/ Por Dixie Edith/
La Habana, abril (Especial de SEMlac). ¿Qué pasaría si un día las mujeres dejaran de trabajar dentro de las casas? Familias enteras amanecerían sin ropa limpia o comidas listas; habría bebés llorando, escolares fuera de las aulas, tardanzas o ausencias a los centros laborales, hogares sucios y muchas gestiones pendientes.
La pregunta es esencial para comprender la economía del cuidado, una propuesta de base feminista que busca visibilizar y revalorizar las labores domésticas cotidianas, pues todo ese trabajo que no se paga -y a menudo no se ve- sustenta a las familias y apoya a las sociedades.
Para la economista cubana Silvia Odriozola, esta perspectiva reconoce a la familia y al hogar como un lugar de trabajo “que incide en el funcionamiento del sistema económico”, aseveró en entrevista con SEMlac.
“Ese trabajo doméstico y de cuidados contribuye a la manutención de los trabajadores o de los futuros trabajadores y al desarrollo de sus capacidades cognitivas, a partir de los conocimientos y del sostén nutricional”, abunda la experta, doctora en ciencias y decana de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana.
Brechas de igualdad
Los cuidados son también la expresión más patente de una profunda desigualdad de género, especialmente en América Latina y el Caribe, a juicio de Cecilia Alemany, directora regional adjunta de ONU Mujeres para la región, quien lo valoró así durante la III reunión virtual de especialistas “Hacia la sociedad del cuidado en América Latina y el Caribe: el cuidado del planeta”, en marzo de 2023.
Las mujeres dedican entre 22 y 42 horas semanales a las actividades de trabajo doméstico y de cuidado, lo que implica una carga de hasta tres veces más que la de los hombres, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Cuba no está al margen de esa situación. Datos de la Encuesta Nacional de Igualdad de Género (Enig), realizada en 2016, confirman que las mujeres dedican semanalmente 14 horas más que los hombres al trabajo no remunerado.
“Las cifras muestran que, aun con los mismos derechos, las cubanas experimentan, en comparación con los hombres, sensibles diferencias que limitan su acceso a las oportunidades y el desarrollo de sus capacidades. La cultura patriarcal que hace recaer en ellas las labores de cuidado es determinante en este sentido”, sostuvo la economista cubana ya fallecida, Teresa Lara, en el texto Los cuidados en la ruta hacia la equidad en Cuba.
Para Odriozola y Juan Carlos Imbert, autores de la investigación “Desafíos para el cuidado de adultos mayores en Cuba. Una visión desde la economía del cuidado”, publicada en 2021, “la persistencia del patrón tradicional de división sexual del trabajo, en un contexto de familiarización de los cuidados, provoca una zona de conflicto”.
Cuando las cuentas no dan
Rosa María Díaz, profesora universitaria jubilada de 73 años, comenzó a valorar económicamente el trabajo “de la casa” cuando tuvo que pagarlo. Hasta su jubilación, armonizaba su empleo de horario abierto con la atención de un hogar donde las tareas estaban bastante repartidas entre ella, su esposo –también docente– y dos hijas.
Con el paso de los años, las dolencias de la salud y las hijas en otras viviendas, atendiendo a sus propias familias, Díaz decidió buscar ayuda extra.
“Le pago a una muchacha 4.000 pesos por limpiar dos veces a la semana. Eso es más que mi ingreso de jubilación, pero mi esposo es repasador por cuenta propia y una de mis hijas, que no vive en Cuba, también ayuda con los gastos”, explica a SEMlac.
La cuenta que Díaz aún no ha sacado es cuánto tendría que pagar si le sumara a la limpieza otras tareas como lavar, cocinar o hacer las compras, en un país afectado por una inflación profunda, donde los precios suben casi cada día.
Los cálculos se complican si, además de las labores cotidianas, en casa hay una persona dependiente, ya sea por edad o por enfermedad.
Lo asegura la periodista Sara Martínez, quien contrató a una enfermera durante casi un año, a inicios de esta década, para cuidar a su tío, quien padecía un cáncer terminal.
“Solamente por una cuidadora que estuviera con él las 24 horas del día, se pagaba un equivalente a 120 euros mensuales. Mi tío no tenía más familia que yo en Cuba, porque nunca tuvo hijos. Entonces un primo me mandaba ese dinero desde el extranjero, todos los meses”, contó Martínez a SEMlac.
Según el cambio oficial de las Casas de Cambio (Cadeca), vigente en aquel momento (un dólar por 24 pesos), el salario de Martínez, de unos 450 pesos mensuales equivalía a unos 18 o 19 euros. “Yo no podía cubrir ese gasto, ni dejar de trabajar”, explicó esta profesional habanera de 58 años.
Sin la ayuda externa, Martínez no hubiera podido cubrir esos costos. Ella ya asumía los gastos de alimentación, medicamentos y aseo, tanto de su tío como de la cuidadora contratada, una enfermera desvinculada del trabajo que se dedicaba a ese trabajo de manera informal.
Especialistas como Odriozola coinciden en que, con el trabajo al interior de los hogares, las mujeres hacen una enorme contribución económica que permite suplir las carencias nacionales en materia de servicios sociales. Sin embargo, cuesta mucho contabilizar y visibilizar ese aporte.
Según ONU Mujeres, el valor del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado representa entre 10 y 39 por ciento del producto interior bruto (PIB) de un país y puede aportar más que la industria manufacturera, el sector del comercio o el del transporte,
En Cuba, ese valor monetario fue estimado, para 2016, en 19,5 por ciento del PIB, según cálculos realizados por Lara. Pionera en el país en la introducción de las encuestas de uso del tiempo, esta economista tomó como base los datos del Anuario Estadístico y de la Enig, realizada en ese año.
Sin embargo, hoy no existen datos actualizados que ayuden a orientar el rumbo, confirma Odriozola quien, con su equipo de investigación, explora metodologías para realizar el cálculo.
Según la Cepal, una posible ruta es la metodología del costo de reemplazo, que consiste en estimar cuánto tendría que pagar una familia para adquirir servicios de cuidados.
Odriozola explica que se trata de monetizar el valor de ese trabajo, a partir de lo que costaría si lo hace alguien que se dedique a esas labores de manera profesional, y valorar también “qué impacto tiene eso a escala social”.
Otros retos de una sociedad envejecida
En un país como Cuba, donde las mujeres tienen altos niveles de instrucción y formación profesional, también se acentúa la brecha de género ante el empleo por la creciente demanda de cuidados, derivada de un acelerado envejecimiento demográfico, entre otros factores.
Las cubanas constituyen el 41,9 por ciento del total de las personas desocupadas en el país, indica la Encuesta Nacional de Ocupación realizada en 2022, también por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei). Ellas son solo 38,2 por ciento de las personas ocupadas y 45,8 por ciento de quienes se desempeñan en el sector estatal.
O sea, 63,7 por ciento del total de la población no económicamente activa son mujeres y más del 30 por ciento de ellas se ocupa exclusivamente de los “quehaceres del hogar”, con mayor incidencia en la zona rural, donde son el 42,9 por ciento.
Ya en 2016, según la Enig, de las 19.189 personas entrevistadas, 964 declararon que habían abandonado sus empleos para dedicarse al cuidado: 802 eran mujeres y solo 162, hombres.
“El abandono de los trabajos remunerados también limita la posibilidad de contar con ingresos propios, lo que va en detrimento de la autonomía personal y económica”, comenta Odriozola.
“No solo es preocupante la situación de las que tienen que abandonar el empleo para sumir exclusivamente el cuidado; sino la de aquellas que experimentan una intensificación de sus múltiples jornadas cotidianas ante la carencia de estrategias accesibles que les permitan aliviar dicha carga y la doméstica”, alertan las sociólogas Magela Romero Almodóvar y Ana Danay Rodríguez Moya, en su texto La organización social de los cuidados en Cuba, publicado en 2020.
Revisar las políticas de cuidado desde enfoques de género, apostar por la corresponsabilidad del Estado, las familias y las comunidades en el cuidado de la vida y crear mecanismos para incentivar la formalización de servicios que muchas mujeres brindan en el mercado informal fueron algunas de sus propuestas de cara al diseño de un sistema integral de cuidados en el país.
“Es muy necesario que se llegue a concretar, por parte de la seguridad social de nuestro país, una remuneración económica para esas personas cuidadoras que, como yo, un día tuvimos que dejar el trabajo en una entidad estatal”, reafirma la internauta Bárbara González, en un comentario al trabajo que el Proyecto Palomas impulsa en su red de apoyo virtual a personas cuidadoras, publicado en la página web de SEMlac.
El cambio, según Cepal, requiere generar empleos, profesionalizar los cuidados, promover una gobernanza coherente de esos sistemas e invertir en infraestructura de cuidados, tanto desde el Estado como desde el sector privado, comenta.
Para Odriozola, es muy importante identificar brechas de género para diseñar políticas, sobre todo en el ámbito del empleo y el emprendimiento.
A su juicio, aunque no se haya calculado realmente cuánto le cuesta hoy el cuidado a una familia y cuánto le está costando a la sociedad no tener una institucionalidad que respalde realmente esas labores, ver las brechas puede ayudar al diseño de políticas afirmativas específicas para cerrarlas.
(dixiedith@gmail.com)
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