoluta claridad: Santa María de Guadalupe no pertenece sólo al pueblo mexicano, sino que su latido materno une a todos los pueblos del Continente en una misma fe mariana y eclesial. En su homilía del 12 de diciembre de 1981, en la Basílica de San Pedro, afirmó que son “tantísimos los corazones que, desde todas las Naciones de América, de norte a sur, convergen en peregrinación devota hacia la Madre de Guadalupe”. Y subrayó la presencia de representantes de los países latinoamericanos y de la Península Ibérica, unidos por “comunes lazos de cultura y devoción mariana”.
Para san Juan Pablo II, la cercanía con la Virgen del Tepeyac fue siempre un lazo profundo. Él veía en ella la perfecta inculturación del Evangelio, porque María sabe “tomar las semillas del Verbo” presentes en todo corazón y conducirlas a la plenitud de Cristo. A los obispos, en 1991, les aseguró: “Estad seguros de que nunca os va a faltar el auxilio de Dios y la protección de su Santísima Madre, como un día, en la colina del Tepeyac, le fue prometido al indio Juan Diego, un insigne hijo de vuestra misma sangre, a quien tuve el gozo de exaltar al honor de los altares”.
Años más tarde, en 1999, al poner en manos de la Virgen el documento Ecclesia in America, reafirmó el acontecimiento guadalupano como pilar de la evangelización del Continente: “La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, en 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente”.
Con fuerza señaló que América entera —Norte, Centro y Sur— reconoce en el “rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac” un modelo perfecto de evangelización inculturada, razón por la cual es venerada como Reina de toda América.
Por ello, san Juan Pablo II la proclamó formalmente Patrona de todo el Continente Americano, afirmando: “Acojo gozoso la propuesta de que el 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América” (Ecclesia in America, n. 11).
Así, Juan Pablo II la proclamó Patrona de todo el Continente Americano: “María Santísima de Guadalupe es invocada como ‘Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización’. En este sentido, acojo gozoso la propuesta de los Padres sinodales de que el 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América.” (Ecclesia in America, N° 11).
Soy testigo del amor inmenso que san Juan Pablo II profesó siempre a Santa María de Guadalupe. A pesar de su avanzada edad y de sus enfermedades, en 2002 quiso venir al Tepeyac para canonizar a san Juan Diego y, sobre todo, para contemplar nuevamente la portentosa Imagen de su Madre.
Seguramente llevaba muy vivo en su corazón aquello que dijo desde su primer encuentro con Ella, en 1979: “Aquella peregrinación inspiró, en cierto sentido, todos los siguientes años del pontificado” (¡Levantaos! ¡Vamos!, Ed. Plaza Janés, México, 2004).
Así fue. San Juan Pablo II vivió una experiencia profundamente íntima con la Madre de Dios y Madre de la Iglesia; una certeza filial de que Ella nos lleva seguros, sin miedo, en el cruce de sus brazos y el hueco de su manto, hacia el “verdaderísimo Dios por quien se vive”, envueltos en la gloria de su amor eterno.
*El padre Eduardo Chávez es director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, canónigo de la Basílica de Guadalupe y postulador de la Causa de Canonización de San Juan Diego.












