Cultura del esfuerzo, también para los políticos

/ Héctor Calderón Hallal /

Milímetro a milímetro, la exacta geometría de los instantes entre sí, insertos en cada suceso, confirman que también la historia del hombre en sociedad es matemática y periódicamente perfecta… sucesiva, cíclica.
Como cada ejecución musical de cualquier obra y como cada estrofa de cualquier poema, están integradas por los mismos términos de un algoritmo universal, de sonidos, letras, ideas y valores, que se acomodan y desacomodan en series sucesivas infinitesimalmente distintas entre sí, en la forma y en el tiempo… pero al final, construidas con las mismas variables y constantes… con los mismos signos, solo que en diferentes posiciones… e intenciones.
Es quizá odioso reconocer que el viejo adagio en castellano se confirma y se materializa muy frecuentemente en cada acto público y privado del hombre en sociedad y del colectivo en general, en su proceso evolutivo: “No hay nada nuevo bajo el sol”… o “Lo nuevo, es un atributo relativo”.
Cada ecuación de la historia universal o mexicana en lo específico, nos ha presentado a personajes tan parecidos y tan relacionados entre sí, que sus historias nos podrían atrapar fácilmente en esa paramnesia de reconocimiento de lo ya vivido o soñado: esos ‘Deja Vú’ de la política, en la historia, en la literatura.
De entre los que sobresalen, a juicio de este redactor, preponderantemente el de aquellos personajes inolvidables de la única novela que hizo y encumbró al reconocido autor y noble italiano, Giuseppe Tomasi Di Lampedusa (‘El Gatopardo’): Don Fabrizio Corvera, “Príncipe de Salina”; el de su sobrino Tancredi y el de Don Calogero.
‘El Gatopardo’ se ha vuelto una novela de referencia en la ciencia política para entender el dinamismo del mundo y la sociedad contemporánea. Para comprender la importancia del cambio y la adaptación en todo momento.
Ninguna sociedad puede, de hecho, -ni debe- ser estática.
En ese estudio preciso y atemporal que es la novela de Lampedusa, se aprende de algún modo a valorar el paso del tiempo, la madurez y el crecimiento personal.
Donde su protagonista personal, Don Fabrizio Corvera, Príncipe de Salina, reflexiona sobre lo efímero de la vida y de los valores sobre los que construye su mundo.

Una especie de heredero de hacendados nativos del corredor de Macuspana a Palenque, Chiapas, que se siguen asumiendo más cercanos a la Capitanía General de Guatemala que al lejano Virreinato novohispano en el altiplano del Valle de México. ¿Le suena?

Don Fabrizio, un individuo al que el paso del tiempo le sorprendió y le jugó ‘tallas’ y bromas traumáticas, más que anecdóticas; porque nunca concibió el cambio como un proceso natural y necesario.

Y es que al Palermo de 1860, el arribo del Ejército de Garibaldi sacudió las conciencias y los modos de vivir… y de sobrevivir entre sus habitantes, entre ellos el mismísimo Príncipe (Don Fabrizio), quien concebía y desarrollaba su vida conforme a los cánones y las ‘buenas costumbres’ de sus antepasados en los siglos 17 y 18.

Igual como pasó con la sacudida en países como México, cuando por la misma vía del PRI, llegó en 1988 una propuesta política y económica cruda y rotundamente novedosa, agresiva, plagada de cambios y urgida de adecuación de las conciencias, individuales y colectiva.

Fue el ‘neoliberalismo’ relatan sollozando algunos ofendidos a quienes el cambio les cayó como baldazo de agua fría; o fue el ‘capitalismo de rapiña tardío’, dirán otros avezados, pero más moderados en sus cálculos… o fue la revancha de los enemigos de Echeverría, representados por el mismísimo sobrino de Antonio Ortíz Mena a quien LEA le ganó de calle la candidatura presidencial priísta, apropiándose de la mente de Díaz Ordaz, dirán otros analistas… nada de eso.

Ninguna de las tres hipótesis anteriores se sostienen.

Fue un huracán categoría 5, llamado ‘modernidad’, que pegó primero en México que en otros países y de frente a las tradicionalmente quietas costas mexicanas y causó la primer gran catástrofe civil porque la población nunca fue preparada ni alertada siquiera por sus gobiernos para asumir su destino, como la gran nación que es… porque las grandes naciones, las grandes sociedades están siempre llamadas a enfrentar los grandes retos y calamidades, sean naturales o construidos por el hombre.

Pero que ciertamente, de esa tempestad muchos bandidos disfrazados de oportunistas, que recitaban la “ley de la oferta y la demanda” y el “laissez faire” del mundo perfecto “en libertad”, cometieron muchos de los más grandes abusos y fraudes patrimoniales al erario público mexicano y que sin duda, deben ser castigados, como reconocidos también los auténticos impulsores de la modernidad del Estado mexicano y sus mejores legados: la competencia democrática, las instituciones y leyes que la garantizan, así como la apertura económica, entre otros.

Nadie tuvo la culpa de la llegada de ‘modernidad’ a la geografía mexicana… pues del destino nadie huye.

Salvo aquellos necios como Don Fabrizio Corvera en el Palermo de 1860, a quien el cambio de la invasión de los ejércitos ajenos le cambió su vida y le descompuso su mundo en general, porque no entendió la importancia de la adaptación y su necedad, transformada a un permanente aunque bello alegato a lo largo de la novela, confronta los argumentos discursivos de Don Calogero como de Tancredi.

Este último, un hombre sin educación ni modales, que ocupa el cargo de alcalde del pueblo, que supo sacar provecho de los acontecimientos, enriqueciéndose y medrando gracias a la picardía y la oportunidad… y que bien puede equipararse a la nueva y vieja clase política tradicional mexicana; que fue priísta toda su vida, que cambió súbitamente al PAN cuando ganó la Presidencia… y que ahora, también súbitamente se tornó ‘clandestinamente revolucionaria, como en los 70´s’ y se ostenta ahora como ‘morenista’….. de ‘toda la vida’.

Tancredi es al final, es el personaje que sintetiza el mensaje nodal de la novela, porque gracias a él, que se alió a los ejércitos que llegaron de fuera de la isla, que logró escalar al interior de la burocracia del nuevo gobierno, que consiguió combinarse con la nueva savia genética, al contraer matrimonio con una mujer que no estaba en la línea sucesoria de Salina, por lo que no era su consanguínea… logra hacer prevalecer la tranquilidad y la armonía tan ansiada por Don Fabrizio… es decir: Tuvo que adecuarse Tancredi, tuvo que asumir los cambios, para que todo siguiera ‘igual’.

Quedaron en México muchos “Don Fabrizios”, imbuídos del discurso ‘sesenta y ochero’ y de la ‘profunda filosofía de Rius’ en el México de nuestros días.

Como una especie de ‘Bulto’ (en alusión al personaje de la película mexicana de los años 90), donde un joven activista resulta golpeado brutalmente por la fuerza pública durante los hechos de las manifestaciones de Tlatelolco en 1968.

Queda el personaje de la película no sólo cuadrapléjico sino con ‘vida artificial’, materialmente ‘vegetando’ desde el año 68 hasta los noventas en que despierta súbitamente… y se enfrenta en familia, a una realidad avasalladoramente distinta a sus ‘ideales’ y prejuicios adquiridos durante su ‘deformación’ ideológica escolar.

La crítica incluso, en uso estricto de la libertad de expresión, afortunadamente garantizada y respetada –hay que reconocerlo- por el actual gobierno de Andrés López Obrador, ha llegado a niveles antes insospechados.

Un valioso analista y hombre forjado en el activismo de izquierda, el científico y reconocido docente del IPN, Don Ángel Verdugo, compara para fines de crítica política al actual presidente de México con el personaje de la película aquella, ‘El Bulto’… y la analogía resulta puntual, porque el México de hoy, no es el mismo de hace 54 años.

Y la crítica la hace, alguien que vivió en carne propia los horrores del autoritarismo como Ángel Verdugo.

Pero algo que definitivamente debería ser lo primero que se le recrimine al actual presidente y a su gobierno, es su incapacidad precisamente de adptarse a los cambios, a la realidad del mundo de nuestros días.

Ya sea por apatía, pereza política o por convición ideológica, pero lo que prevalece del gobierno actual y siempre se recordará, es una incapacidad de asumir como clase política la tan llevada y traída ‘cultura del esfuerzo’.

Ese concepto que adorna sus grandilocuentes discursos, pero que no conocen en la praxis.

Un esfuerzo para adecuarse a la modernidad y a las necesidades reales de toda la población, no solo de sus seguidores.

Un esfuerzo para tender la mano para el ‘acuerdo político’ con los opositores.

Un esfuerzo para que las leyes decretadas o reformadas, tuvieran una naturaleza más general, una aspiración de más alcance a la totalidad de la población y el territorio. Donde los posicionamientos y motivaciones legislativas no se circunscriban más al ámbito ideológico y de las consignas facciosas.

Un esfuerzo porque hubiera más consenso y más cohesión al interior de la llamada clase política y pudiéramos llegar a un acuerdo político más pronto de lo estimado.

No sólo México, el mundo está cansado ya de tanta confrontación política.

Despierte al 2022 señor Presidente… y adopte por convicción, la cultura del ‘esfuerzo’.

El país necesita paz.

Autor: Héctor Calderón Hallal
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