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/Por Adela Ramírez /
Cuando pensamos en Leonardo da Vinci, solemos imaginar al genio pintor de La última cena o La Gioconda. Pero más allá del arte, Leonardo fue también un apasionado científico, obsesionado con entender los misterios del cuerpo humano. Entre sus múltiples intereses, uno de los más enigmáticos fue su búsqueda por encontrar el lugar donde reside el alma.
En la época de Leonardo da Vinci (siglo XV-XVI), la idea del alma era tanto espiritual como científica. Se creía que el alma gobernaba el cuerpo, y algunos pensadores afirmaban que residía en el corazón, mientras otros apuntaban al cerebro. Leonardo, siempre curioso y meticuloso, no se conformó con teorías: decidió investigar por su cuenta… con bisturí en mano.
Durante años, este polímata florentino realizó disecciones humanas en secreto, porque la Iglesia las prohibía o las consideraba moralmente dudosas. En esas disecciones, buscaba algo más que músculos y huesos: quería encontrar el centro de la conciencia, la vida y, en sus propias palabras, “el asiento del alma”.
El cerebro y los “ventrículos”
Leonardo se concentró especialmente en el cerebro, convencido de que allí debía estar el origen del pensamiento y la percepción. Inspirado por teorías medievales, empezó a estudiar los ventrículos cerebrales, unas cavidades llenas de líquido en el interior del cerebro, que se creía en ese tiempo albergaban funciones como la memoria, la imaginación y la razón.
Uno de sus experimentos más ingeniosos fue inyectar cera derretida en los ventrículos de un cerebro humano recién diseccionado. Luego retiró el tejido cerebral, dejando un molde tridimensional perfecto de las cavidades internas. Esto no solo fue revolucionario en términos de técnica forense, sino que le permitió observar y dibujar con increíble detalle la estructura del cerebro.
Aunque no encontró literalmente el “alma”, propuso que el tercer ventrículo, en el centro del cerebro, era el lugar donde convergían todas las sensaciones, y, por tanto, donde debía habitar el alma racional. Esta idea no era tan descabellada: hoy sabemos que áreas como el tálamo y el sistema límbico, ubicadas en esa región, están relacionadas con la percepción y las emociones.
Dibujó infinidad de veces el interior de los cráneos humanos para mostrar cómo eran por dentro, y la prioridad que Leonardo le da a la zona de la órbita del ojo es muy relevante, él, descubrió que la estructura del área ocular era importante para precisar la ubicación del alma. Dibujó líneas horizontales y verticales, dentro del cráneo logrando una especie de intersección.
¿Por qué el alma estaría en ese punto? Como buen pintor, sabía apreciar las virtudes visuales del mundo que le rodeaba. Para él, la vista era el sentido más importante, ya que permitía entender el mundo con mayor claridad. Él lo llamaba “la ventana del alma” y creía que nuestra conciencia dependía de lo que veíamos.
“Dado que el ojo es la ventana del alma, esta siempre teme ser privada de él, hasta tal punto que cuando se mueve frente a él y le causa un temor repentino no usa las manos para proteger su corazón, que da vida a la cabeza, donde reside el señor de los sentidos; ni su oído, ni su olfato, ni su gusto. Sino que el sentido asustado no contento inmediatamente con cerrar los parpados con la máxima fuerza le hace girar de repente en la dirección opuesta, y no sintiéndose aun seguro los cubre con una mano y extiende la otra para formar una pantalla contra el objeto de su miedo”, escribió el artista.
Es decir, que Leonardo consideraba al ojo como el punto de entrada de toda la información del mundo exterior se convertía en pensamiento y experiencia humana. En sus escritos afirmó: “El ojo es el principal medio por el cual el entendimiento puede apreciar de la forma más plena y abundante las infinitas obras de la naturaleza”.
¿Había estudios similares antes que él?
Sí, pero ninguno con su nivel de precisión ni con una intención tan científica. Ya en la Antigua Grecia, Hipócrates y Galeno habían estudiado el cuerpo humano, aunque en su mayoría usaban animales. Galeno, en particular, propuso que el alma tenía varias partes y que una de ellas residía en el cerebro. Pero estos estudios estaban llenos de errores anatómicos.
En la Edad Media, el conocimiento anatómico retrocedió por la influencia de la religión. La disección de cuerpos humanos estaba mal vista o prohibida, y los textos clásicos se copiaban sin cuestionarlos. Fue Leonardo quien, con ojos frescos y mente inquisitiva, volvió a mirar el cuerpo humano como un mapa por descifrar.
Ciencia hecha arte
Lo más asombroso es que Leonardo no solo estudió el cuerpo, sino que lo dibujó con una exactitud nunca vista. Sus ilustraciones anatómicas, como los cortes del cráneo y el cerebro, no eran solo bellas, eran científicamente precisas. Tanto así que algunos médicos modernos las consideran mejores que muchos libros de texto actuales.
El genio no resolvió el misterio del alma, pero sí cambió para siempre la manera de estudiar el cuerpo humano. Su enfoque forense, observacional y artístico sentó las bases de la anatomía moderna, y demostró que la curiosidad puede ser más poderosa que cualquier dogma. No solamente
Leonardo da Vinci fue un pionero en conectar el arte con la ciencia, y en su obsesión por encontrar el alma nos dejó algo más valioso: una forma nueva de ver el cuerpo humano, no como una máquina misteriosa dictada por viejas creencias, sino como un sistema que podía ser entendido a través de la observación, la disección y la mente abierta. En su búsqueda por el alma, quizás lo que encontró fue el nacimiento de la ciencia moderna.
X: @delyramrez